EL REGRESO
Gabriel Scott
Un año. Un año desde que la oscuridad se había apoderado de mi vida, un año desde que había perdido a Stefanía, un año desde que había fingido mi muerte. Un año de dolor, de culpa, de soledad.
Italia. Un lugar que conocía perfectamente, un lugar donde había forjado mi identidad, donde había construido mi imperio.
Me dolió bastante, dejar a Stefanía. Me dolió tanto, pero lo que hice fue para protegerla a ella. Cuando me interpuse para salvarla, realmente pensé que moriría, porque me encontré con la muerte misma. Sus ojos, vacíos y fríos, me miraron con una intensidad que me congeló la sangre. Sentí el frío de la muerte recorrer mi cuerpo, un escalofrío que me atravesó hasta los huesos. Pero ella me dijo que no era mi momento.
Estuve en coma por dos meses, un largo viaje sin destino, un viaje sin retorno. Un viaje donde la realidad se desvaneció y solo quedaban las sombras de mis recuerdos. Cuando desperté, me encontré con la cruda realidad. Stefanía se había ido a su país, de nuevo. Mi padre estaba destrozado a pesar de que nunca me había querido.
Pasaron muchas cosas, mi padre dejó los negocios, sin más opción que entregarmelos a mí. Se dedicó a viajar por el mundo, buscando un escape a la realidad, buscando un poco de paz. Yo me había quedado con todo, con la empresa, con el dinero, con el poder. Pero no era Gabriel Scott, era Lisandro Russel. Porque sí, había mentido sobre mi muerte.
Me había convertido en un fantasma, en una sombra que se movía entre la realidad y la ficción.
La empresa era ahora mi reino, un imperio. Me movía entre la gente, los empresarios, los socios, los empleados. Todos me saludaban, me sonreían, me hablaban con respeto, con admiración. Pero yo no era más que un fantasma, una sombra que se movía entre ellos, sin que nadie supiera quién era realmente.
La fiesta de la junta empresarial era un torbellino de luces, de música, de conversaciones. Las sonrisas eran falsas, las conversaciones superficiales, las ambiciones desmedidas.
Me movía entre la multitud, bebiendo champaña, estrechando manos, sonriendo con esfuerzo.
En ese momento, subió Stefanía Lancaster para hablar. Su presencia llenó la sala, su belleza era radiante, su voz potente. Su mirada recorrió la sala, sus ojos se posaron en mí por un instante, un instante fugaz, un choque de miradas que me hizo sentir vivo, que me hizo sentir que todo era posible.
Ella estaba más hermosa que nunca, su belleza era aún más intensa, más radiante. Su sonrisa era cautivadora, su voz era melodiosa.
Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de emociones que me inundó: amor, odio, dolor, deseo.
¿Cómo podía estar aquí, tan cerca de ella, y a la vez, tan lejos?
Su voz resonó en la sala, su discurso era claro, conciso, poderoso. Hablaba con una seguridad que me llenaba de admiración.
La miré, la observé, cada movimiento, cada gesto, cada palabra.
Stefanía Lancaster
Primer año de abogacía. Mi mente se llenaba de leyes, de jurisprudencia, de debates legales. Pero mi padre, había decidido darme algunas de sus acciones de la empresa.
La junta empresarial era un evento importante, un momento crucial para la empresa. Había nervios, sí, pero no tanto. Sabía que tenía que estar a la altura de las circunstancias, que tenía que demostrar mi valía.
Subí al escenario, la sala estaba llena de gente, de empresarios, de socios, de empleados. Mi padre estaba allí, su mirada llena de orgullo, su sonrisa llena de esperanza.
Agradecí a todos, había preparado un discurso, un discurso que me había llenado de orgullo.
Buenas noches a todos. Es un honor para mí estar aquí hoy, en este momento tan importante para nuestra empresa. Como muchos de ustedes saben, mi padre, Fernando Lancaster, ha decidido darme un lugar en la dirección de la empresa. Es un honor y una gran responsabilidad que asumo con entusiasmo y compromiso.
He crecido en este ambiente, he aprendido de mi padre, he sido testigo de su visión y de su pasión por construir un futuro próspero para la empresa. He aprendido que el éxito no se basa solo en la búsqueda de ganancias, sino en la construcción de un legado, un legado que se basa en la ética, la responsabilidad y la innovación.
Estoy aquí para asegurarles que mi compromiso con la empresa es absoluto. Mi objetivo es seguir los pasos de mi padre, manteniendo su legado, pero también mirando hacia el futuro, adaptándonos a las nuevas realidades del mercado, a las nuevas necesidades de nuestros clientes.
Estoy segura de que, con el trabajo en equipo, con la dedicación de todos, podremos seguir creciendo y prosperando.
Gracias por su confianza, gracias por su apoyo. Estoy segura de que juntos, podremos construir un futuro brillante para nuestra empresa.
En un momento, sentí que crucé con una mirada que conocía perfectamente. Gabriel. Pero sabía que no era él. Él ya no estaba, solo quedaban sus recuerdos.
Sus ojos azules, penetrantes, llenos de intensidad, me habían cautivado desde el primer momento. Su sonrisa, su voz, su presencia, todo en él me había atraído, me había enamorado.
Pero ahora solo quedaban sus recuerdos, recuerdos que me llenaban de nostalgia, de dolor, de melancolía.
Su partida había dejado un vacío en mi vida, un vacío que no podía llenar, un vacío que me acompañaba a todas partes.
Había intentado olvidarlo, había intentado seguir adelante, pero sus recuerdos siempre estaban allí, como una sombra que me perseguía.
La junta empresarial terminó, la gente se fue, la sala quedó vacía.
Sentí un nudo en la garganta, un nudo que me impedía respirar.
- Lo hiciste muy bien, hija - dijo mi padre, su voz era llena de satisfacción.
- Gracias, padre - respondí, mi voz era apenas un susurro.