El tema de la fiesta de finde año es “Clichés de la nueva era”. No sé qué significa eso, pero no me gusta.
A mí nunca me han gustado los clichés, siempre me han disgustado particularmente la forma en que repiten una y otra vez la misma trama con el final tan predecible. ¿Acaso les cuesta tanto pensar en algo un poco más original? ¿Por qué siguen sacando libros, películas y series con tramas recicladas? Nerea, mi melliza, me llama anticuado por preferir los clásicos, pero yo le digo que no le veo sentido al ver o leer algo que ya ha sido escrito antes, cuando puedo simplemente leer el original, la base de todo.
Nerea dice que los clichés son necesarios o la vida sería demasiado lúgubre sin ellos, yo digo que ella exagera.
Porque el cliché vuelve todo predecible y rutinario, lo que para mí es igual a una historia aburrida y sin emoción. ¿Cómo puedes sentir emoción cuando ya sabes lo que va a suceder? ¿Dónde está lo asombroso de la vida si ya sabes que pasa después? Lo fantástico de vivir es no saber que pasará mañana o incluso al momento siguiente. Algo de lo que carecen las historias de ahora donde hay finales felices en todas partes. No digo que las historias de antes eran todo tragedia, Romeo y Julieta, son la excepción, no la regla. Pero los clásicos tienen algo fascinante y único, una intensidad en cada línea, una forma absorbente de atraerte en la historia y atrapar al lector o espectador.
¿Por qué odias tanto los clichés, Raymond? —me preguntó Nerea la otra noche mientras veíamos una comedia romántica que ella ama.
Yo ni siquiera tuve que prestar atención a la película para saber que iba a pasar con el cliché de la cita falsa: ellos al final quedan juntos. ¿No sucede así en todos los clichés? Que no importa la lucha, malos entendidos o engaños, al final los protagonistas siempre quedan juntos. Antes, las historias eran una lucha de vida o muerte, donde realmente no sabias que sucedería con los protagonistas. Como la película Casablanca, donde uno esperaría que ellos queden juntos, pero al final se separan.
Ahora las historias tanto de los libros, con películas o series tratan de un chico o chica nerd que se enamora del popular; o las relaciones que nacen de apuestas, y por supuesto, una de las historias más clichés de todos, la relación falsa que se vuelve real al final, porque los protagonistas se enamoran. Me atrevo a decir que compite por el primer lugar de la trama más trillada, contra la historia de la chica pobre que se vuelve rica, es decir, la historia de Cenicienta.
—Un wiski seco —le pido al barman cuando llego a la barra del bar.
Siento que la corbata me corta la respiración y reprimo el impulso de quitármela. El tener que utilizar trajes formales es una de las razones por las que no me gusta venir a este tipo de eventos. Es Nerea, quien usualmente se encarga de las relaciones publicas del Laboratorio de antropología que ha pertenecido a nuestra familia por años, pero lamentablemente para mí, ella está enferma y soy yo quien ha tenido que venir en su lugar.
—Me estoy volviendo loca, Andrea, te juro que voy hacer una escena si alguien más me pregunta por qué no tengo novio—escucho decir a una mujer alta de pelo oscuro y piel morena. La mujer que está hablando sobre su, aparentemente mala noche, se encuentra de espalda a mí y no logro ver su rostro.
El barman me entrega mi vaso con wiski y yo le agradezco antes de darle un pequeño sorbo.
Las dos mujeres al otro lado de la barra siguen discutiendo, pero yo hace mucho que dejé de seguir el hilo de su conversación.
—… de esa forma te dejaran de molestar y tú podrás seguir esperando tu historia cliché mientras desentierras tesoros, Atenea.
Sonrió un poco al escuchar qué a la mujer, que ahora sé que se llama Atenea, no es que eso me importe, le gustan los clichés románticos. Es casi una pena que le gusten los clichés y no pueda disfrutar de esta fiesta que está dedicada justamente a eso.
Después de eso, vuelvo a perder el hilo de su conversación y no es hasta que una de ellas, la de pelo negro largo—creo que se llama Andrea— dice mi nombre.
—Raymond Larson, antropólogo, treinta y un años, y soltero. Tienen profesiones afines y puedes decir que así fue como se conocieron, típico de esas historias románticas clichés que te gustan —le dice la mujer de pelo negro a Atenea.
Atenea, que nombre tan peculiar, pero ¿por qué me resulta familiar? ¿Dónde escuchado ese nombre antes a parte de los libros sobre mitología?
Atenea, Atenea, Atenea—repito su nombre un par de veces intentado recordar de donde la conozco.
Pero es en vano, así que dejo pasar el tema y bebo lo poco que quedó en mi vaso antes de ir a codearme con los invitados.
—Hola, soy Andrea Montenegro, un gusto conocerte —me dice la mujer del bar—. ¿Ves esa hermosa mujer que está ahí? Es mi prima y necesita desesperadamente un agradable caballero que finja ser su novio para que nuestra familia deje de molestarla —ella saca una pequeña tarjeta de su bolso —. Soy abogada corporativa y si la ayudas, te daré asesoría gratis.
No es hasta que la veo, que recuerdo quien es y de donde la conozco. Ella es Atenea Montenegro, arqueóloga especializada en egiptología, leí una de sus publicaciones hace poco mientras realizaba un estudio sobre la deidad solar Ra. Pero no fue por esa publicación en la revista científica que la conocí, no, yo la conocí hace casi un año, cuando ella daba una conferencia sobre el Templo de Lúxor, un lugar que ella había visitado recientemente como parte de un grupo de arqueólogos para autentificar algunos nuevos descubrimientos.
Recuerdo esa conferencia, la forma que ella se movía por el escenario, los movimientos de sus manos y sus gestos mientras hablaba. También recuerdo la pasión en sus ojos mientras respondía las preguntas y daba sus explicaciones. Atenea Montenegro, tenía confianza en lo que decía y eso se notaba en cada uno de sus movimientos.
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Editado: 20.12.2021