HUIDA DESESPERADA
Stefanía Lancaster
Era una tarde sofocante en el cafetería. El aroma a café recién preparado se mezclaba con el sudor de la jornada laboral.
- Eres muy amable - dijo un joven de unos veinticinco años, de cabello negro azabache y ojos marrones penetrantes al cual estaba atendiendo, su voz suave como una caricia. Asentí, devolviéndole la sonrisa, y volví al interior del restaurante. Lucía, no estaba a la vista. Justo cuando me disponía a buscarla, una mano se posó suavemente sobre mi brazo.
- ¿Disculpa? - preguntó el mismo joven.
- ¿Sí? - respondí, sintiendo un ligero escalofrío de nerviosismo.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó de nuevo.
- Stefanía - contesté, intentando disimular mi incomodidad y alejarme con discreción.
- Lindo nombre - respondió él.
- Gracias - murmuré, aliviada al finalmente poder escapar de esa situación. El chico había estado coqueteandome varios minutos y un mal presentimiento se hacía presente.
Me dirigí a la cocina, donde encontré a Lucía sentada en una silla, su rostro reflejaba un profundo cansancio.
- Lo he pensado - dijo con voz cansada - voy a renunciar. Esto... esto es demasiado agotador - Sonreí, tratando de infundirle ánimo.
- Vamos, tampoco es para tanto - le dije con una sonrisa forzada, aunque en mi interior sentía la misma fatiga que ella.
- Esa gente es de lo peor - añadió Lucía, su voz llena de amargura. Iba a responder, pero en ese instante el encargado me llamó.
- ¡Stefanía! - gritó. Corrí hacia él, preguntándome qué deseaba.
- ¿Sí? - respondí.
- Mesas te esperan - dijo, señalando hacia el área de la cafetería. Asentí y me dirigí a atender a los clientes.
Caminaba por un largo pasillo silencioso, donde solo se veían puertas de habitaciones, para buscar mis cosas y ya irme a casa. El silencio era opresivo, roto solo por el eco de mis pasos. De repente, sentí una mano tirando de mi brazo, jalándome hacia el interior de una habitación oscura. Una mano tapó mi boca, silenciando mi grito.
- Shh - susurró una voz al oído, un susurro que me heló la sangre. Reconocí la voz: Gabriel. Me soltó, y la oscuridad de la habitación me permitió ver su rostro a la luz tenue que se filtraba por debajo de la puerta.
- ¿Otra vez tú? - pregunté, sorprendida y confundida.
- Escúchame, Stefanía, tenemos que irnos, ya - dijo con urgencia.
- ¿Qué?! ¡Yo contigo no voy a ninguna parte! - exclamé, mi voz llena de incredulidad y miedo.
- Stefanía, por favor, estamos en peligro... - insistió Gabriel, su voz cargada de desesperación.
- Tú lo estarás, yo no...- repliqué, aún incrédula.
- ¿Sabes quién carajos es el tipo que recién estaba coqueteando contigo? - preguntó. Negué con la cabeza.
- Él nos quiere matar, tenemos que escapar - dijo Gabriel, su voz firme y decidida. El miedo comenzó apoderarse de mí, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
- No, Gabriel, no - susurré, el terror paralizándome.
- Por favor, Stefanía, vámonos - suplicó.
- No puedo dejar a mis padres...
- respondí, mi voz ahogada por las lágrimas.
- He hablado con ellos y han aceptado - dijo Gabriel, sorprendiéndome aún más.
- ¡¿Qué?! - exclamé, incrédula.
- Les he contado la situación, tenemos que irnos... - insistió. Lo pensé un instante. Quizás tenía razón. Sin pensarlo dos veces, Gabriel me tomó de la mano y salimos por la puerta trasera. Me subió a un auto y arrancó a toda velocidad. Tuve que sujetarme con fuerza para no salir volando.
- ¡Estás loco! ¡Mira en qué me has metido! - le grité, el pánico apoderándose de mí.
- Stefanía, cálmate - su voz firme a pesar de la velocidad.
- ¡¿Calmarme?! ¡Por tu maldita culpa puedo morir en cualquier momento! - le grité, mi voz llena de rabia y terror.
- Te protegeré, créeme que lo haré - dijo Gabriel, su voz llena de convicción.
- No confío en ti - le respondí, aún llena de miedo e incertidumbre.
- No confíes en mí si no quieres, pero yo daría mi vida por tí - sus palabras resonando en mis oídos. Mi corazón latía con fuerza, acelerado por la adrenalina y el miedo. El auto corría a una velocidad extrema, mi corazón parecía querer salirse de mi pecho.
- ¡Eres un jodido imbécil! - le grité, mi voz llena de frustración y miedo.
- Un jodido imbécil del cual tú estás enamorada, no me creo el cuentito de que te gusta Miguel - respondió Gabriel, su voz baja y suave. Me sonrojé, a pesar del peligro inminente.
- Te odio - le dije, aunque en el fondo sabía que no era verdad.
De repente, el sonido de disparos resonó detrás de nosotros. El miedo me paralizó.
- ¡Mierda! - exclamó Gabriel, acelerando aún más. Sacó su arma y comenzó a disparar hacia atrás.
El rugido del motor se intensificó, un sonido ensordecedor que llenaba mis oídos. Sentía la fuerza de la aceleración en mi cuerpo, presionada contra el asiento como si fuera una fuerza centrífuga. A través del espejo retrovisor, vi los faros del auto que nos perseguía, acercándose implacablemente. El miedo se apoderó de mí, un nudo frío en el estómago que me impedía respirar.
Gabriel apretó el acelerador a fondo, el auto respondió con un rugido aún más feroz. El sonido de los disparos resonó detrás de nosotros, cada bala una amenaza mortal que rozaba nuestra piel. Sentí el impacto de una bala en la carrocería del auto, un golpe metálico que me hizo estremecer.
Gabriel, con precisión, disparó su arma hacia atrás, respondiendo al ataque con una furia controlada. Cada disparo era preciso. El auto se balanceaba, las curvas se sucedían una tras otra a una velocidad que desafiaba las leyes de la física. Sentí la fuerza centrífuga presionándome contra el asiento, el miedo mezclado con la adrenalina creando una mezcla explosiva en mi interior. El corazón me latía con fuerza, un ritmo frenético.