Decisiones Cruzadas

Capítulo 38

DESCUBIERTO

Gabriel Scott

El día transcurrió con la monotonía de un reloj que marcaba las horas sin descanso. Me reuní con Isaac en el bar de siempre, un lugar oscuro y ruidoso, donde el olor a cerveza y tabaco se mezclaba con el murmullo de las conversaciones. Planeamos nuestra próxima jugada, la estrategia para atrapar a David.

Luego de nuestra reunión, fui a buscar a Stefanía y Lucía. Las encontré en la cafetería. Las llevé a casa, el trayecto fue una mezcla de risas y conversaciones de parte de ellas. Cuando llegamos a la mansión, ya era anochecer.

Bajé de la camioneta, sin darme cuenta, me choqué con Stefanía, que también bajaba. Le sonreí, pero ella no me dio importancia, continuó su camino. La seguí.

Entré en la casa, el ambiente era cálido y familiar, pero la tristeza que me acompañaba se aferraba a mi como una sombra. Los padres de Stefanía estaban arreglando todo para recibir a su invitado especial: Miguel.

Caminé hacia mi habitación, me cambié de ropa, tratando de ordenar mis pensamientos, de encontrar un poco de paz en medio de la tempestad. Sentí el timbre, bajé a la cocina, desde allí podía sentir la voz de Miguel, ese idiota que se estaba aprovechando de la situación.

Me quedé allí, escondido en la penumbra, escuchando su conversación.

- Es un gusto volver aquí - escuché la voz Miguel, su voz era suave, con un tono de falsa humildad.

- El gusto es nuestro de tenerte aquí, Miguel, sabes que para nosotros y para Stefanía eres muy especial - respondió la señora Miriam, su voz llena de amabilidad, pero sus palabras me llenaron de rabia.

- Muchas gracias - habló Miguel, su sonrisa era amplia, un poco demasiado amplia. Lo podía ver por la puerta de la cocina que se encontraba entreabierta.

- Llamaré a Mabel para que traiga la cena - dijo la señora Miriam, se levantó y se dirigió hacia la cocina. Podía sentir sus pasos.

- Mabel, ya estamos listos - le aviso, su voz era apenas un susurro.

Mabel llevo la comida, un manjar que no entendía, un banquete para ese idiota. Me quedé allí, escondido en la penumbra, no quería dejar de escuchar, cada palabra que salía de sus bocas, cada risa, cada gesto.

Todo lo que hablaban eran cosas sin sentido, como que Miguel había estado en el hospital, que había chocado con su auto, que Stefanía había corrido a verlo, que era un buen chico, que venía de una buena familia.

Sabía que estaba jugando con Stefanía, que la estaba manipulando, que la estaba utilizando. Pero no podía hacer nada, estaba atrapado en mi propia trampa, en mi propio juego de engaños.

Hasta que algo llamó mi atención, algo que me puso en alerta. Luego de que Miguel se fuera, los padres de Stefanía volvieron a entrar en la cocina.

- Es un buen chico, deberías considerarlo - dijo la señora Miriam, su voz llena de esperanza.

- Así es, hija, es de una muy buena familia y se nota que te quiere - dijo el señor Fernando, su voz era firme, con un tono de aprobación.

- Lo pensaré - dijo Stefanía, su voz era suave, pero sus palabras me llenaron de un miedo que me congeló la sangre.

Tenía que hacer algo, tenía que impedir que ella lo considerara, no podía permitir que ese idiota se saliera con la suya.

Stefanía subió a su habitación, sus padres la siguieron. Yo también subí, no podía dormir, me era imposible conciliar el sueño. Las imágenes de Miguel, de David, de Sonia, de Stefanía, se mezclaban en mi mente, creando un torbellino de emociones que me impedía encontrar la paz.

Decidí bajar a tomar un vaso de agua, no me importó bajar con el disfraz bien arreglado, ya que a esta hora no habría nadie despierto, solo yo.
Cuando bajé, me quedé sorprendido al ver a Stefanía allí. Me había sacado los lentes de contacto que hacían que sus ojos fueran marrones y mi barba, esperaba que no se diera cuenta, ya que la cocina estaba en penumbra, solo entraba la luz de la ventana. Ella saltó al verme allí, se le cayó un poco de agua que se encontraba tomando.

- ¡Me asusta...! ¡¿Ga... Gabriel?! - su voz era un susurro, pero la sorpresa y el miedo se reflejaban en sus ojos. El corazón me comenzó a palpitar velozmente, me acerqué a ella rápidamente.

- ¡Shh! - dije, tapándole la boca con mi mano. - Si no gritas, te libero, - le susurré al oído. Asintió, sus ojos llenos de confusión.

- ¿Qué haces aquí? - dijo, su voz era baja, pero llena de furia.

- Yo... - no sabía qué responder, las palabras se atascaron en mi garganta.

- Espera... Tú eres... Tú eres Lisandro,
- dijo, sus ojos se abrieron con incredulidad.

- Solo fue... - intenté explicarme, pero ella me interrumpió.

- Eres un idiota, ¿cómo te atreves a hacerte pasar por otra persona? - su voz era un torrente de reproches.

- Quería estar contigo - respondí, mi voz era un susurro, lleno de desesperación.

- ¿Enserio? Después de todo lo que sufrí contigo? ¿Es que no te cansas? - su voz era fría, sin compasión.

- Sé que hice todo mal, pero déjame reparar... - supliqué, mi voz era un lamento.

- No, Gabriel, no. Lo nuestro ya se terminó hace mucho. Ahora estoy mejor sin ti - su voz era firme, sin vacilación.

- ¿Enserio? ¿Con quién? ¿Con el imbécil de Miguel? - la miré, mis ojos llenos de rabia.

- Él sí me quiere - respondió, su voz era tranquila, pero sus palabras me hirieron como un cuchillo.

- Yo también te quiero, y no sabes cuánto... - comencé a hablar, pero ella me interrumpió.

- Basta, Gabriel, te doy dos opciones: o te vas por tu cuenta renunciando, o lo hablo con mis padres.

- Stefanía, por favor... - supliqué, mi voz era un susurro.

- Te he dicho que no... - respondió.

- ¿Stefanía? ¿Estás ahí? - la voz de Miriam resonó en la cocina.

- Escóndete aquí abajo - habló Stefania, empujándome hacia debajo de la mesa.

- ¿Stefanía? - Miriam volvió a llamar.




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