Decisiones Cruzadas

Capítulo 33

LA FUGA

Gabriel Scott

El latido metálico de las máquinas me tenía prisionero, pero mi cuerpo, a pesar de la debilidad, renegaba de esa prisión. Arranqué los cables que me sujetaban, ignorando el dolor agudo que recorrió mi cuerpo. Me levanté rápidamente, dejando a Lucía atrás, sus súplicas perdidas en el ruido de mi huida.

- Basta, por favor - rogó, su voz llena de desesperación. Ignoré su llamado. Necesitaba encontrarla. Necesitaba a Stefanía. Busqué mi ropa, la sangre manando de mi brazo izquierdo, una herida que ignoré por completo.

Me vestí con rapidez, la capucha de mi sudadera ocultaba mi rostro. Al salir del baño, Lucía estaba allí, su mirada llena de preocupación.

- No estás bien, necesitas descansar...- dijo, su voz suave pero firme, intentando detenerme.

- Basta Lucía - respondí, pasando por su lado, ignorándola. No había tiempo para explicaciones, ni para descanso. Solo había poco tiempo para encontrarla.

Abrí la puerta con cuidado. El pasillo estaba vacío. Respiré hondo, el aire frío del pasillo fue un alivio momentáneo. Me crucé con un doctor, que me miró sin detenerse, afortunadamente. Una enfermera, sin embargo, me observó con insistencia, así que aceleré el paso, dejando atrás a Lucía. Necesitaba llegar a Isaac.

Un taxi me llevó a casa de Isaac. Su sorpresa al verme fue evidente.

- Amigo, ¿qué haces aquí? ¿No tienes que estar en el hospital? - preguntó, su voz llena de incredulidad.

- Me escapé - respondí, mi voz seria, sin espacio para explicaciones.

- ¿Cómo? ¡Estás loco! - exclamó, su tono mezclado de preocupación y asombro.

- Isaac, necesito el revólver. ¿Dónde está? - Mi voz era un comando, mi determinación inquebrantable.

Isaac sonrió, una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su preocupación.

- ¿Para qué la quieres? - preguntó, su curiosidad luchando contra su preocupación por mi estado.

- No preguntes, dámelo. Es urgente - Mi respuesta fue tajante, mi impaciencia creciendo con cada segundo que pasaba.

Fue a un lugar secreto, un compartimento oculto tras un cuadro. Me entregó el revólver; lo guardé en mi cintura, el peso frío del metal un extraño consuelo. Me dio las llaves de su deportivo; salí de la casa sin mirar atrás.

El motor rugió a mi alrededor. Conducía a una velocidad máxima, las calles borrosas, un torbellino de luces y sombras. Tenía que encontrarla. Tenía que encontrar a Stefanía.

¿Quién le habría hecho eso? Había matado a Conti no podía ser. Tenía enemigos, muchos, pero ninguno se atrevía a desafiarme abiertamente. Yo nunca mostraba piedad, y ellos lo sabían. Un dolor agudo, punzante, recorrió mi costado, el lugar donde la bala me había alcanzado. Lo ignoré. El dolor físico era insignificante comparado con el dolor que me carcomía por dentro, el dolor de la incertidumbre, el dolor de la pérdida inminente. El dolor de no saber dónde estaba Stefanía. Tenía que encontrarla. Tenía que saber qué había pasado. Mi cuerpo gritaba por descanso, pero mi mente estaba obsesionada con una sola cosa: encontrar a Stefanía, cueste lo que cueste. El revólver en mi cintura era un recordatorio de la violencia que estaba dispuesto a usar para lograrlo.

Lucía

- ¿Dónde está Gabriel? - la pregunta de Sonia resonó en mis oídos, aguda y acusadora. Su voz, llena de una furia descontrolada, me golpeó como una bofetada. El pánico comenzó a apoderarse de mí, un frío escalofrío recorrió mi espalda. No sabía a dónde se había ido Gabriel. De verdad que no lo sabía.

- ¡No lo sé! - respondí, mi voz perdida en la tormenta que se desataba a mi alrededor.

- ¡Eres tú la última que estuvo con él! - La culpa, aunque injusta, comenzaba a carcomerme.

- ¡Pero no tengo idea de dónde carajos se ha metido! - Mi desesperación era evidente, pero Sonia parecía incapaz de escucharla. Su ira era un torrente imparable.

- ¡Esto es tu culpa! ¡Eres igual que la zorra de tu amiguita! - Sus palabras me hirieron profundamente. No solo estaba acusándome de la desaparición de Gabriel, sino que también estaba atacando a Stefanía, mi mejor amiga. La sangre me hirvió.

- ¡Cállate! ¡A ella no la tratas así! - Grité, mi voz llena de rabia. Me levanté de golpe, dispuesta a defender a Stefanía, dispuesta a enfrentarla. Pero una enfermera me detuvo, sujetándome con fuerza por los brazos. La furia me cegaba.

- ¡¿A qué no es verdad?! Por culpa de esa niñita, a Gabriel le está sucediendo esto - Las palabras de Sonia, crueles y despiadadas, me golpearon con la fuerza de un puñetazo. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía culpar a Stefanía de esto?

- ¡¿Qué?! ¡Por culpa de ese idiota, mi amiga está así! - Mi voz se quebró, las lágrimas amenazando con brotar. La injusticia de la situación era insoportable. Gabriel, con su comportamiento errático y sus decisiones impulsivas, era el único responsable de la situación.

- ¡Claro que no! ¡Desde que Gabriel conoció a esa tonta, ha cambiado! - Sonia se aferró a su acusación, su voz llena de veneno.

- ¡A ella no la tratas de tonta! - Esta vez, mi fuerza fue mayor. Me solté de la enfermera, mis manos temblaban de ira. Me lancé hacia Sonia, dispuesta a arrancarle los pelos.

- ¡Ay! ¡Ayuda! - Gritó, su voz llena de terror. La escena se volvió caótica.

- ¡Vuelves a tratar de tonta a Stefanía y te arrepentirás! - Grité, mi voz resonaba en el pasillo del hospital. La adrenalina me recorría las venas.

- Tú me las pagarás - Me dijo, señalándome con el dedo, su rostro retorcido por la ira. Pero su amenaza se perdió en el ruido de mi propia furia.

- ¡Que miedo tengo! - Grité, con sarcasmo, observándola alejarse. La adrenalina me mantenía en pie, pero la angustia comenzaba a apoderarse de mí.

No pasaron ni diez minutos cuando la policía llegó, buscando a la persona que había agredido a Sonia. No podía creerlo. Esa mujer, con su furia ciega, me había acusado con la policía. La injusticia de la situación me aplastaba. No solo estaba lidiando con la desaparición de Gabriel y la angustia por Stefanía, sino que ahora también me enfrentaba a una acusación policial.




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