LA PROMESA
Gabriel Scott
Hoy era uno de esos pocos días en que me sentía feliz, una sensación tan inusual que apenas podía creerla. No recordaba cuándo había sido la última vez que había experimentado esta ligereza, esta alegría.
La idea de que Stefanía fuera mi novia me volvía loco, sí, pero también me aterraba. Había dado un paso demasiado audaz, demasiado arriesgado, pero la idea de perderla me producía un vacío insoportable.
Estaba acostado en mi cama, la habitación sumida en una penumbra cálida, el silencio roto solo por el leve susurro del aire acondicionado. Mis padres, como de costumbre, estaban en la empresa, inmersos en el torbellino de sus negocios. De pronto, el suave golpe en la puerta me sobresaltó.
Era Emili, la empleada doméstica.
- Joven Scott, hay alguien que lo espera abajo - anunció con su habitual compostura.
- ¿Quién es? - pregunté con un tono seco.
- No quiso decir su nombre - respondió, encogiéndose de hombros. Una helada sensación de inquietud me recorrió.
Con una mezcla de intriga y aprensión, bajé las escaleras. En la sala de estar, bañada por la suave luz de la tarde, la vi. Sonia. El aire se volvió denso, pesado, cargado de una tensión que me oprimía el pecho.
- Gabriel... - murmuró, su voz una máscara de falsa inocencia.
- Sonia... ¿Qué haces aquí? - pregunté, mi voz fría, distante, un escudo contra la tormenta que intuía.
- Sé que estás con esa... niñita - dijo, su voz firme, pero con un brillo calculador en los ojos. - Pero sé que todavía me amas, y yo... bueno, las cosas han cambiado. He reflexionado...
Sus palabras me causaron una profunda repulsión. Sabía que sus "reflexiones" no tenían nada que ver con arrepentimiento. Sonia solo volvía por una cosa: el dinero. Mi dinero. La sangre me hirvió.
- ¡Cállate! - espeté, la rabia contenida a duras penas. - ¿Acaso crees que soy tan estúpido como para caer en tus juegos otra vez? No te creo nada.
- Gabriel, por favor... - intentó, su voz ahora más suplicante, pero con una frialdad que delataba su verdadera intención. - Dame una oportunidad. He cambiado.
- ¡¿Cambiado?! - exclamé, la rabia desbordándose. - ¡No me insultes con tus mentiras! No te creo. ¡No me quieres a mí, quieres mi dinero, y eso nunca va a pasar!
- Por favor se que todavía queda algo entre nosotros, vayamonos de aquí, dejemos todo atrás...
- ¡¿Acaso tú no entiendes?! Te quise pero eso ya se terminó, no te quiero y no lo haré.
- Pero... - empezó a decir, pero la interrumpí con un gesto tajante.
- ¡Fuera! - le espeté, mi voz resonando en la silenciosa sala. - ¡Lárgate de aquí y no vuelvas nunca más!
La vi marcharse, su figura una sombra mezquina que se desvanecía en el pasillo. Sentí una profunda satisfacción, una sensación de liberación. Había enfrentado al pasado y lo había rechazado. Pero la inquietud permanecía. ¿Cómo se había enterado de Stefanía? Algo no cuadraba. Algo olía mal.
Tomé mi chaqueta de cuero y las llaves de mi Ferrari. Necesitaba hablar con Isaac. El rugido del motor fue un bálsamo, un escape momentáneo de la tensión que me carcomía.
Stefanía Lancaster
El sol de la tarde caía sobre el campus, pintando las hojas de los árboles con tonos dorados. Lili, Lucía y yo estábamos sentadas en un banco, charlando animadamente.
- Amiga, ¿ya tienes pareja para la fiesta de fin de año? - preguntó Lili, con una sonrisa traviesa.
- No, todavía no - respondí, aunque la verdad era que sí, pero prefería mantenerlo en secreto un poco más.
- Pero nosotras ya sabemos quién es esa persona, ¿no? - dijo Lucía, con una sonrisa cómplice. Sabían que me gustaba Gabriel, y la idea de que supieran de que ya éramos algo me daba un poco de vergüenza.
- Dejemos que Stefi vaya con Gabriel, y nosotras vamos juntas, ya que no tenemos a nadie que nos quiera - dijo Lucía, y las tres estallamos en una carcajada.
En ese momento, Sol se unió a nosotras.
- Hola chicas - saludó, sentándose a nuestro lado - ¿Ya tienen pareja para la fiesta de fin de año?
- De eso mismo estábamos hablando - dijo Lili - Nosotras dos no - señaló a Lucía y luego a ella misma - pero Stefi sí la tiene. ¿Y tú?
- Obvio chicas que sí, iré con Joel - respondió Sol, refiriéndose a mi hermano. Era genial que fueran novios, aunque al principio me había costado un poco asimilarlo.
- Bueno chicas, es mejor que me vaya, si no llegaré tarde al bus - habló Lili, despidiéndose con un beso en la mejilla para cada una.
- Nos vemos - respondimos al unísono.
- Es mejor que nos vayamos - dije, poniéndome de pie.
- Sí, vamos - respondió Sol. Íbamos a mi casa, ya que Sol se quedaría allí con mi hermano.
- Stefi, tu príncipe azul está aquí - bromeó Lucía, con una sonrisa pícara.
- ¡Qué! - exclamé, los nervios empezaron a jugarme una mala pasada. Miré a mi alrededor, con la absurda esperanza de ver a Gabriel aparecer de la nada.
- ¿Enserio? ¿Dónde? - pregunté, mi corazón latiendo con fuerza.
- ¡Es joda! - gritó Sol, y las dos se echaron a reír, divirtiéndose con mi nerviosismo.
- Ese chico te tiene tremendamente mal - dijo Lucía, y solo pude sonreír, avergonzada.
- Las odio - dije, riendo también, a pesar de mi incomodidad.
- Esta vez no es joda, es que realmente está esperándote - dijo Lucía, pero esta vez no le di importancia, estaba segura de que seguía jugando.
- No me engañan esta vez - hablé con una mezcla de orgullo y desafío.
- Ohh - dijeron al unísono, y salieron corriendo.
- ¡Chicas! ¿Qué hacen? ¡Esperen! - grité, saliendo tras ellas. Pero en mi prisa, choqué con alguien bastante alto. Cuando alcé la vista para disculparme, mi cara se llenó de un rubor intenso. Era Gabriel. Me había visto hacer el ridículo ¡Que vergüenza! ¿Porque esto me sucedía a mi?