¿CELOS?
Stephanie Lancaster
En medio de los disparos, una mano me agarró con fuerza, jalandome hacia la seguridad justo antes de que la oscuridad me absorbiera.
Gabriel Scott
- ¡Imbéciles! ¡No saben hacer nada bien! ¡Mi prima estaba ahí, gente inocente! - grite, la rabia me consumía como un fuego voraz. Mis puños se cerraron con fuerza, los nudillos estaban blancos. La imagen de Stefanía, vulnerable y desprotegida, me atormentaba.
- Eh cálmate Scott. No te libras de esto, todos tenemos parte de culpa - dijo Alex.
- ¡Son unos inútiles! - grite, abandonando el galpón con un portazo que resonó en el silencio de la noche. El motor de la moto rugió, me dirigí al hospital, la imagen de Stefanía desmayada estaba grabada en mi mente. La preocupación por mi prima se mezclaba.
Stephanie Lancaster
El zumbido de las máquinas y el penetrante olor a antiséptico me envolvían. Un dolor sordo, punzante, me recorría el cuerpo. Abrí los ojos lentamente, la visión borrosa, como si estuviera sumergida bajo el agua. Mi madre estaba allí, su rostro, aunque aliviado, reflejaba la tensión de los momentos vividos.
- ¿Qué sucedió? - pregunté, mi voz era un hilo débil, sentía la garganta seca.
- Te desmayaste en medio de los disparos, mi vida - respondió, su voz suave pero firme, intentando tranquilizarme, aunque sus ojos reflejaban el miedo que aún la atenazaba.
- ¿Quiénes fueron? ¿Los atraparon? - pregunté, la ansiedad me carcomía. Necesitaba respuestas, necesitaba saber que estaba a salvo.
- No por desgracia -dijo mi madre, su voz cargada de tristeza, de impotencia.
- Me duele... todo me duele - murmuré, un escalofrío me recorrió a pesar del calor de la habitación.
- No te muevas, llamaré al médico - dijo mi madre, su mano sobre la mía.
En ese momento, Gabriel entró. Sus ojos azules se clavaron en los míos, y a pesar del dolor, sentí una descarga eléctrica, un cosquilleo que me recorrió la piel.
- Stefanía, Gabriel fue quien te salvó, él te trajo al hospital - dijo mi madre con una sonrisa, su voz llena de gratitud.
- Gracias - susurré, mi voz apenas audible, pero mi mirada se aferró a la de Gabriel.
- ¿Cómo está la paciente? - preguntó el doctor. - Vamos a hacerle un examen para ver si todo está bien.
Tras el examen, permanecí dos días en el hospital. Una semana después de la fiesta, el silencio era ensordecedor, un vacío que amplificaba la incertidumbre. Nadie sabía nada, los culpables seguían libres. La angustia de mis padres era palpable, un peso que se sentía en el aire.
- Chicas - gritó Sol, irrumpiendo en nuestra conversación con su habitual energía-. ¿Vieron lo genial que está Sebastián?
- Ay, no - dijo Lili, con una mueca de disgusto - Dime qué no te gusta Sebastián Rodríguez. Ese chico no tiene modales.
- No seas así, es guapo - replicó Sol, defendiendo su opinión.
- Stefi, nunca te hemos preguntado... ¿Tienes novio? - preguntó Lili, con una sonrisa pícara.
- No - respondí, evadiendo la pregunta, pero una imagen de los ojos de Gabriel se cruzó por mi mente.
El timbre sonó, anunciando el comienzo de las clases.
En clase, Sofía y Gabriel estaban hablando. Al verme, Sofía me saludó. Gabriel me observaba con una intensidad que me dejó sin aliento, un cosquilleo nervioso me recorrió la espalda. Luego Sofía se fue, dejándonos solos.
- ¿Cómo estás? - preguntó.
- Bien... ¿Y tú?
- Mejor ahora que te veo - su sonrisa era cautivadora, pero sus ojos revelaban algo más profundo, algo que me hacía sentir nerviosa.
El profesor asignó parejas para un trabajo. Gabriel hizo una mueca cuando supo que le tocó con Isaías. Yo, con Miguel, un chico popular y atractivo, amigo de Gabriel.
La clase se hizo eterna. Gabriel no dejaba de mirarme, su mirada intensa, llena de una mezcla de admiración y algo más... celos, quizás. Miguel me pidió mi número y se lo dí, luego me invitó a salir y acepté.
- ¿Qué sucede aquí? La clase ya terminó - dijo Gabriel, acercándose con una expresión que no pude descifrar. Sus ojos estaban oscuros, llenos de una emoción que me hacía sentir un nudo en el estómago.
- Solo estábamos planeando salir - respondio Miguel.
- ¿Ustedes? - preguntó Gabriel, su tono era cortante, lleno de una tensión que me hacía sentir incómoda.
- Sí, ¿por qué? - pregunto, desafiándolo con la mirada.
- Nada, solo... me sorprendió, alguien como tú - dijo Gabriel, su voz era un gruñido contenido. Su mirada se posó en Miguel, y en ese instante, la tensión entre ellos era palpable.
- ¿Porque te sorprenderías? Además, ¿Cuál es el problema? ¿Qué tengo yo? Soy guapo, alto, perfecto, problemas tendrías que tener tú que estás meti... - Gabriel lo interrumpió con una mirada gélida. Miguel se calló.
- Bueno, Stefanía, te escribo luego - dijo Miguel, dándome un beso en la mejilla. Gabriel lo fulminó con la mirada.