¿ROMEO?
Stefanía Lancaster
Me encontraba leyendo un libro, Lucía, exhausta, ya dormía, pero el sueño se resistía a mí. La luna, a través del balcón, bañaba la habitación con su suave luz, mientras el canto de los grillos creaba una serenata nocturna. De repente, un golpe seco en la puerta del balcón me sobresaltó. Mi corazón latió con fuerza al acercarme. Allí estaba Gabriel, su figura oscurecida por la penumbra, manchado de sangre.
- ¿Gabriel? ¿Qué haces aquí? - pregunté, la sorpresa grabada en mi voz.
- Vine a verte - respondió con una sonrisa pícara que contrastaba con la gravedad de la situación. La sangre en su rostro le daba un aspecto peligroso, pero a la vez, irresistible.
- ¿Cómo lo hiciste? - pregunté, aún incrédula.
- Con una escalera. Escalé tu balcón
- respondió con una sonrisa traviesa.
- ¿No me digas que ahora eres Romeo?
- bromeé, intentando disimular mi nerviosismo.
- Y tú, mi Julieta - replicó, acercándose con una mirada intensa que me dejó sin aliento. Su presencia, a pesar del peligro latente, era electrizante.
- Déjate de bromas, estás manchado de sangre. Vamos, que te curo - dije, intentando mantener la calma. La sangre parecía fresca, aún húmeda.
- No hace falta - protestó, pero su tono no era convincente.
- Claro que sí. Siéntate aquí - le indiqué, señalando mi cama. La habitación, con sus cortinas blancas y los peluches en el estante, parecía infantil, por lo que me dió algo de vergüenza. Pero en ese momento, con él allí, la habitación se sentía cálida, acogedora.
- Por cierto, linda habitación. Algo infantil, pero... - comentó, observando el espacio con una mirada divertida.
- Ay, no, me avergüenzas - dije, tapándome la cara con las manos, sintiendo mis mejillas arder. Su comentario, aunque hecho con una intención cariñosa, me hacía sentir vulnerable.
Me acerqué a la puerta y la tranqué con llave, para evitar que alguien entrara y viera a Gabriel. Entré al baño, buscando alcohol y algodón para limpiarle el labio cortado.
- Acércate - le dije, él me miraba con esos ojos penetrante que me hacía sentir un cosquilleo en el estómago. - Déjame de mirar así - le reproché, aunque en el fondo, me encantaba su atención.
- ¿Por qué? ¿Te pongo nerviosa?
- preguntó, acercándose un poco más.
- Por supuesto que no. ¿Por qué lo haría?
- respondí, tratando de sonar segura, mientras le limpiaba el labio con el algodón.
- Duele - se quejó, frunciendo el ceño.
- Te jodes. Eso te pasa por andar a golpes
- le dije, aunque mi tono era más suave de lo que pretendía.
- Por suerte, tengo una novia que me puede curar. ¿No es así? - me dijo, con una sonrisa pícara que me hizo sonrojar.
En ese preciso instante, escuchamos la voz de Joel.
- ¿Stefanía? - preguntó desde el otro lado de la puerta. Gabriel y yo nos miramos con preocupación.
- ¡Dime! - respondí, intentando sonar tranquila.
- ¿Puedo pasar? - preguntó Joel.
- Emm... me estoy cambiando - respondí, ganando tiempo.
- Me avisas cuando pueda - dijo Joel, su voz insinuando una leve sospecha.
- Vale - respondí, sintiendo un nudo en el estómago.
- ¿Qué hago ahora? - preguntó Gabriel en un susurro, su voz llena de ansiedad.
- Tienes que esconderte - le respondí en el mismo tono bajo.
- ¿Dónde? - preguntó, con desesperación.
- No sé... déjame pensar... - dije, buscando una solución rápida. Mis ojos se posaron en el espacio debajo de la cama.
- Debajo de la cama - murmuré, empujándolo suavemente hacia el lugar.
- ¿Qué? No, como que... - protestó, pero no tuvo tiempo de oponerse.
- No hay otra forma - dije, mientras él se metía a escondidas debajo de la cama.
- ¡Stefanía! - volvió a llamar Joel.
- Sí, ahora voy - dije, abriendo la puerta con una sonrisa forzada.
- ¿Por qué tardabas tanto? - preguntó Joel, observando la habitación con cautela. Su mirada recorrió cada rincón, como si sospechara algo.
- Estaba ocupada - respondí, mientras Joel seguía escudriñando la habitación. - ¿A qué venías? - pregunté, tratando de cambiar el tema.
- Quería hablar sobre lo sucedido, ya sabes, sobre Gabriel - dijo Joel, su voz seria, llena de una preocupación que me heló la sangre.
- Em... sí, mira, yo ya olvidé tu reacción
- dije, intentando disimular mi nerviosismo.
- Quiero decirte que tengas cuidado. Él no es quien parece ser - su tono lleno de advertencia. El miedo me recorría por dentro. Sabía que Gabriel podía ser impulsivo y delatarse que estaba allí.
- Está bien. Necesito dormir ahora - dije, deseando que se fuera.
- Bien, piensa lo que digo - dijo saliendo de la habitación. Cerré la puerta con un suspiro de alivio. Gabriel ya estaba mirándome, su rostro reflejaba una mezcla de culpa y miedo.
- Yo... lo siento. Es que a veces, Joel...
- comencé a decir, mi voz llena de arrepentimiento.
- Está bien - dijo, me senté a su lado, intentando tranquilizarlo.
- Quizás tenga razón - añadió Gabriel, con una mirada apenada.
- ¿Por qué dices eso? - pregunté, preocupada.
- Es que... Stefi, yo... no soy una buena persona. Me crié solo, prácticamente
- confesó, su voz quebrada por la emoción.
- ¿Y tus padres? - pregunté.
- Ellos jamás me quisieron, o eso es lo que creo. Cuando era niño, me encerraban durante largos periodos por portarme mal, pero solo era un niño que quería cariño. A veces dormía en la calle. Claro, era el hijo de uno de los empresarios más grandes de la ciudad, pero nadie sabía lo que pasaba realmente. Conocí a Sonia, creo que ya sabes quién es. Ella fue mi primera novia, pero solo quería mi dinero. Me metió en cosas oscuras, carreras ilegales... ella solo me destruyó. Un día, durante una carrera ilegal, ella cortó los frenos de mi coche. Tenía todo planeado con el otro corredor para hacerme perder y quedarse con lo mío. Y como ahora mismo me ves, con el labio partido... mi vida es así, está llena de conflictos - confesó, su voz llena de dolor y arrepentimiento.