Decisiones Cruzadas

Capítulo 32

ESPERANZA PERDIDA

Lucía

La llamada a Stefanía quedó en el vacío, un silencio que se convirtió en un grito en mis oídos. El miedo, frío y punzante, se instaló en mi pecho. ¿Qué le habría pasado?
Estábamos en el hospital, un ambiente cargado de una tensión sofocante. Gabriel, aunque fuera del peligro inmediato, seguía débil, inconsciente, una sombra de sí mismo. La última vez que vi a Stefanía fue hoy en la mañana en la mansión. Sus padres estaban trabajando, ajenos a la pesadilla que se cernía sobre nosotros. No quería alarmarlos, pero la incertidumbre me oprimía. Sonia estaba allí, en el hospital, junto a los padres de Gabriel.
Todos compartiendo una mezcla de alivio por Gabriel, en mi interior crecía un terror creciente por la ausencia de Stefanía. Una sensación oscura, un presentimiento de desgracia, me envolvía. La noche caía, y Stefanía seguía desaparecida. Su teléfono parecía apagado; le había dejado varios mensajes, pero sin respuesta. El silencio era ensordecedor.

El doctor salió de la habitación de Gabriel. La tensión en la sala de espera era palpable. Todos nos acercamos, expectantes.

- Se encuentra fuera de peligro, pero todavía hay riesgos - anunció el doctor, su voz grave, profesional, pero incapaz de ocultar la gravedad de la situación.

- ¿Ha despertado? - preguntó Rafaela, la madre de Gabriel, con una mezcla de esperanza y temor en su voz.

- No por el momento - respondió el doctor, antes de retirarse. Su breve respuesta dejó un vacío de incertidumbre que se extendía como una mancha de tinta.

- Gracias - susurró Sonia, dirigiéndome una mirada que no me daba confianza.

Sentía una punzada de culpa; mi preocupación por Stefanía eclipsaba cualquier otro sentimiento.

En ese momento, la señora Miriam y el señor Fernando Lancaster entraron, sus rostros pálidos y preocupados. Tras un breve intercambio de palabras con los señores Scott, se acercaron a mí. La espera se había vuelto interminable.

- ¿Y Stefanía? - preguntó la señora Lancaster, su voz apenas un susurro, pero lleno de una angustia palpable.

Un nudo se formó en mi garganta. No sabía qué decir. Las palabras se me escapaban como arena entre los dedos.

- Em... no lo sé - balbuceé, sintiendo la mirada penetrante del señor Fernando, buscando respuestas que ni yo misma tenía.

- ¿Dónde está? - insistió la señora Miriam, su voz quebrada por la desesperación. La imagen de su hija, ausente, la estaba desgarrando.

- No lo sabemos. La he llamado varias veces, pero no contesta. La última vez que la vi fue esta mañana en la mansión - respondí, observando cómo la señora Lancaster comenzaba a marearse. Rápidamente la sujeté, evitando que se desplomara al suelo.

- Stefanía... no... ¿Y si... si algo le ha sucedido? - dijo la señora Lancaster, con la respiración entrecortada, presa del pánico. El miedo se apoderaba de ella, un miedo visceral y aterrador.

- Buscaré una enfermera - dije, corriendo por los pasillos del hospital.

La señora Miriam fue llevada a una habitación, donde le dieron un tranquilizante para calmar su angustia. El señor Fernando, desesperado, continuaba llamando a Stefanía sin éxito. De repente, un mensaje llegó a su celular. Era anónimo, frío y amenazante.

Mensaje nuevo; Desconocido
Stefanía está bien por ahora... No se les ocurra llamar a la policía, ya que no tendré piedad por ella.

El señor Fernando salió corriendo del hospital, subiendo a su auto con una velocidad imprudente. Intenté detenerlo, pero fue en vano. Mi corazón latía con fuerza. Stefanía estaba en peligro. Me quedé a cuidar a la señora Miriam, sin saber qué le diría cuando despertara, el peso de la responsabilidad me aplastaba.

La noche cayó, fría y oscura, como un presagio de desgracia. La señora Lancaster despertó, y al enterarse del mensaje anónimo, se levantó de la cama con una fuerza sobrehumana, decidida a buscar a su hija. Intenté detenerla, los enfermeros también, pero fue inútil.

Cuando llegamos a la mansión el señor Fernando ya había reunido a un grupo de hombres armados. La señora Miriam lloraba desconsoladamente, su llanto resonaba en la silenciosa mansión. Yo también estaba desesperada, intentando tranquilizarla, pero era una tarea imposible. El miedo nos unía, un lazo invisible que nos ataba a la misma tragedia.

- ¡Revisen... busquen por cada maldito lugar de la ciudad! - gritó el señor Fernando, su voz resonó en la sala, llena de desesperación y rabia.

- Sí, señor - respondieron los hombres al unísono, antes de dispersarse en varias camionetas, sus luces rasgando la oscuridad de la noche.

- Yo voy contigo, Fernando - dijo la señora Miriam, con una determinación férrea, dispuesta a enfrentarse a cualquier peligro.

- No... puede ser peligroso... hay algo más oscuro aquí... - dijo Fernando, intentando contener a su esposa, consciente de los riesgos.

- ¡Pero es mi hija la que está en peligro! - gritó ella, estallando en un nuevo llanto, haciendo que yo también me desmoronara. La desesperación era un torrente imparable.

- Miriam - dijo Fernando, tomándola por los hombros, intentando transmitirle algo de calma - todo estará bien. La encontraremos...

***

Dos semanas pasaron. Stefanía no había aparecido. Habían buscado por todas partes, pero sin resultados. La desesperación se había convertido en una constante, un peso insoportable que se cernía sobre nosotros. Cuatro días antes, Lili me llamó para decir que Gabriel había despertado. Miriam dormía; le pedí a Mabel que la cuidara.
Fui al hospital. Todos estaban con Gabriel. Al entrar, me miró; lo miré con seriedad. Sabía que, aunque débil, él era responsable de lo que le estaba sucediendo a Stefanía. Cuando todos salieron, me acerqué. Sabía que preguntaría por ella, algo que me aterraba.




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