Decisiones Cruzadas

Capítulo 35

ENCUENTROS

Stefanía Lancaster

Estaba en un lugar oscuro, rodeado de personas que se reían cruelmente en mi cara mientras yo permanecía atada. Sonia, con una risa estridente, se burlaba sin piedad. Las lágrimas corrían por mi rostro, mi corazón latía con fuerza desbocada, la respiración se me cortaba en cada jadeo. De repente, la imagen brutal de mí misma asesinando a uno de esos hombres irrumpió en la pesadilla, una escena tan vívida que me dejó sin aliento.

Un sobresalto me sacó del sueño. La puerta de la habitación se abrió, inundando el espacio con una luz tenue que me devolvió lentamente a la realidad. Mis manos estaban empapadas de sudor, mi respiración agitada y entrecortada.

- Tranquila, fue solo una pesadilla - dijo Santiago, su voz suave y tranquilizadora. Asentí con la cabeza, incapaz de articular palabra alguna. - Te traeré un vaso de agua.

- Gracias - musité, la voz apenas un susurro.

Santiago regresó al instante con un vaso de agua fresca. Lo tomé con avidez, bebiendo a pequeños sorbos para calmar la sed que me abrasaba la garganta. El se sentó a mi lado. No lo conocía pero tenía cara se ser buena persona.

- Necesito... necesito encontrar a mis padres - dije con dificultad, la angustia me oprimía el pecho. No tenía mi celular, ni idea de dónde estaba.

- Te ayudaré. Todo estará bien - me aseguró, su mirada llena de una comprensión que me reconfortó. Asentí, aferrándome a sus palabras como a un salvavidas.

El resto de la noche fue una lucha contra el insomnio. Permanecí despierta, la pesadilla aún resonaba en mi mente. Al amanecer, al salir de la habitación, me encontré con un desayuno sencillo pero apetitoso. Santiago me sonrió con amabilidad.

- Es para ti - dijo, su gesto cálido y reconfortante. - Y te traje ropa para que te cambies - añadió, entregándome una bolsa.

- No hacía falta - dije, aunque agradecí el gesto.

- Para mí sí - respondió él con una sonrisa.

- Iré a cambiarme y vuelvo.

- Te espero.

Las prendas que encontré en la bolsa eran hermosas, perfectamente a mi medida. Al salir, Santiago me miró con una expresión que no supe interpretar del todo.

- Te queda hermoso - dijo, y un rubor invadió mis mejillas.

- Gracias - repetí, sintiendo una extraña mezcla de nerviosismo y agradecimiento.

Desayunamos juntos en un silencio cómodo, roto solo por el tintineo de las cucharas contra las tazas. La comida estaba deliciosa; hacía mucho que no probaba algo tan sabroso. Mientras comía, la nostalgia por mis padres, por Lucía, y ese sentimiento inexplicable por Gabriel, me invadió. No sabía qué había pasado con él, qué había ocurrido en realidad. La confusión, el miedo, la culpa por las muertes que había presenciado y por las que yo misma había sido responsable, me carcomían por dentro. La policía seguramente no tardaría en llegar, y ese pensamiento me aterraba. El peso de la culpa y el miedo a lo desconocido se cernían sobre mí como una tormenta inminente. Necesitaba encontrar a mis padres, pero también necesitaba entender lo que había sucedido, confrontar mis demonios y, quizás, encontrar un poco de paz.

Lucía

- ¡Stefanía! - grité, la emoción desbordando en mi voz al escuchar su nombre. Miriam y Fernando, que estaban sentados en el sillón, se levantaron al instante, sus miradas llenas de expectativa. - ¿Dónde estás? ¡Iremos por ti!

Miriam, con la voz entrecortada por la emoción, pidió hablar con ella.

- Stefanía, ¿dónde estás? ¿Estás bien? - preguntó, las lágrimas brillaban en sus ojos.

- Estoy bien - respondió Stefanía, aunque su tono resonaba algo triste, como si la distancia y el sufrimiento se adhirieran a sus palabras.

- Iremos por ti, ¿dónde te encuentras? - insistí, sintiendo la urgencia de tenerla de vuelta.

- Les mandaré la dirección - dijo, y una sensación de alivio comenzó a apoderarse de mí mientras esperaba su mensaje.

En cuanto recibí la dirección, no perdimos un segundo. Miriam, Fernando y yo nos apresuramos a salir. La ansiedad y la esperanza se entrelazaban en mi interior, cada kilómetro que recorríamos me acercaba un poco más a ella. Finalmente, al llegar, el corazón me dio un vuelco al ver a un joven de cabello castaño y ojos verdes que estaba con Stefanía.

Cuando nos vimos, fue un encuentro desbordante de emociones, abrazos y lágrimas. La vi, y el dolor se apoderó de mí al comprobar que estaba lastimada. No podía evitar que mi corazón se rompiera al ver su estado. Su rostro, una sombra de la Stefanía que conocía, estaba más delgado, sus ojos reflejaban una tristeza que no había visto antes.

- Los he extrañado tanto - confesó ella, y en ese momento, vi cómo una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla.

- Nosotros también te hemos extrañado - habló Miriam, abrazándola nuevamente.

- ¿Quién es él? - pregunté, mirando al joven que estaba a su lado.

- Él es Santiago - respondió Stefanía, su voz un poco más firme. - Fue quién me ayudó.

Santiago sonrió, pero su mirada era seria.

- Solo he hecho lo que cualquier persona haría en su situación - dijo modestamente.

- Gracias por cuidar de ella - le dije sintiendo una mezcla de gratitud y curiosidad.

Stefanía nos miró, sus ojos brillaban con una mezcla de esperanza y temor.

Stefanía Lancaster

Cuando llegamos a la mansión, una oleada de alivio me invadió. Estar de vuelta en un lugar familiar me daba una sensación de seguridad que no había sentido en mucho tiempo. Sin embargo, al cruzar el umbral de mi habitación, un recuerdo doloroso se apoderó de mí: Gabriel trepando la ventana, su sonrisa encantadora y su mirada persuasiva. Me dolía tanto recordar esos momentos. Aunque sabía que nunca había sido una buena persona, había sido fácil dejarme llevar por su carisma.




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