Definitivamente, no seremos ese Cliché

1 Y así comienza un cliché romántico

Atenea.

El tema de la fiesta de fin de año es “Clichés de la nueva era”. No sé quién lo escogió, pero me encanta.

Desde que empecé a leer algo más que libros infantiles, me han gustado los clichés, me gusta la forma en que una misma trama puede contarse de tantas maneras diferentes, un ejemplo de eso es la historia de Cenicienta, o uno de mis clichés favoritos, que es la trama de los amigos que se dan cuenta que siempre se han amado, justo en el momento que uno de los amigos esta con alguien más. En la secundaria ese siempre fue mi cliché favorito, y lo siguió siendo hasta que me sucedió a mí, pero no de la manera que me hubiera gustado, yo fui la otra parte del chiché, yo fui la pareja con la que él protagonista estuvo mientras la protagonista se daba cuenta que siempre estuvo enamorada de él.

Y como todo buen cliché, ya sabemos cómo terminó, ellos se quedaron juntos y yo, bueno, yo tengo salud.

Eso sucedió en la Universidad, ya ha pasado mucho tiempo desde aquella relación fallida y aunque ya lo he superado, los clichés empezaron adquirir un matiz diferente, a veces me molestaba con los protagonistas por ser tan poco empáticos y sentir cero responsabilidades afectivas hacia los demás, porque no importan cuantos corazones se rompan en el camino, lo único que parece importar en los clichés románticos, son que la pareja principal termine junta.

Pero asumo que siento eso porque yo aún no he conseguido ser la protagonista de mi propia historia, que aún no consigo tener mi final de historia cliché, donde consigo todo lo que quiero y todo mágicamente está bien. Ya que no tengo eso, debo conformarme con ser un personaje secundario o de relleno en las historias de los demás, al menos hasta que llegue mi momento de ser la protagonista de mi propia historia cliché.

—Atenea, cariño, ¿aun no tienes novio? —me pregunta una de las tías de mi padre mientras pasa sus dedos por mi cabello — Tu prima, Tracy se va a casar, tú y ella tienen la misma edad, ¿verdad? — yo solo asiento con la cabeza sin molestarme en agregar nada y buscando disimuladamente al camarero con las copas de champán—. Oh, casi lo olvido, el prometido de ella es quien solía ser tu novio. No importa cariño, ya conseguirás a alguien para ti, eres muy hermosa, solo debes aprender a resaltar tu belleza.

No sé si me está haciendo un cumplido o me está insultando de una forma sutil, pero para no seguir empeorando mi noche, decido dejarlo como un amargo cumplido de parte de ella.

¿A qué se refiere ella con resaltar mi belleza? Yo me veo muy bien esta noche, el vestido color índigo resalta mi piel morena y las oscuras ondas de mi cabello se ven perfectas.

—Sí, tía, por supuesto. 

Ella sigue hablando sobre cómo es terrible que yo vaya a cumplir treinta y siga soltera, pero yo pienso que exagera, porque acabo de cumplir veintisiete, aún faltan tres años para mis treinta y todo puede pasar de un día para el otro.

—¿Atenea, no trajiste un acompañante? ¿Acaso quieres seguir los pasos de tu mamá? —me pregunta mi tía Beatriz, la hermana de mi padre.

Bien, salgo de una loca por las bodas y me meto en otra.

¿Por qué todas están tan desesperadas porque yo tenga novio? Yo estoy muy bien, así como estoy, no tengo prisa de nada. Además, ¿qué sentido tiene meter a mi madre en todo esto? Ella no está aquí para defenderse, y dudo que, aunque estuviera aquí, ella le dirigiría la palabra a alguien de la familia de mi padre. Mi mamá nunca se llevó bien con la familia de mi papá mientras ellos estuvieron casados y cuando se divorciaron, mi madre cortó toda relación con su familia política.

—Me he concentrado en mi trabajo, es por eso. 

—Sí, arqueóloga, igual que tu padre y tu hermano. ¿Tú y Miguel estaban compitiendo por ese proyecto en Perú? ¿Quién de los dos ganó?

Sí, mi hermano mayor Miguel y yo, tenemos la misma profesión, con la diferencia que él tiene el apoyo incondicional de mi padre. No entiendo porque, es como si todo lo que hace Miguel lo convierte en oro y todo lo que toco yo no se convierte en nada.

Mi padre siempre nos está haciendo competir, desde que somos niños hemos he estado compitiendo por todo, y no es por exagerar, competíamos por todo y aun lo seguimos haciendo.

—Miguel, él ganó, está ahora en Perú—le respondo a mí tía y ella me da esa mirada de pena que he llegado a detestar.

Mi padre estaba en el comité de selección y me enteré, que fue su voto el que decidió quien ganaba y por supuesto, ganó el idiota de Miguel. No odio al idiota de mi hermano, al menos no lo hago cuando no es un idiota, que sucede el treinta y cinco por ciento del tiempo. A veces solo me molesta su actitud y que él casi siempre gana, aunque eso no me desmotiva, solo me impulsa a seguir esforzándome más. 

—¿De qué están hablando?

Un grupo de invitadas al evento se acercan a nosotras y mi tía las pone al día con nuestra conversación.

Esta definitivamente no es mi noche.

Son por momentos como esté, que las reuniones familiares no son mis favoritas, porque siempre hay una persona que es víctima de todas las preguntas, inquisiciones y cuestionamientos por parte de la familia y lamentablemente para mí, esa persona siempre soy yo, y no me parece justo. ¿Por qué no hacen una lista y elijen a uno por fiesta? Así me dejarían a mi tranquila por un tiempo y se concentrarían en señalar los errores de alguien más.

—Tu hermano es tan asombroso, hace de todo, es un gran hombre. Tus padres deben estar muy orgullosos de él.

Sí, Miguel es genial y por lo visto solo le falta ser actor porno, porque al parecer, según mis tías y las tías de mi padre, no hay algo que Miguel no haga bien.

—Sí, y tampoco está casado.

—Pero se entiende, él está muy enfocado en su carrera.

Igual que yo. ¿Por qué a él si le aceptan eso y a mí no?

Aprovecho el mínimo descuido y me alejo de mis tías para ir hasta el bar a pedir una copa de algo, no puedo seguir soportando esta noche sin algo de alcohol en mi sistema.




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