EL ENCUENTRO
Stefanía Lancaster
Esa cena era insoportable. Gabriel Scott, el hijo de los Scott, no dejaba de mirarme. Cabello negro, ojos azules, mucho más alto que yo, como de unos 1,88. Se creía que no me daba cuenta, pero sí, lo hacía. Solo pensaba en Rocky, estaba demasiado preocupada. Mis padres y los Scott seguían con su monótona conversación sobre negocios, así que solo miraba mi plato, tratando de ignorarlos. De repente, un ladrido. Desde arriba. Miré hacia el techo. Era el ladrido de Rocky, ¿o me lo estaba imaginando? Lo extrañaba tanto... Los señores Scott miraron a Gabriel con extrañeza, y él parecía preocupado. Una mirada que se cruzó con la mía, cargada de una extraña complicidad, una chispa que me hizo sentir un hormigueo inusual.
- ¿Qué es eso? ¿Un perro? - preguntó la señora Scott, su voz llena de una mezcla de sorpresa y fastidio.
- Emm... no, debe ser de la calle - respondió Gabriel, con un tono inseguro que contrastaba con su habitual arrogancia.
- No, es aquí - dijo el señor Scott, su voz grave y autoritaria.
- Iré a mirar - dijo la señora Scott, poniéndose de pie.
- No hace falta, iré yo - dijo Gabriel, pero la señora Rafaela, sin prestarle atención, subió las escaleras, seguida por su hijo.
- ¡Gabriel! ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué hace este animal aquí?! ¡Sabes que soy alérgica! -
- gritó la señora Scott, su voz llena de furia.
- Madre, déjame explicarte...- empezó Gabriel, pero su madre lo interrumpió.
- ¿Qué es lo que vas a...?
- ¡ROCKY! - grité, y todos se giraron para mirarme. Rocky corrió hacia mí, lamiéndome las manos con frenesí. - ¿Qué hacías con mi mascota? - le pregunté a Gabriel, mi voz llena de una mezcla de alivio y reproche.
- Yo me lo encontr... - empezó a decir Gabriel, pero lo interrumpí.
- Ah, claro. Y pensaste en quedártelo sin siquiera avisarles a tus padres, ¿no es así? - Mi tono era acusador, pero no podía evitar sentir una extraña mezcla de enojo y atracción hacia él.
- Claro que no, yo lo encontré y como no... - intentó justificarse Gabriel, pero su madre lo interrumpió.
- Cállate, Gabriel - dijo Rafaela, dirigiéndose a nosotros con una mezcla de disculpa y enojo - Disculpen, nosotros no sabíamos que el animalito estaba aquí.
- No hay ningún problema, puede pasar - respondió mi padre, con una calma que contrastaba con la tensión del momento.
Gabriel Scott
- Podrías habernos dicho que tenías a ese animal aquí, y así buscábamos a sus dueños - La voz de mi padre era severa, llena de decepción.
- Padre, lo iba a hacer, solo que...- Intenté justificarme, pero me interrumpió.
- No más excusas - Su tono no dejaba lugar a réplicas.
- ¿Qué pensabas, quedártelo? - Su pregunta era una acusación.
- ¿Para qué querría un perro?
- Conversación finalizada. La próxima vez nos avisas - Su voz era firme, impasible.
- No habrá próxima - respondí, sabiendo que tenía razón.
Todo por un estúpido animal me había puesto en problemas. Esto era increíble. Se me hacía tarde; las carreras comenzaban en media hora.
***
Aceleré. El Ferrari saltó hacia adelante como un misil. Los 740 caballos de fuerza rugieron bajo mis pies, un rugido que resonaba en mi pecho.
Tomé la curva 1 a 220 km/h, el Ferrari pegado a la pista. La suspensión era suave, el control perfecto. Enderezó y aceleré hacia la recta.
240 km/h... 260... 280... El viento aullaba en mis oídos, un silbido ensordecedor que me empujaba hacia adelante. Pisé el freno antes de la curva 3, el Ferrari se detuvo en seco. Giré bruscamente, el coche respondió con precisión milimétrica.
Vi el Porsche de mi rival en el espejo retrovisor. No iba a dejar que me pasara. Aceleré, el Ferrari voló hacia la meta.
Curva final, giro a 180 grados, el Ferrari derrapó. Recuperé el control con un movimiento suave, preciso, casi instintivo. Aceleré.
50 metros... 20... 10... Crucé la línea, el Ferrari hizo un pequeño derrape final. Lo controlé con un movimiento suave, sin esfuerzo.
Me bajé del coche, exhausto pero eufórico. La victoria era dulce, el sabor del triunfo se mezclaba con el gusto metálico de la adrenalina que aún latía en mis venas.
Tiempos
1- Yo (Ferrari) - 1:38.42
2- Porsche - 1:39.10
3- Lamborghini - 1:40.05
Stefanía Lancaster
- Deja que Rodolfo te lleve - Mi madre me ofreció ayuda, su voz llena de preocupación.
- No hace falta, madre. Necesito caminar - Respondí, deseando estar sola con mis pensamientos.
- Cuídate - Me dio un beso en la mejilla, su gesto lleno de cariño.
Había decidido ir caminando al colegio. Ya había pasado una semana desde lo de Rocky. Este nuevo colegio... era diferente. Extrañaba a mis amigos de Italia, extrañaba todo. Aquí había hecho nuevas amigas, Lili y Sol eran geniales, pero no como Lucía.
Iba cruzando la calle cuando, ¡zas!, una moto se me cruzó. Caí al suelo, y todas las hojas de mi carpeta salieron volando. Las veía danzar en el aire, como pétalos de una flor marchita. El tipo de cuero negro se quitó el casco... y ahí estaba su cara. Gabriel. El idiota que tenía a Rocky. Él había hecho esto.
- ¡Imbécil! ¡Idiota! ¡Estúpido! - Mi furia explotó, mis palabras eran un torrente de reproche.
- Ehh... ya cálmate - Su tono era condescendiente, lo que incrementó mi enojo.
- ¿Cómo carajos quieres que me calme si acabas de hacer todo este lío? ¡Mis hojas están desparramadas! - Mi voz temblaba de ira.
- Vale, te ayudo a recogerlas - Su actitud cambió, ahora parecía arrepentido.
- Lo harás tú solo, tú ocasionaste este... ¡Ay, mi pierna! Me duele - Sentí una punzada aguda en mi pierna izquierda.
- ¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? - Se acercó a mí, su rostro mostraba preocupación genuina.