UN CAMINO DE SOMBRAS
Stephanie Lancaster
Las chicas y yo bailábamos al ritmo de la música, las luces estroboscópicas nos iluminaban con una intensidad casi cegadora. Me había puesto un vestido corto, el cabello recogido en un moño alto y un maquillaje algo notable, algo que no solía hacer. Los chicos, con el pelo mojado por el agua de la piscina, reían y bromeaban a lo lejos. Era la casa de un chico del colegio al cual conocía poco, Miguel me había invitado a bailar y yo acepté, aunque ya estaba bastante ebria. Había tomado demasiado.
Sin darme cuenta, en un momento, Miguel me besó. Yo solo pude corresponder, impulsada por la música, el alcohol y una necesidad de olvidar, quizás, a Gabriel.
- Lo siento, me dejé llevar - dijo Miguel, algo nervioso, su rostro sonrojado.
- Yo también lo hice - dije, algo sonrojada, sintiendo una mezcla de culpa y confusión.
Directamente fui al baño. Necesitaba lavarme la cara, esto se estaba saliendo de control. Las chicas estaban perdidas en su propia borrachera. En un momento, todos nos sacamos una foto, algo que luego publicaron en las redes sociales.
Esa foto se convirtió en una especie de recordatorio. Un recordatorio de esa noche, de ese beso con Miguel, de la borrachera, de la necesidad de olvidar, de la confusión que me invadía.
Esa noche, en medio de la fiesta, de la música y del alcohol, algo dentro de mí se rompió.
Gabriel Scott
Sin destino fijo, terminé en un bar. La música atronadora me sacudía la cabeza como si fuera un latido de mi propio dolor. Pedí un whisky, el líquido amargo se deslizó por mi garganta, quemando mi interior con la misma intensidad que la culpa que me carcomía.
El olor a alcohol rancio, a sudor y a perfumes baratos me envolvió. La penumbra del bar se asemejaba a la oscuridad que sentía en mi alma.
El whisky no era suficiente para aliviar el dolor, la amargura que sentía por haber dejado el colegio, por haberme alejado de ella. La imagen de Stefanía, de su sonrisa, de su voz, me atormentaba. Era como una canción que no podía dejar de escuchar, una melodía que me seguía a todas partes.
Cada trago era una punzada en el corazón, una gota de veneno que me recordaba mi fracaso, mi soledad.
En ese momento, una voz conocida me sacó de mis pensamientos
- Hola guapo - dijo Martina, acercándose a mi lado. Martina, con su cabello largo, ojos marrones y piel blanca, siempre había estado ahí, sin llamar demasiado la atención.
- Hola - respondí sin ganas, sintiendo un peso en el estómago.
- Te molesta si te acompaño - me preguntó, con una sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos.
Hice una señal de que no, incapaz de encontrar la fuerza para negarme.
- Me das uno - le pidió al barman.
Martina se sentó a mi lado, su perfume se mezcló con el aroma a licor barato que impregnaba el ambiente. La noche se convirtió en un castigo. No podía escapar de la visión de Stefanía. Martina no dejaba de hablar, de sonreír, de tratar de llamar mi atención. Pero nadie podía reemplazar a Stefanía.
Martina se acercó a mi y en un susurro me dijo;
- No deberías beber tanto, Scott
- No te preocupes por mí - respondí con un tono seco. No quería tener nada que ver con ella, pero no tenía la fuerza para alejarla.
La noche pasó en un borrón. Bebí demasiado, la culpa me carcomía, y Martina no se despegaba de mi lado.
Al final, no recuerdo cómo, terminé durmiendo en el banco de una plaza. Me desperté con un dolor de cabeza infernal, con la boca seca y un sabor amargo en la garganta.
Me levanté y comencé a caminar, sin rumbo fijo. Las calles de la ciudad se veían grises y descoloridas, como mi propia vida.
Seguramente, si mis padres me vieran así, comenzarían con sus regaños, y la verdad es que no tenía ganas de aguantarlos.
Terminé en la casa de Lucas, mi amigo de la infancia. Me di una ducha y luego Lucas me preparó algo para que desayunara, huevos revueltos. Cocinaba tan mal que no podía ni tragarlo.
Saqué el teléfono de mi pantalón, abrí las redes sociales y ese mismo instante aparecieron las fotos que había publicado Lili. Salían Stefanía, Sol y el idiota de Miguel, todos aparentaban estar muy felices. Cerré la aplicación y salí del departamento viejo en donde vivía Lucas.
- Te quiero fuerte, sin ninguna debilidad - me advirtió Vinci, su mirada fría y calculadora.
- Confía en mi - pronuncié fríamente, mi tono era seco, como si estuviera masticando piedras.
- Los tenemos que vencer, hay mucho dinero de por medio.
- Ya entendí Vinci - respondí, con un tono que no dejaba lugar a dudas.
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Las luces de arranque de salida se encienden y comienzan a subir hacia arriba, como si fueran una especie de pistolas de salida. El ruido del motor se vuelve más intenso, y yo puedo sentir la tensión en el aire.
De repente, las luces se apagan y la carrera comienza. Salgo disparado, sintiendo la fuerza de la aceleración que me aplasta contra el asiento. El ruido del motor es ensordecedor, un rugido feroz que me hace sentir vivo.