Decisiones Cruzadas

Capítulo 17

RIESGOS

Gabriel Scott

Estaba harto. Harto de la junta empresarial, de la reunión interminable que parecía no acabar nunca. Y para colmo, ahí estaba Mía, la hija de unos socios inversionistas de mis padres, pegada a mí como una lapa. Su risa constante, su cercanía excesiva... me irritaba profundamente. Solo hablaba de trivialidades: sus estudios, sus actividades... Nada que me interesara. Intentaba sonreír cortésmente, pero por dentro solo sentía una creciente impaciencia. Buscaba a Stefanía pero no estaba, seguramente Mía se daba cuenta de la falta de atención que le estaba dando, pero no me interesaba. Al dar media vuelta, vi a Stefanía y Lucía en otra mesa. Ella me miró y pude sentir ese escalofrío que me recorría cada vez que ella me miraba, pero en eso se dió cuenta a quien tenía a mi lado por lo que apartó la mirada, y pude ver qué sus pensamientos eran equivocados, tenía el deseo de ir hacia ella y quedarme a su lado. Pero Mía era peor que un pegamento.

Un tipo alto, calvo, de unos cincuenta años, subió al escenario a dar un discurso interminable que me dejó completamente exhausto. Miraba repetidamente a Stefanía, pero ella ni siquiera me prestaba atención, seguro había pensado algo que no era. La duda de si consideraría mi invitación a una cita comenzaba a carcomerme, cuando la invite en el auto me dijo que lo pensaría y no podía evitar sentirme nervioso. Mía me tomó del brazo, y la miré con fastidio ¿Quién se creía que era? No éramos nada. A si que me solté de su agarré algo no muy amistoso. Mis padres subieron al escenario para dar otro discurso, y cuando volví a buscar a Stefanía, había desaparecido. Joder. ¿Dónde se habría metido? La busqué con la mirada, pero fue en vano. Decidí ir a buscarla.

- ¿A dónde vas? - preguntó Mía, con una curiosidad irritante. Estaba al límite de la paciencia.

- A tomar aire - respondí con frialdad.

- Voy contigo, yo también estoy algo cansada... - insistió.

- No, quiero estar solo - corté bruscamente.

- Pero... - intentó protestar, pero ya me había alejado.

Salí de la empresa. La luna brillaba intensamente en la oscuridad de la noche. Busqué a Stefania, pero no la encontré. Lucía tampoco estaba. Finalmente, la vi sentada a lo lejos, en un pequeño banco. Me acerqué y me senté a su lado. El silencio entre nosotros era palpable, cargado de una tensión que me hacía sentir el latido de mi corazón en los oídos.

- ¿Qué haces aquí? Aburrida igual que yo - pregunté. Se giró, y bajo la luz de la luna, vi el brillo inusual en sus ojos.

- Espero a Lucía - respondió, su voz estaba ¿Algo molesta?

- ¿Has considerado la invitación...? - comencé, mi voz ronca por una mezcla de nerviosismo y deseo. Me incliné un poco hacia ella, sintiendo la cercanía de su piel.

- ¿Es enserio? - respondió con una sonrisa enigmática, sus ojos fijos en los míos. Un escalofrío recorrió mi espalda. Había algo en esa mirada, algo que me atraía irresistiblemente.

- No entiendo - dije, mi voz traicionándome con un temblor apenas perceptible.

- ¿Qué es lo que no entiendes?

- Tu cambio tan repentino, hoy estábamos bien...

- Ya esta bien, no importa - sonríe enigmáticamente, y se levanta para ya irse.

- ¡Stefanía, espera! - grito, ella caminaba ligeramente - ¿Qué sucede?

- ¿Y todavía preguntas que sucede? ¿Eres estúpido o que? - dice dejando de caminar para darse la vuelta y quedar frente a frente.

- ¡¿Entonces dime qué carajos te sucede?!

- Me haces una invitación a una cita y luego te veo agarrado con otra.. - explica, pero su tono ligeramente acusador. Estaba celosa, no pude evitar sonreír. Su cercanía, el aroma sutil de su perfume, me embriagaban.

- Ella es solo una amiga, la hija de unos socios inversionistas de mis padres - aclaré, tratando de justificarme, pero mis palabras sonaban débiles, insignificantes ante la intensidad de su mirada.

- ¿Y estaban agarrados? - respondió con una voz de sarcasmo.

- ¿Estás celosa? - pregunté, mi voz más segura ahora, impulsado por la electricidad que corría entre nosotros.

- Por supuesto que no. ¿Por qué debería? - respondió, pero su mejilla sonrojada y la forma en que evitaba mi mirada me decían lo contrario.

- Sí, claro, obvio que estás celosa, a quién crees que engañas - dije con una sonrisa pícara, acercándome aún más. La distancia entre nosotros se reducía a centímetros. Podía sentir su respiración.

- Ya basta, sí, estoy un poco celosa, pero no te creas la gran cosa - admitió, sonrojada, su mirada bajó brevemente a mis labios. El aire entre nosotros vibraba con una energía palpable - ¿De qué te ríes? ¿Qué es lo que te causa gracia? - su mirada llena de una mezcla de picardía y deseo.

- De la forma en la que te pones - respondí, mi voz ronca, mis ojos fijos en los suyos.

- Ves que contigo no se puede hablar - dice volviendo a caminar de lado contrario, rompiendo lo que habíamos creado.

- Está bien, no te haré enojar, ¿Pero consideraras la invitación?

- Consideraré la invitación - dijo, su voz apenas audible. Mis labios dibujaron una sonrisa - Solo si no vuelves a jugar conmigo.

- Stefi - susurré, mi mano rozando suavemente la suya - Te he dicho que solo es una conocida.

- ¡Stefi! Ya estoy - gritó Lucía, acercándose. Su repentina llegada interrumpió el momento - ¡Gabriel! Qué gusto verte - dijo Lucía con una sonrisa radiante, ajena a la tensión que había entre Stefanía y yo.

- Lo mismo digo - respondí, con un suspiro de resignación.

- Bueno, Stefanía, ¿nos vamos? ¿O deseas quedarte? - preguntó Lucía, con un tono pícaro que dejó claro a qué se refería.

Stefanía se giró para mirarme, sus mejillas encendidas por la vergüenza, pero también por algo más... algo que me hizo saber que la tensión entre nosotros no había desaparecido.

- Ya nos vamos - dijo.




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