Definitivamente, no seremos ese Cliché

6 ¿Qué hacemos con un corazón roto?

Cierro los ojos y recuesto mi cabeza en el filo de bañera dejándome llevar por la música que suena en el parlante de mi teléfono. Siempre me gusta escuchar la música a un volumen muy alto, lo hago con la esperanza que la música pueda ahogar mis pensamientos y todo lo demás. Antes de salir de la bañera, me sumerjo por completo dejando que el calor del agua penetre mi piel y se filtre por mis poros. Cuando salgo del agua peino mi cabello hacia atrás, me envuelvo en un cálido albornoz lila y pongo una toalla blanca alrededor de mi cabello. No sé cuánto tiempo estuve en la bañera, pero cuando decido salir el agua está casi fría.

Estoy terminando de calificar unos trabajos de la universidad cuando la puerta suena. Yo miro el reloj en la pared que indica que son las dos de la mañana y vuelvo a mirar la puerta casi al mismo tiempo que los golpes vuelven a sonar.

—¿Andrea? ¿Tienes una idea de la hora que es?

Me hago a un lado para dejarla pasar y veo que ella está vestida de forma elegante, asumo que ha salido de una fiesta referente al trabajo porque es martes. ¿Quién sale de fiesta un martes? La respuesta a esa pregunta esta ahora frente a mi buscando comida en mi nevera.

—Sabía que estabas despierta y necesito hablar, Atenea, ya me podrás regañar después.

Ella saca una bolsa de papas de la alacena y camina en busca de una copa para servirse un poco de vino, aunque cuando termina de llenar la copa, se bebe todo el contenido y toma la botella para sentarse en el sofá.

Yo recojo las cosas que tengo esparcidas en la mesa y de esa forma hago tiempo para que Andrea organice sus pensamientos.

—No soy feliz con las decisiones que he tomado en mi vida —me empieza a decir ella —. No soy feliz y no recuerdo la última vez que lo fui. Me siento atrapada en esta vida que yo no escogí, que alguien más diseñó para mí y que yo la tomé porque tenía miedo a equivocarme, a decepcionar a mi padre. Tenía miedo y ahora soy infeliz.

Ella se levanta despacio y empieza a caminar por la sala, tiene la mirada perdida y sus manos tiemblan ligeramente contra su costado. Ella se pasa una mano temblorosa por su frente y se detiene un momento para enfocar sus ojos grisáceos en mí.

—No quiero ser abogada, nunca quise, solo lo hice porque mi padre quería que estudie eso, que sea como él y yo quería complacerlo, ¿qué más podía hacer? Mamá acababa de morir y él estaba mal, y yo solo quería que se sienta mejor, que se sienta orgulloso de mí. Pero yo quería ser restauradora de arte y trabajar en la casa de subasta de la familia de mi mamá, pero como siempre, Paulina me ganó en decidir eso, y Maeve ya estaba estudiando lo mismo en la universidad, entonces yo no tuve otra opción que continuar con el legado de mi padre.

Las palabras salen algo arrastradas de sus labios, su voz está un poco ronca por el esfuerzo que está haciendo para contener las emociones que la están absorbiendo en este momento, porque si hay algo en lo que Andrea es buena, es en eso, en mantener a raya sus emociones y sentimientos. Paulina no es muy diferente a su hermana gemela en eso, ellas dicen que se debe a su padre y a la forma en que él las educó, haciéndoles sentir que siempre debían ser las mejores en todo, que no podían conformarse con estar en segundo lugar.

—El problema es que sí tenía opción y fui cobarde, dejé que las palabras que él me repetía se metieran en mi cabeza y le creí cuando me dijo que jamás tendría éxito como restauradora de arte, que jamás sería una persona exitosa y solo sería alguien mediocre toda mi vida, que yo no era como mi madre o mis hermanas, que debía esforzarme más e incluso si lo hacía, tal vez no sería suficiente. Él me preguntó si eso era lo que yo quería, y yo le dije que no, que quería ser alguien exitoso, pero mentí, yo solo quería ser feliz y fui muy difícil darme cuenta esta noche que no lo soy.

Ella se derrumba contra el sofá detrás de ella, cae de forma brusca y cubre su cara con sus manos para intentar sofocar el grito que sale de sus labios. Le toma un momento recobrar la compostura, pero cuando deja caer sus manos y levanta su cabeza hacia mí, su mirada ya no parece tan perdida o asustada como estaba cuando empezó hablar, a pesar de eso, sé que esas emociones y muchas otras siguen ahí dentro de ella, esperando la más mínima oportunidad para atacar, y es algo que sé por experiencia propia. Ese tipo de emociones nunca se van del todo, solo se esconden en un rincón y atacan cuando nos encontramos en nuestro peor momento y entonces, nos trasportan a un momento aún peor.

—Me hubiera gustado tener la valentía de Paulina o la tuya.

—¿Crees que soy valiente? —le pregunto y ella solo asiente lentamente con la cabeza —Te equivocas, no lo soy, solo finjo serlo, igual que tú, igual que muchas otras personas en el mundo. Andrea, tengo tanto o más miedo que tú, y estoy todo el tiempo comparándome con los demás, pensando en porque a diferencia de Miguel o mi padre yo no consigo un buen proyecto, que quizás yo ame lo que hago, pero eso no significa que sea buena, porque hay veces donde me siento de esa manera.

No le miento o exagero mi situación con la intención de hacerla sentir mejor, lo que digo es la verdad, yo me siento de esa manera muchas veces, en especial los días donde las personas con las que trabajo desvalorizan lo que hago y mis conocimientos por la simple razón que soy joven y mujer, porque según ellos no puedo triunfar en esta carrera si me dejo llevar por el sentimentalismo que a las mujeres nos domina siempre.

Las mujeres son muy emocionales, no sirven para esto —suelen decir.

Yo no entiendo del todo en que afectan mis emociones a lo que hago, pero intento hacer oídos sordos a ese tipo de comentarios que no aportan nada bueno, aunque cuando ese tipo de comentarios llegan en momentos donde me siento abrumada por varias cosas, si logran afectarme, a pesar que yo intento que no sea así.




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