UNA MÁSCARA
Stefanía Lancaster
- Stefanía... te amo - fueron sus últimas palabras, sus ojos se cerraron lentamente. Un grito desgarrador escapó de mis labios.
- ¡No! ¡Gabriel! - Me levanté con desesperación, impulsada por una fuerza primitiva, y me acerqué a uno de los hombres que yacían inertes en el suelo, sus ropas estaban ensangrentadas. Busqué frenéticamente en los bolsillos de su chaqueta, pero no encontré nada. Mis manos temblorosas registraron los bolsillos de sus pantalones, hasta que finalmente, en uno de ellos, encontré un celular. Con las manos tiritando, llamé a Lucía, mi voz era apenas un susurro entrecortado por el llanto.
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La atmósfera en el hospital era una mezcla de caos y tensión.
- ¡Urgente! Tenemos un paciente en estado grave, ha perdido mucha sangre - resonó la voz del enfermero. Corrí hacia la sala de emergencias, un torbellino de batas blancas y rostros tensos. Gabriel fue llevado a una sala, y las puertas se cerraron con un golpe seco que resonó en el silencio expectante.
- Lo siento, no puede pasar - dijo el enfermero, su rostro impasible.
Me sentí desplomarme. El peso del mundo cayó sobre mis hombros, aplastándome contra la fría pared. Caí al suelo, el cuerpo me temblaba incontrolablemente. Lucía se arrodilló a mi lado, envolviéndome en un abrazo cálido y protector. Mis padres, junto a los de Gabriel, estaban allí, sus rostros reflejaban la misma angustia que me consumía. Miré mis manos, cubiertas de sangre coagulada, una imagen grotesca que se grabó en mi memoria. En ese momento, Sonia apareció, su rostro contorsionado por la ira.
- ¡Todo es tu culpa! - gritó Sonia, sus palabras caían como cuchillos.
- ¿Qué? ¡Yo no hice nada! - respondí, la incredulidad y la indignación luchaban por salir.
- ¿Y te atreves a decir que no has hecho nada? - Sonia sonrió con amargura. Si Gabriel está ahí dentro - señaló la puerta de la sala de cirugía - peleando por su vida, es solamente por tu culpa.
Me mantuve firme, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir. No me permitiría mostrar debilidad ante su acusación.
- ¡Yo no tengo la culpa de nada! - dije con firmeza, aunque mi voz temblaba ligeramente. Lucía se mantuvo a mi lado.
- Tranquila, verás que todo estará bien,
- me consoló Lucía, su voz suave como un bálsamo, aunque ambas sabíamos que era una afirmación difícil de creer.
Las horas se estiraban, interminables, mientras Gabriel permanecía en cirugía. El silencio del hospital era opresivo, roto solo por el tictac implacable del reloj. Mi desesperación crecía con cada minuto que pasaba. Mis padres se acercaron, sus rostros marcados por la preocupación y la impotencia.
- Stefanía, es mejor que vayamos a casa
- sugirió mi padre, su voz era suave pero firme.
- No... No puedo - respondí, apenas un susurro.
- No estás bien, has estado secuestrada, necesitas descansar - insistió mi madre.
- Me quedaré aquí - respondí, mi mirada fija en la puerta de la sala de cirugía. De repente, mi mirada se cruzó con la de Sonia, que me fulminaba con una mirada llena de odio.
- Stefanía, mañana vendrás. Es tarde, necesitas descansar - volvió a hablar mi padre, comprendiendo que no cedería fácilmente. Me levanté, sabiendo que si me negaba, insistirían hasta que finalmente cediera agotada.
***
Al salir del despacho del policía, después de una declaración agotadora, encontré a mis padres esperándome.
- Stefanía, es mejor que hablemos ahora
- dijo mi padre, su voz seria. Asentí, sintiendo un nudo en la garganta.
- Lo hemos pensado, y hemos decidido que no es buena idea que continúes con Gabriel - dijo mi madre, su voz cargada de pesar.
- ¿Qué? - exclamé, la sorpresa grabada en mi rostro.
- Él no es un buen chico para ti, tiene una vida bastante oscura. Cuando... - mi padre suspiró - ...cuando te secuestraron, nos llegó un mensaje en la cual relataba todo lo que es realmente.
Una punzada de dolor recorrió mi cuerpo. Sabía que Gabriel no era quien yo creía que era. No conocía todos los detalles de su vida, pero las imágenes de Gabriel con el hombre que me había secuestrado se agolpaban en mi mente, pintando un cuadro oscuro y turbio.
- Pero yo lo quiero, no puedo... - susurré, la voz se me quebraba por la angustia.
- Sabemos que es difícil, pero te acostumbrarás... - dijo mi madre, intentando consolarme.
- ¿Cómo me pueden pedir algo así?
- pregunté, alejándome de ellos, la desesperación se apoderaba de mí.
- Stefanía, por favor - suplicó mi madre. Me di la vuelta, los ojos los tenía llenos de lágrimas.
- Saben que lo que me están pidiendo no será posible.
Llegamos al hospital. Sonia y los padres de Gabriel estaban allí, esperando noticias, sus rostros reflejaban la misma angustia que me consumía. Gabriel estaba en terapia intensiva, su estado era crítico, visible solo a través de la ventana de la sala. Mis padres se habían ido a la empresa, dejándome sola con mis pensamientos y mi dolor.
Caminé hacia los baños, necesitando lavarme la cara, limpiar la suciedad y el cansancio acumulados. Me lavé la cara, pero el agua no logró limpiar la angustia que me oprimía. De repente, la luz del baño se apagó. Un silencio sepulcral me envolvió, interrumpido solo por el latido de mi corazón. Me pareció extraño, y caminé hacia la salida, pero la puerta estaba cerrada.
- ¿Hay alguien allí? - pregunté, con una mezcla de miedo y desesperación. De repente, sentí una mano fría y fuerte taparme la boca, impidiéndome respirar. Intenté escapar, pero era inútil. La oscuridad me envolvió, y lo último que escuché fue una voz susurrando;
No todo en la vida es tan fácil.
***