EL MISTERIO DE LISANDRO
Stefanía Lancaster
- Me avisas - me dice Lucía, su voz baja y llena de preocupación - No confío en ese chico.
- Tranquila - respondo, tratando de sonar más segura de lo que me siento - He hablado con mis padres, y me aseguran que es de confianza. Han revisado su currículum.
Lucía sigue frunciendo el ceño, su desconfianza palpable.
- No me fío ni un pelo, pero... bueno, ya está.
Salgo de la mansión, la opulencia de la casa contrastando con la inquietud que me carcome. El enorme portón de hierro forjado se cierra tras de mí con un sonoro chasquido, amplificando el silencio que me rodea. Subo a la camioneta, deslizándome en el asiento de cuero trasero. El chófer, permanece impasible, sus manos aferradas al volante. El silencio se prolonga, pesado e incómodo. Comienzo a preguntarme si será mudo.
El recorrido es lento, la ciudad se extiende ante mis ojos como un telón de fondo borroso. El lujo de los edificios se mezcla con la decadencia de las calles más oscuras, reflejando la dualidad que siento en mi interior.
- Disculpa - le digo finalmente, mi voz apenas un susurro en el espacio confinado de la camioneta - ¿Podrías parar aquí? - Señalo una elegante boutique, su escaparate iluminado mostrando prendas de alta costura.
- Sí, señorita - responde, su voz profunda y grave resonaba inesperadamente. Era una voz... familiar. Un escalofrío recorre mi espalda. ¿De dónde lo conozco?
Bajo de la camioneta y entro en la boutique. El aroma a cuero fino y perfumes exóticos me envuelve. Estoy un rato eligiendo prendas, termino por escojer un vestido rojo corto muy elegante, y unos tacones de aguja del mismo color que convinaran. Necesitaba algo nuevo, que me haga sentir diferente, que me ayude a olvidar, aunque sea por un rato. Olvidar la opresión que me ahogaba. La fiesta con la iría con Miguel se acercaba y quería lucir radiante, aunque por dentro me sienta desgarrada.
Al salir, Lisandro me observa con una intensidad que me incomoda. Sus ojos oscuros parecen penetrar en mi alma, y siento una punzada de miedo.
- ¿Qué miras? - le pregunto, mi voz apenas un susurro, mi incomodidad crecía con cada segundo. Él solo hace un gesto vago con la mano, como si no hubiera hecho nada. Su silencio me inquieta más que cualquier respuesta.
El viaje continúa, el silencio entre nosotros cargado de una tensión palpable. Llegamos al café donde he quedado con Miguel. El aroma a café recién hecho y el murmullo de las conversaciones me ofrecen un respiro momentáneo, pero la sensación de ser observada persiste. Lisandro parece estudiar a Miguel con una expresión de disgusto evidente en su rostro. ¿Lo conocerá? ¿Qué le pasa? La inquietud se instala en mi estómago como una mariposa nerviosa.
Bajo de la camioneta y entro al café, pero la presencia de Lisandro detrás de mí me recuerda que la tranquilidad es solo una ilusión.
- ¿Acaso eres mi guardaespaldas? - le pregunto, mi voz más firme ahora, con una mezcla de irritación y curiosidad.
- Lo siento, señorita. Pensé... - balbucea, su rostro mostraba un atisbo de confusión.
- Está bien - digo, intentando sonar más tranquila de lo que me siento. Él se vuelve y se aleja, pero la sensación de que me vigila permanece.
Miguel me da un beso en la mejilla, su sonrisa cálida y reconfortante. Nos sentamos a tomar un café, hablando de la fiesta de Martina, una fiesta enorme en su casa, una celebración que se avecina. Pero no puedo evitar mirar por la ventana, la imagen de Lisandro, inmóvil, observándonos, me impide disfrutar del momento.
- El nuevo chófer es... extraño - comenta Miguel, observando mi inquietud.
- Bastante - murmuro, sintiendo un nudo en la garganta.
Al salir, Miguel toma mi mano, pero una tos seca nos interrumpe. Lisandro. Otra vez.
- ¿Qué? - pregunto, mi paciencia estaba llegando a su límite.
- El señor Fernando me ha llamado. Dice que ya debe regresar usted a casa - habla Lisandro, su mirada fija en mí. Miguel arquea una ceja, intrigado.
- ¿Mi padre? ¿Llamarte a ti? - pregunto, incrédula. Lisandro asiente. - ¿Por qué no me llamó directamente a mí?
- Solo cumplo con mi trabajo, señorita - responde con frialdad.
Saludo a Miguel con un beso rápido en la mejilla, la sensación de que algo anda mal, muy mal, se intensifica con cada segundo. Vuelvo a la camioneta, la tensión en el aire es palpable.
- ¿Es su novio? - pregunta Lisandro, rompiendo el silencio.
- Es complicado - respondo, evadiendo la pregunta. La verdad es que nuestra relación es una maraña de emociones confusas.
- No debería confiarse en él. No me parece una buena persona - dice Lisandro, su voz firme y seria. Hay algo en su tono que me hace dudar.
- Sí que lo es - respondo, mi tono cortante, defendiendo a Miguel, aunque una pequeña parte de mí se pregunta si Lisandro tiene razón.
- Solo le advierto, señorita. Su seguridad es mi responsabilidad.
- No hace falta que me adviertas. Sé lo que hago - digo, pero la duda persiste en mi mente. La sombra de Lisandro, y la sensación de que algo se oculta, se cierne sobre mí. ¿Quién es realmente este hombre?
Gabriel Scott
Gabriel Scott. El nombre resuena en mi mente, un eco del pasado que se niega a silenciarse. Stefanía con Miguel... celos, celos son los que siento, me golpean como un puñetazo. ¿Tan rápido me había olvidado? Yo no la he olvidado. ¿Dónde está ese chico frío y sin corazón que alguna vez fui? Ahora, fingiendo ser un simple chófer, solo para verla, para estar cerca de ella, aunque sea a la distancia. Pero ella... ella ya parece estar en otra relación. No lo permitiré. No lo haré. No dejaré que salga con ese... imbécil.
- No debería confiarse en él - le digo a Stefanía, mi voz apenas un susurro en la oscuridad de la camioneta, mientras la observo a través del espejo retrovisor. - No tiene buena pinta de ser una buena persona.