Decisiones Cruzadas

Capítulo 18

DECEPCIONADA

Gabriel Scott

Un dolor sordo, punzante, me arrancó del vacío. Mi cuerpo era una masa inerte, rígida, inmovilizada. La cabeza me latía con fuerza. El cuello estaba tenso, como si una mano invisible la estrangulara. Un dolor agudo, lacerante, me perforaba el brazo izquierdo, un fuego sordo bajo el vendaje que apenas ocultaba una herida superficial. Con un esfuerzo, abrí los ojos. La oscuridad me envolvió como una fría manta, densa y opresiva. Estaba sentado en una silla incómoda, la madera áspera rozando mi piel, mis muñecas y tobillos atados con cuerdas resistentes.

De pronto, una voz, burlona y amenazante, rompió el silencio.

- Hasta que despierta el joven Scott - dijo acercándose con pasos lentos, deliberados.

- Imbécil! ¿Qué mierda te sucede? - grito, la voz llena furia.

- Eso ya debería estar más que claro
- respondió. Una carcajada, fría y despectiva, resonó en la oscuridad.

- Estás jugando con mi paciencia, no soy un ingenuo, crees que me quedaré sin hacer nada. Imbécil, no tienes idea con quién te estás metiendo.

La amenaza era palpable, tangible. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero la ira comenzó a crecer, un fuego que quemaba la rabia en mi interior.

- No, si antes te mato - dijo, y en ese momento, aprovechando su distracción, comencé a desatar el nudo que aprisionaba mis manos.

- A mí no me amenazas con tus estúpidas advertencias - le espeté entre dientes, mientras mis dedos trabajaban con frenética urgencia.

- Calla, Scott, que aquí te queda mucho tiempo y no creo que puedas salir fácilmente. Lo hubieras pensado antes de alejarte de esto - Conti salió de allí. El silencio volvió, denso y pesado, cuando finalmente mis manos quedaron libres.

Con una furia contenida, me concentré en desatar mis pies. Las sogas estaban fuertemente atadas, pero mi fuerza, alimentada por la rabia y la desesperación, era mayor. Una vez libre, comencé a buscar un arma, cualquier objeto que pudiera servirme. Encontré un palo, tosco y frágil, pero suficiente para dejar a alguien inconsciente.

Las horas se estiraron, interminables, mientras la luz del día comenzaba a filtrarse a través de una pequeña ventana. Vi a uno de los hombres del Conti acercarse. Me escondí, esperando el momento oportuno. Cuando abrió la puerta, el golpe fue rápido, preciso. El palo se rompió, pero el hombre cayó al suelo, inconsciente. Registré su cuerpo, encontrando su revólver. Me lo coloqué en la cintura, y salí.

Otro hombre apareció, y la lucha comenzó. Fue un intercambio de golpes y patadas, un frenesí de movimientos desesperados. El combate fue breve, pero intenso. Logré desarmarlo y, con una frialdad que me sorprendió, le disparé.

Corrí, la adrenalina inundando mis venas, impulsándome hacia adelante. El bosque me rodeaba. La noche se acercaba, y con ella, el terror. De pronto, los vi, las figuras amenazantes que me perseguían. Me escondí tras un árbol, y la balacera comenzó. Disparé hasta que se me acabaron las balas.

Eran tres contra uno. Recibí golpes, caí, pero me levanté, impulsado por la rabia y la necesidad de sobrevivir. Los derribé, uno por uno, arrebatándoles sus armas y sus teléfonos. La luna, una testigo silenciosa, iluminaba la escena. Rompí los teléfonos, pero antes envié un mensaje a Isaac.

Stefanía Lancaster

- ¡Tenemos que dejarte hermosa! - Lucía me observaba con una mezcla de entusiasmo y preocupación en sus ojos. El reflejo en el espejo me devolvía una imagen insegura, la anticipación de la cita con Gabriel me tenía en vilo.

- Tampoco es para tanto - respondí nerviosa, intentando disimular la palpitación de mi corazón. La verdad es que la cita me tenía un poco aterrada.

- ¡Claro que sí! Mira este conjunto, es precioso - Lucía me mostró una falda corta, de un rosa brillante y casi chillón, combinada con un top de tiras finísimas, también rosa. La tela parecía brillar con luz propia - Ve a probártelo. Te va a quedar increíble.

Entré al baño, con una mezcla de excitación y aprensión. Me puse la ropa. La falda era corta, demasiado corta quizás, pero la tela se movía con gracia alrededor de mis piernas. El rosa vibrante resaltaba mi bronceado. Me sentía... diferente, más audaz, más... vulnerable. Eran las 20;30. Gabriel me había enviado un mensaje la noche anterior, después de la junta de la empresa, confirmando nuestra cita en el restaurante Aurum a las 21:30. Una sonrisa nerviosa se había dibujado en mi.

Salí del baño y Lucía me miró con los ojos muy abiertos.

- ¡Estás hermosa! - exclamó, su voz llena de admiración - De verdad, te queda increíble. El rosa te sienta fenomenal.

- A mí también me encanta - respondí, girando lentamente para que pudiera apreciar el conjunto completo. Me sentía radiante, segura, y un poco temerosa a la vez. ¿Estaría nervioso él también? ¿Le gustaré?

- Ahora, pruébate estos tacones - Lucía me tendió unas sandalias de tacón fino, de un color beige claro que combinaba a la perfección con el conjunto. Eran elegantes, sofisticadas, y me hacían sentir aún más segura, aunque también un poco insegura por la altura.

- ¡Wow! Son preciosos - exclamé, deslizando mis pies dentro de las sandalias. Sentí la comodidad del tacón fino, la elegancia que me aportaba, pero también la ligera inestabilidad que me obligaba a mantener el equilibrio. Me sentía un poco insegura con tanto tacón, pero Lucía tenía razón, me veían genial.

- Espera, deberíamos sacarnos una foto - dijo Lucía, cogiendo su celular, su entusiasmo contagioso - Para Instagram, por supuesto.

Nos tomamos una selfie, una imagen que reflejaba nuestra alegría y la anticipación de la noche. Lucía, sin dudarlo, subió la foto a su Instagram.

- Espero que pronto tengas novio - dijo Lucía, con una sonrisa pícara, observándome con atención.




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