Decisiones Cruzadas

Capítulo 39

SENTIMIENTOS REENCONTRADOS

Stefanía Lancaster

La luna proyectaba largas sombras sobre el jardín. No podía creer que Gabriel se había hecho pasar por otra persona. Había intentado olvidarlo, borrar su imagen de mi mente, pero al verlo, al sentir la familiaridad de su presencia, comprendí que era imposible. Mi corazón, que creía haber sanado, se contrajo con una fuerza brutal. Lo quería, lo amaba con una intensidad que me aterraba, pero él era un peligro, una tormenta que amenazaba con destruir todo a su paso. Era la oscuridad misma, y yo, inevitablemente, me sentía atraída hacia ella.

Me acerqué a él, mis pasos lentos y vacilantes. El aire nocturno era fresco, cargado de un aroma a jazmín y tierra húmeda.

- Gabriel - susurré, mi voz apenas un hilo de seda en la noche.

Él se giró, su rostro se iluminó por la tenue luz de la luna. Sus ojos, oscuros y profundos, reflejaban una mezcla de sorpresa y un profundo dolor.

- Stefanía - respondió, acercándose con lentitud. Su voz era suave, pero resonaba con una intensidad que me hacía temblar.

- Quería hablar contigo - dije, mi voz temblorosa. El miedo se mezclaba con la necesidad imperiosa de cerrar este capítulo de mi vida. - Vete... vete, por favor. Si mis padres se enteran de que estás aquí...

- Dime que no me quieres y me iré - dijo, su tono firme. - Stefanía... - Su voz se quebró, revelando la fragilidad que ocultaba tras su máscara de dureza.

- Gabriel - comencé, mis palabras salían entrecortadas. - Me hiciste mucho daño. Estuviste a punto de dispararme. No es algo que se olvide fácilmente. He pasado por tanto... he visto morir gente... He matado... y no es fácil llevar esa carga. - Las imágenes de ese terrible secuestro, de las vidas perdidas, volvieron a mi mente con toda su crudeza. El peso de la culpa, de la violencia, era insoportable.

- Yo no iba a dispararte - dijo, su voz baja y cargada de arrepentimiento - Estaba jugando un juego, quería acabar con Conti. Y si terminé contigo... fue porque sabía que si estaba contigo te haría daño, y no quería eso. Después de que terminamos, volví con Conti, para ganarme su confianza y poder acabar con él. Quería estar limpio, quería estar contigo... - Sus palabras eran una torrente de justificaciones, un intento desesperado por explicar sus acciones, por encontrar una redención.

- Es suficiente - hablé, mi voz quebrada. - Me hiciste mucho daño. Mucho.

Un silencio incómodo se apoderó del jardín, interrumpido solo por el suave susurro del viento entre las hojas. Luego, su voz, fría y cortante, me perforó.

- ¿De verdad quieres a ese idiota de Miguel? - preguntó, su tono lleno de incredulidad y un dolor que me partió el alma. Mi corazón se encogió. No, no lo quería como lo quería a él. Pero la necesidad de protegerme, de proteger mi futuro, me obligó a mentir.

- En todo este tiempo me he dado cuenta de que... quiero a Miguel - respondí, mi voz apenas un susurro. La mentira me sabía a ceniza en la boca.

Él me miró, sus ojos llenos de incredulidad y un dolor profundo.

- No te creo. Sé que es mentira. Lo haces para hacerme sufrir, y no te juzgo...

- Es verdad - dije, las lágrimas comenzaban a caer por mis mejillas - Realmente lo quiero. Lo siento. - Me di la vuelta, huyendo de su mirada, de su dolor, del mío propio. Entré a la casa, dejando a Gabriel solo en la oscuridad del jardín. Las lágrimas brotaron con fuerza, un torrente incontrolable que reflejaba la magnitud de mi dolor, la complejidad de mis sentimientos. Lo amaba, pero él era un peligro, una sombra que se cernía sobre mi vida.

Gabriel Scott

Mi corazón se había hecho añicos. Una parte de mí decía que Stefanía me estaba mintiendo, que lo hacía para hacerme sufrir. Pero otra parte, más profunda, sabía que era verdad. Ella quería a Miguel, y yo no podía hacer nada para cambiarlo. Todo había sido mi culpa. Le había hecho mucho daño, y ese daño era una herida profunda, una cicatriz que la marcaría para siempre.

A la mañana siguiente, me levanté con la decisión tomada. Me vestí con mi disfraz de Lisandro, la máscara que me había permitido acercarme a Stefanía, y bajé a la oficina del señor Lancaster. La mansión, imponente y silenciosa, parecía reflejar mi propio estado de ánimo. El despacho del señor Lancaster era una habitación oscura y formal, con muebles de madera oscura y un escritorio imponente. Toqué a la puerta, y él me hizo pasar.

- Señor Lancaster, vengo a presentar mi renuncia - mi voz firme a pesar del dolor que me carcomía por dentro.

Él me miró, sorprendido. Después de un momento de silencio, asintió. Me despedí de él y salí del despacho, mi corazón pesado. Pasé por la habitación de Stefanía. La vi a través de la puerta entreabierta, su figura pequeña y frágil, iluminada por los rayos del sol de la mañana. Quise entrar, decirle algo, pero el dolor me paralizó. Me alejé, abandonando la mansión. Llamé a Isaac, y en unos minutos llegó en el Ferrari.

Stefanía Lancaster

- Chicas - dijo mi padre durante el desayuno. Esperaba ver a Gabriel, pero no estaba. Un vacío doloroso se apoderó de mi pecho. - Lisandro ha renunciado
- La noticia cayó sobre mí como un balde de agua helada.

- ¿Qué? - preguntó Lucía, su voz llena de incredulidad. - ¿Por qué?

- No lo sé. Simplemente pidió la renuncia - respondió mi padre, encogiéndose de hombros.

- Tendremos que caminar de vuelta - dijo Lucía, decepcionada.

- Mal - murmuré, las lágrimas amenazaban con brotar.

- Pronto llegará la licencia de Stefanía, por lo que no hará falta que las lleven - dijo mi padre, intentando aligerar el ambiente.

- Sí, eso es genial - dijo Lucía, feliz. Yo, sin embargo, me sentía destrozada. Apenas pude esbozar una sonrisa forzada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.