Decisiones Cruzadas

Capítulo 37

PELIGROS

Gabriel Scott

Entro en mi habitación. Es pequeña, austera, era una celda comparada con las suites de lujo que ocupan los Lancaster. Me quito el traje, la tela sofocante pegada a mi piel como una segunda capa. Lo arrojo sobre una silla, deseando despojarme también de la identidad que me representa. Me dejo caer sobre la cama, el colchón delgado y poco confortable. Enciendo la televisión. La barba, me picaba la piel. No me la podía sacar; la apariencia de Lisandro debía mantenerse intacta. El estómago vacío me recuerda que debo cenar.

Bajo a la cocina, moviéndome con cautela. Me siento en una esquina, tratando de ser invisible. Desde aquí, alcanzo a escuchar fragmentos de la conversación en la sala.

- Tengo algo que comentarles - dice Stefanía, su voz suave pero firme - Mañana vendrá Miguel a cenar con nosotros.

Un puñal helado me atraviesa el pecho. Aprieto los puños, conteniendo la rabia que me hierve por dentro. No puede estar pasando.

- ¡Qué maravillosa idea, Stefanía! -exclama su madre, con una alegría que me resulta nauseabunda -. Siempre es un placer tener a Miguel.

Quiero seguir escuchando, pero Mabel irrumpe, llenando el espacio con sus incoherencias. Sus gestos y señas son indescifrables para mí, pero mi mente está fija en una sola cosa: Stefanía y Miguel. La imagen me quema, me consume.

Me levanto de golpe, abandonando la cena. Necesito salir de aquí. He quedado con Isaac. Subo las escaleras, cada paso un martillo golpeando mi cráneo. Mi habitación estaba al fondo del pasillo, apartada del resto. Al doblar la esquina, me encuentro con Stefanía. Le ofrezco una sonrisa cortés, pero sus ojos son fríos, distantes. Me observa con una intensidad que me incomoda.

- Necesito que me lleves a algún lugar - dice, su voz seca, tajante. ¿Por qué ahora?

- La espero abajo.

Entra en su habitación. Dudo un instante. ¿Debo ir con Isaac? ¿O debo seguir a Stefanía? La posibilidad de que se encuentre con Miguel me paraliza.

Busco las llaves, me pongo la chaqueta, me arreglo un poco para disimular mi verdadera identidad. Bajo y espero en la camioneta. Los minutos se alargan, infinitos. Finalmente, ella aparece, abriendo la puerta trasera.

- ¿A dónde la llevo? - pregunto, mi voz era lo más neutra posible.

- Llévame al hospital - responde, con frialdad.

Enarco una ceja. ¿Por qué querría ir al hospital?

- ¿Sucede algo? ¿Está bien? - pregunto, mi preocupación auténtica, a pesar de mi disfraz.

- No - dice ella, secamente.

- ¿Y entonces, por qué irá allí? - pregunto, atreviéndome a desafiarla.

- Es por un amigo - responde, su voz apenas un susurro.

Un amigo. ¿Un amigo? ¿Tiene amigos hombres? La idea me produce una punzada de celos, una sensación oscura y desagradable.

- ¿Un amigo? - repito, en voz alta, luchando por controlar mi tono.

- Sí, un amigo. ¿Qué tiene de sorprendente?

- No... nada - miento, con dificultad. Ella parece aceptar mi respuesta, y se queda callada durante el trayecto.

Al llegar al hospital, baja de la camioneta con una urgencia desesperada. ¿Qué diablos está pasando? No lo entiendo. Bajo también, siguiéndola a distancia. Veo cómo se dirige a la recepción, preguntando por Miguel Woods. Mierda. ¿Tan rápido se ha olvidado de mí por ese imbécil? ¿Tanto le importa ese inútil?

Regreso a la camioneta y me dirijo a casa de Isaac. Lo encuentro bebiendo cerveza, viendo la televisión.

- Amigo, ¿no sabes? ¿Verdad? - me pregunta con una expresión preocupada.

- ¿Qué cosa? - pregunto, confundido.

- David está atacando de nuevo - responde, su voz seria.

Ese imbécil otra vez.

- Tenemos que atacarlo antes de que esto se salga de control - habla Isaac.

- ¿Sabe dónde me encuentro? - pregunto, preocupado. Si se entera de que vivo con los Lancaster, estamos en graves problemas. David es el hermano menor del Conti, siempre alejado de los negocios turbios, dedicado a las carreras ilegales. Pero desde que maté al Conti, no ha dejado de atacarme. Está conectado a las organizaciones más peligrosas, y en cualquier momento puede suceder algo grave.

- Tenemos que atacarlo antes - repito, con los brazos cruzados, la tensión era palpable.

La atmósfera en el apartamento de Isaac era tensa. El humo del cigarrillo de Isaac flotaba en el aire, mezclándose con el olor a cerveza y a algo más... Fuera, la ciudad dormía. Desde la ventana, observaba las calles casi desiertas. Los faroles proyectaban círculos de luz amarillenta sobre el asfalto húmedo, iluminando el vacío. El silencio era denso, un silencio que presionaba contra los tímpanos, interrumpido solo por el zumbido distante de un motor, o el ruido lejano de una sirena. Una patrulla policial pasaba velozmente, sus luces destellando como ojos brillantes en la oscuridad. Luego, una ambulancia, su sirena aullando en la distancia, se unió a la silenciosa procesión. De vez en cuando, una figura solitaria aparecía en la distancia, un peatón apresurado que se movía como una sombra entre los edificios. A veces, un grupo de personas se reunía en una esquina, sus voces apenas eran audibles, susurrando entre sí. Eran fragmentos de conversaciones que se desvanecían en el aire. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. La soledad, que antes había sido una compañera silenciosa, ahora se había transformado en una presencia opresiva.

- Necesitamos ser rápidos, precisos. No podemos dejar rastro - dijo Isaac, su voz grave y controlada. Su mirada estaba fija en un punto indeterminado de la pared, reflejaba una determinación implacable. - David es escurridizo, pero no invencible. Tenemos que aprovechar sus debilidades.

Asentí, sin apartar la vista de Isaac. Mi mente repasaba una y otra vez los detalles del plan, cada paso, cada riesgo. Habíamos estado semanas recopilando información, estudiando los movimientos de David, sus hábitos, sus conexiones. Sabíamos dónde se movía, con quién se reunía, cuáles eran sus puntos débiles. Pero el margen de error era mínimo. Un solo fallo podía costarnos la vida.




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