UNA TORMENTA
Stefanía Lancaster
Tres semanas habían pasado desde el disparo. Había permanecido en cama durante esos días, un largo período de tedio interrumpido solo por la compañía de Lucía y Gabriel. Afortunadamente, mis padres ya conocían nuestra relación y la habían recibido con alegría. Hace tres días, finalmente, pude levantarme. Gabriel vino a verme; vimos películas, reímos, y pasé un tiempo maravilloso con él. Me sentía feliz, plena, por tenerlo a mi lado.
Entonces, mi teléfono vibró. Era Gabriel.
- Holaa Gabriel - respondí, mi voz llena de anticipación.
- Stefanía, necesitamos hablar - dijo él, su voz carente del entusiasmo habitual. Un escalofrío recorrió mi espalda.
- Vale, ¿dónde? - pregunté, tratando de sonar despreocupada, aunque la inquietud comenzaba a crecer en mi interior.
- En la cafetería de siempre, en media hora.
- Allí estaré - respondí, y me apresuré a arreglarme. Me puse unos shorts, un top y zapatillas, dejando mi cabello suelto. El nerviosismo me carcomía por dentro.
Al llegar a la cafetería, lo encontré sentado en nuestra mesa habitual. Su rostro era una máscara de tensión, sus ojos se encontraban oscuros y apagados. Me acerqué y le di un beso, pero su respuesta fue fría, distante.
- ¿Estás bien? - pregunté, mi voz llena de preocupación.
- Sí - respondió, pero su tono era monótono, sin convicción.
Pedimos mi postre favorito y café con leche. Intentamos hablar, pero la conversación era forzada, interrumpida por largos silencios incómodos. Su actitud era extraña, distante, como si una barrera invisible se hubiera interpuesto entre nosotros. Salimos de la cafetería tomados de la mano, pero la calidez habitual de ese gesto había desaparecido. Las calles estaban grises, amenazando lluvia.
- Stefanía, necesito decirte algo - finalmente habló, su voz grave y seria, mientras caminábamos en silencio. El aire se cargó de tensión.
- ¿Qué es lo que pasa? - pregunté, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Un mal presentimiento se apoderaba de mí.
- Yo... yo necesito... - suspiró profundamente, su cuerpo temblaba ligeramente - Debemos terminar.
Las palabras resonaron en mis oídos como un trueno, un golpe devastador que me dejó sin aliento. En ese instante, el cielo abrió sus compuertas y la lluvia comenzó a caer, empapándonos por completo. Un nudo se formó en mi garganta, impidiendo que pudiera respirar.
- ¿Qué? - dije, mi voz apenas un susurro, incrédula ante la magnitud de sus palabras. No podía procesar la información. No podía aceptar la realidad.
- Lo que he dicho - repitió, su voz apenas audible por encima del ruido de la lluvia - Siento... siento que no he podido superar a Sonia - confesó. Sus palabras cayeron sobre mí como un golpe, un puñal clavado en el corazón. - Sé que no es una excusa, pero es la verdad. Y no quiero seguir contigo sabiendo que no te puedo dar lo que mereces. Que no te puedo dar mi corazón entero.
Mis lágrimas comenzaron a brotar, mezclándose con el agua de lluvia que caía sobre mi rostro. Traté de contenerlas, de ocultar mi vulnerabilidad, pero era inútil. El dolor era demasiado intenso.
- ¡Eres un imbécil! ¡Jugaste conmigo! - exclamé, la rabia y la tristeza desbordándose en mi interior. Las palabras salieron como un grito ahogado por la lluvia y el dolor.
- Lo siento - dijo, pero sus disculpas sonaban vacías, inútiles.
- ¿Y dices "lo siento"? - pregunté, mi voz llena de incredulidad -¿Jugaste con mis sentimientos? ¿Así de fácil es para ti jugar con alguien? ¿Después de todo lo que hemos vivido?
- Yo... - Intentó hablar, pero lo interrumpí.
- Ni una palabra más - le dije, señalándolo con el dedo, las lágrimas corrían por mi rostro - Me di la vuelta y seguí caminando, dejando a Gabriel parado en la lluvia, solo y empapado, mientras yo huía de la realidad. La noche caía, la lluvia no cesaba, y mis lágrimas tampoco. El dolor era un torbellino que me arrastraba, me consumía. En ese momento, mi teléfono sonó. Era Lucía.
- ¿Dónde estás, Stefi? - preguntó, su voz llena de preocupación.
- Ya voy - respondí, mi voz apenas un susurro, el nudo en mi garganta impidiéndome hablar con claridad.
Al llegar a casa, mis padres no estaban. Joel y Sol estaban viendo una película. Subí a mi habitación, donde Lucía me esperaba.
- ¿Qué pasó? - preguntó, preocupada al verme empapada y desconsolada - Mira cómo estás, te enfermarás.
- Gabriel me terminó - dije, dejando que las lágrimas fluyeran libremente, sin contenerme. Lucía me abrazó, comprendiendo mi dolor.
- ¡¿Qué?! - exclamó, su voz llena de indignación.
- Sí - respondí, mi voz quebrada por el llanto - Según él, es porque no ha superado a su ex.
- ¡Es un miserable! Stefi, no llores. No te quiero ver así. Lo haremos pagar, ya verás.
- Justo cuando creía que estaba realmente feliz, él solo jugaba con mis sentimientos - mi voz llena de dolor y resentimiento.
- Stefi, no llores - Lucía me abrazó con fuerza - Encontrarás a alguien mejor. Y a él... lo haremos pagar, ya verás.
***
El sol, tímido y oculto tras un denso velo de nubes grises, apenas insinuaba su presencia. El aire, aún húmedo por la lluvia de la noche anterior, olía intensamente a tierra mojada. Charcos de agua reflejaban el cielo plomizo por todas partes. Abrí los ojos, secos y pesados por las lágrimas que habían fluido sin cesar hasta que el agotamiento me había sumido en un sueño intranquilo. Un vacío persistente, una necesidad de llorar de nuevo, me apretaba el pecho.
En ese momento, Lucía entró en la habitación con una bandeja cargada con un desayuno apetitoso: tostadas doradas, un bol de fruta fresca y una taza humeante de café.
- Para tí - dijo, colocando la bandeja sobre mi cama con una delicadeza.