Decisiones Cruzadas

Capítulo 1

UN DÍA DESAFORTUNADO

Stefanía Lancaster

Siempre he creído que el universo conspira en mi contra. La mala suerte me persigue. Justo cuando creía que me aceptarían en el concurso de canto, comenzó a llover con fuerza y terminé cayendo en un charco de lodo. ¡Qué desastre! Mi vestido, mis tacones, incluso mi rostro, estaban cubiertos de barro. Me sentía humillada y desolada.

Mojada hasta los huesos, me dirigí a la parada de autobús mientras las calles de Italia se inundaban. Cada adoquín, relucía bajo la lluvia torrencial, reflejaba las luces de la ciudad como incontables pequeños espejos. La gente se refugiaba bajo sus paraguas, mientras yo me empapaba cada vez más, sintiendo el frío penetrar hasta los huesos. Aceleré el paso, miré mi reloj, llegaba tarde. A pesar de mi estado, mantuve un paso enérgico.

Finalmente, llegué a la parada y, para mi alivio, el autobús aún no había partido. Busqué mi boleto en mi mochila, pero no lo encontré. Un escalofrío de ansiedad me recorrió la espalda, mis manos comenzaron a temblar.

Lo busqué en el bolsillo de mi chaqueta, pero tampoco estaba. La desesperación me atenazaba. Finalmente, lo encontré en mi billetera, arrugado y mojado. Subí al autobús, entregué el boleto al conductor y busqué un asiento cómodo. Elegí uno junto a la ventana, saqué mi celular de la mochila y respondí un mensaje de Lucía, mi mejor amiga. Luego, guardé el teléfono y, sin darme cuenta, me quedé profundamente dormida.

- Despierta, ya hemos llegado - me dijo un joven de ojos claros. Desorientada, me di cuenta de que había dormido durante todo el trayecto.

- ¿Qué? ¿Ya hemos llegado? - pregunté, sin saber dónde estaba. Entonces caí en cuenta de que me había pasado mi parada.

- Son las nueve de la noche - me informó.

- ¡¿Las nueve de la noche?! - exclamé, sorprendida. Agradecí al joven, me levanté y bajé apresuradamente del autobús. Me despedí y me dirigí a casa con paso acelerado.

Rocky, mi perro, me recibió ladrando con alegría al abrir la puerta. Lo acaricié y él comenzó a lamer mi rostro con entusiasmo. Subí a mi habitación para cambiarme y luego llamé a Mabel, la empleada doméstica, para que me preparara algo de cenar. Cansada, me dejé caer en el sofá y encendí la televisión. En ese momento, sonó mi celular. Era mi madre, quien me informó que habían regresado de su viaje de España y que pronto llegarían a casa.

- ¡Cariño! - exclamó mi madre al verme, abrazándome con fuerza.

- ¿Cómo has estado, hija? - preguntó mi padre, uniéndose al abrazo.

- Bien. ¿Y ustedes? ¿Cómo les fue en el viaje? - respondí.

- Perfectamente, todo salió muy bien. Hemos cerrado un acuerdo muy favorable para todos - dijo mi padre.

- Me alegro. Seguro que les irá muy bien - respondí.

- Gracias, hija. Mejor vamos a cenar, que ya tengo apetito - dijo mi madre.

***

El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos. Lucía, mi mejor amiga desde la infancia, estaba al otro lado de la puerta. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y entusiasmo.

- ¿Te aceptaron? ¡Dime que sí! - exclamó, apenas entré.

- Ojalá pudiera decirte que sí, pero ni siquiera pude presentarme. ¿Puedes creer que me caí y me llené de lodo? - respondí, con una mezcla de frustración y resignación.

- ¡No puede ser! En serio que no entiendo de quién heredaste esa mala suerte - dijo Lucía, con una expresión de incredulidad.

- La verdad es que yo tampoco - admití, con una amarga sonrisa.

- Cambiando de tema... ¿Adivina con quién estoy saliendo? - preguntó Lucía, cambiando de tema con su habitual ligereza.

- ¿Con una estrella de Hollywood? - bromeé.

- Casi... ¡Con Julián Kors! ¿No es genial?- respondió, con un brillo de orgullo en los ojos.

- Wow, amiga, eres una idiota. No fallas ninguna - exclamé, entre risas.

- Obvio que no. Te voy a tener que dar un poquito de mi suerte - respondió Lucía, con una sonrisa pícara.

- Por favor - supliqué, extendiendo ambas manos en señal de súplica.

- Hora de clases, nos vemos luego, Stefi - dijo Lucía, despidiéndose con una sonrisa radiante.

Lucía, mi mejor amiga desde los cinco años, siempre ha tenido una vida amorosa agitada. Sus relaciones con chicos de las bandas locales eran efímeras, y terminaban tan rápido como comenzaban. Yo, en cambio, anhelaba algo diferente. Amaba cantar, era mi pasión, mi sueño. Mis padres, sin embargo, insistían en que debía estudiar una carrera "estable". Me había inscrito en varios concursos de canto, pero ninguno me había aceptado. Quizás tenían razón. Quizás debería considerar sus consejos.

Mi teléfono vibró, interrumpiendo mis pensamientos.

- ¿Qué sucede, madre? - pregunté, respondiendo la llamada.

- Hija, necesito que cuando salgas del colegio vengas directamente a casa - dijo mi madre, con una voz seria.

- ¿Por qué? -pregunté, intrigada.

- Tenemos una cena muy importante. Vendrán los inversionistas del acuerdo que firmamos en Madrid - explicó mi madre.

- Vale, estaré allí - respondí.

La clase de filosofía se me hizo eterna. El profesor, con su monótono discurso, parecía empeñado en hacerme dormir. Miraba mi reloj cada minuto, impaciente por que sonara el timbre. El hambre se apoderaba de mí, y el bostezo se negaba a permanecer oculto.

- Lancaster, ¿sucede algo? - preguntó el profesor, interrumpiendo mi letargo. Arreglé mi posición rápidamente.

- Nada, profesor - respondí, tratando de disimular mi incomodidad.

- Presta atención. Luego no quiero que pidas explicaciones - dijo el profesor, con una mirada severa.

Finalmente, el timbre sonó. Pasé por la cafetería, compré unas galletas para comer en el camino. Rodolfo, nuestro chófer, me esperaba en la salida.

Al llegar a casa, mi madre estaba preparando todo para la cena con los inversionistas. Subí a mi habitación; Rocky dormía plácidamente en mi cama. Decidí darme una ducha y luego bajar a la cocina para comer algo.




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