ENTRE EL MIEDO Y LA ESPERANZA
Lucía
- No está por ninguna parte - dije, la voz me temblaba, el miedo comenzaba a apoderarse de mí. Stefanía había desaparecido, se había esfumado como si la tierra se la hubiera tragado.
- Tenemos que llamar a la policía - habló el señor Fernando, su rostro pálido, reflejo de su propia preocupación.
- Claro - respondió la señora Míriam, sus ojos llenos de lágrimas. La angustia era palpable en la mansión.
El miedo me carcomía. Si algo le pasaba a Stefanía... no podía ni pensarlo. Jamás tendría que haberme ido. Sin pensarlo dos veces, llamé a Gabriel. Quizás él sabía algo, quizás él podía ayudarnos.
- ¿Hola? - respondió él, su voz seca, distante, sin la calidez habitual. Un escalofrío recorrió mi espalda.
- ¿Tienes idea de dónde está Stefanía? - pregunté, las lágrimas amenazando con brotar de nuevo. Mi voz se quebró, traicionándome.
- ¡¿Qué?! ¿Stefanía no está? - su voz, por primera vez, reflejó sorpresa, aunque no podía estar seguro de si era genuina.
- No aparece desde hoy. Creemos que algo le ha pasado - respondí, intentando mantener la calma, a pesar del pánico que me invadía.
- No... no puede ser - murmuró, su voz casi inaudible. Le corté. Él, el imbécil que había destrozado a Stefanía, era responsable de esto.
El día se convirtió en una agonía. No había noticias de Stefanía. La desesperación se apoderaba de nosotros. La señora Míriam no dejaba de llorar, el señor Fernando estaba desolado, un espectro de su antiguo yo. Entonces, un mensaje, un mensaje inesperado, apareció en la pantalla del celular del señor Fernando. Todos nos acercamos, la tensión en el ambiente era casi palpable. El señor Fernando palideció, sus manos temblaban mientras leía el mensaje. Joel lo tomó, leyó el contenido y sus puños se cerraron con fuerza. La señora Míriam y yo lo leímos juntas, nuestras miradas fijas en el celular, incrédulas ante lo que veíamos. Las lágrimas brotaron de nuestros ojos.
El señor Fernando, con una furia descontrolada, agarró su arma y salió disparado de la casa. Asustadas, la señora Míriam y yo lo seguimos. Él arrancó su coche a toda velocidad. La señora Míriam tomó el suyo, y yo fui con ella, siguiéndolo. Cuando llegamos, nuestro destino era la casa de los Scott.
El señor Fernando irrumpió en la casa, irrumpiendo en la sala, la pistola en su mano, el pánico se apoderaba de nosotras. La escena era caótica.
- ¡¿Dónde está Gabriel?! - gritó el señor Fernando, su voz llena de furia.
- ¿Fernando, qué pasa? - preguntó el señor Scott, el padre de Gabriel, visiblemente alarmado.
- ¡Por culpa de tu hijo! ¡Han secuestrado a Stefanía! - gritó el señor Fernando, su voz cargada de rabia y dolor.
- ¡¿Qué?! - exclamó el señor Scott, su rostro pálido como la muerte.
- ¡¿Dónde está Gabriel?! - repitió el señor Fernando, su pistola apuntaba hacia el suelo, pero su mirada fija y amenazante.
- No... no lo sabemos - respondió la señora Rafaela, la madre de Gabriel, su voz temblorosa. El miedo se reflejaba en sus ojos.
- ¡Tienen este preciso momento para contactar o buscar a Gabriel, porque no soy responsable de mis actos! - gritó Fernando, su voz llena de amenaza.
La señora Rafaela comenzó a llamar a su hijo, al igual que su marido. El mensaje revelaba la verdadera cara de Gabriel, sus verdaderas intenciones. Había quedado en shock al leer el mensaje. Esto no podía estar pasando.
- ¡No responde! ¡Maldición! - gritó el señor Scott, la desesperación se comenzaba apoderar de él.
En ese momento, el celular de la señora Míriam sonó. Era la policía. Todos quedamos en silencio, escuchando atentamente.
- ... Hemos encontrado rastros - dijo la voz por el celular.
Todos salimos disparados hacia el lugar indicado. Los señores Scott, aún en estado de shock, nos siguieron, sin tener idea de la verdadera naturaleza de su hijo, de la verdadera magnitud del daño que había causado. La búsqueda había comenzado, y la carrera contra el tiempo había empezado.