Decisiones Cruzadas

Capítulo 2

ADIÓS A ITALIA

Stefanía Lancaster

- ¿Por qué nos tenemos que ir? - pregunté, con una mezcla de frustración y tristeza.

- Ya te lo hemos explicado, Stefanía - respondió mi madre con paciencia forzada.

- Pero ¿acaso no piensan en mi bienestar? Saben que aquí es mi lugar - insistí, sintiendo que mis palabras caían en saco roto.

- Stefanía, entendemos cómo te sientes, pero ya verás que en España te irá mucho mejor. Tu hermano nos ha ayudado y lo ha aceptado - dijo mi padre, intentando tranquilizarme.

- ¡Es que no! ¿Cómo se les ocurre irnos a vivir a otro país? - protesté, la desesperación me invadía.

- Tu padre y yo ya te lo hemos explicado - respondió mi madre, su voz temblaba ligeramente.

- Mejor me arreglo para salir con unos amigos - dije, necesitaba alejarme de la tensión en casa.

Mis padres me habían dado la peor noticia posible. España, un país desconocido, lejano, un vacío donde todo lo que conocía se desvanecería. No lo entendía. ¿Cómo podían ser tan insensibles a mi dolor? Todo lo que amaba estaba aquí, en Italia. Me hablaban de mi futuro, de oportunidades en España, de un sacrificio necesario. Su sacrificio, no el mío. Era una estupidez, una locura, una decisión tomada sin considerar mis sentimientos, sin siquiera intentar comprenderme. Y yo, impotente, solo podía sentir la rabia, la tristeza, la impotencia de ser arrastrada hacia un futuro que no deseaba.

- Entonces, ¿te irás, Stefanía? - preguntó Lucía, su voz llena de tristeza.

- Mis padres lo han decidido así. ¿Qué puedo hacer? - respondí, sintiéndome impotente.

- Te extrañaremos mucho - dijo Melanie, sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Yo también. En las vacaciones vendré a visitarlos - prometí, aunque no estaba segura de poder cumplirlo.

- Eso dices, pero una vez que conozcas España, no volverás - dijo Melanie, con resignación.

- Claro que volveré. Ni con las mejores cosas del mundo me olvidaré de ustedes
- aseguré.

- Te acompaño a casa, ¿te parece? Así te ayudo a empacar - propone Lucía.

- Gracias - agradecí, sintiéndome agradecida por tener una amiga como ella.

El aire mismo de Italia pesaba sobre mis hombros, cargado de una tristeza opresiva. Hoy nos íbamos. Mis sueños, mis amigos, sus risas y secretos compartidos, mis tardes en la cancha de tenis... todo se desvanecía, se borraba, se convertía en un recuerdo. El vacío que dejaba Italia en mi corazón era inmenso. Las agujas del reloj avanzaban inexorablemente hacia las cuatro. Cada tic-tac era una puñalada más. La despedida con Lucía fue un mar de lágrimas. Y entonces, llegó la hora de partir, la hora de dejar atrás todo lo que amaba.

- ¿Por qué no me haces el favor de ayudarme con las maletas? - preguntó mi madre, su voz cansada.

- ¡No tengo ganas! - respondí, la frustración me dominaba.

- Ten cuidado cómo me hablas, Stefanía - advirtió mi madre, su tono era severo.

- Lo siento - murmuré, sintiéndome culpable.

- Toma esto y llévalo al auto - ordenó con firmeza.

- Ufff - suspiré, abrumada.

- Stefanía, en España te irá mejor. Además, tienes a tus primos, ya verás que pronto todo será igual que aquí -intentó consolarme mi madre, pero sus palabras no lograban consolarme.

- No será igual que aquí, porque la gente que está aquí no estará allí - respondí, con un nudo en la garganta.

- No tiene caso seguir discutiendo contigo - dijo resignada.

Subimos al avión privado. Mis padres intentaron llenar las seis horas de vuelo con malteadas y charlas intrascendentes, pero la tristeza se aferraba a mí. Al llegar, un auto descapotable nos esperaba. La ciudad, bajo la luna, era hermosa, impresionante. Un paseo nocturno, un intento de mis padres por distraerme, solo logró un breve respiro antes de que la tristeza volviera.

Nuestra nueva casa era una mansión. Lujo por todas partes: un centro de entretenimiento, una cancha de tenis, piscinas, una habitación inmensa... todo lo que uno pudiera desear.

- Stefanía, iremos a cenar a lo de tus tíos, prepárate - anunció mi madre, entusiasmada.

- ¡¿Qué?! - pregunté, exaltada.

- Stefanía, cuántas veces te hemos dicho que cambies tu mal humor - replicó mi padre, con tono de advertencia.

- Ustedes me hacen poner así, y lo saben
- respondí, frustrada.

- Vete a arreglar, Stefanía - me ordenó mi madre.

- ¿Joel irá? - pregunté, refiriéndome a mi hermano.

- No, salió con unos amigos - recordé que mi hermano estudiaba ingeniería en España, por lo que conocía el lugar.

Me arreglé rápidamente, deseando que la salida con mis tíos fuera rápida. Cinco minutos después, ya estábamos frente a la imponente casa de mis tíos. La noche transcurrió lentamente. De pronto, estábamos a punto de regresar a casa.
Entonces, la propuesta de mi tía Florencia me tomó por sorpresa: una salida con mis primos y sus amigos.

- Será una excelente oportunidad, Stefi, para conocer más la ciudad y la gente -intentó animarme.

- Quizás en otra ocasión...

- No seas tan seria, hija, ve y diviértete un poco - insistió mi madre.

- Además, solo irán al cine, no hay nada de qué preocuparse, ¿verdad? - intervino mi tío.

- Claro que sí - respondió mi prima Ludmila.

Acepté, aunque la idea no me entusiasmaba. Mi cuerpo pedía descanso, pero esa posibilidad parecía lejana. El auto de Iván, repleto de gente, se convirtió en una extensión de mi desgano. La parada para recoger a más amigos alargó la espera. Finalmente, llegamos a nuestro destino. Pero no era un cine. Era una fiesta clandestina, un lugar bullicioso, lleno de gente que bailaba y reía. La decepción, la confusión, la incredulidad, me inundaron. No era lo que esperaba, ni lo que deseaba. Me sentí aún más fuera de lugar, más sola, más perdida.

- ¿Esto es una fiesta clan...?




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