Definitivamente, no seremos ese Cliché

18 El caos de no saber lo que queremos

El sonido de las manecillas del reloj me desquicia un poco porque es el único sonido que se escucha en la habitación, me imagino poniéndome de pie, tomando ese reloj y lanzarlo con fuerza contra la pared. Lo cual no es un pensamiento agradable dado que estoy en el consultorio de mi terapeuta, el cual me mira esperando a que yo responda la pregunta que me hizo hace varios minutos atrás.

Tomate tu tiempo —me dijo cuando yo le respondí que no sabía que decir—. No hay presión aquí, respira y tomate el tiempo que necesites para responder.

Creo que por eso me desquicia tanto el silencio que hay ahora en el consultorio, porque el caos en mi cabeza se escucha aún más caótico que de costumbre al estar en un ambiente así.

¿Cómo estás? —es la pregunta que me hizo mi terapeuta de forma afectuosa y que yo no logro responder.

Recuerdo que en mi primera sesión de terapia respondí que estaba bien, que no tenía ningún problema y mi terapeuta me dijo que entonces yo debía ser un extraterrestre, porque todas las personas tenemos problemas y eso está bien.

Han pasado mucho tiempo desde que vengo a terapia con él y siempre comienza nuestras sesiones de la misma manera. Tiene una sonrisa amable en su cara y una mirada que te trasmite tranquilidad y confianza. Lo veo recostarse hacia un lado del sofá como lo hace casi en todas nuestras sesiones y espera pacientemente a que yo responda. Y yo debería ser capaz de responder, en algo sencillo. La vida está bien, tengo un nuevo e interesante proyecto, mis clases en la universidad van de maravilla y en general todo está bien, la vida es buena. Pero la vida también puede volverse un poco sombría y confusa en ciertos momentos, lo cual considero que es normal, no todo tiene que ser siempre perfecto, ¿verdad? Pero en general estoy bien, tan bien como podría estar.

Digo que estoy bien porque siento que no tengo otra opción —me digo en mi mente—. Siento que, si digo lo contrario, todo se volverá real y todo a mi alrededor colapsará.

Podría responder que bien, pero ¿qué sentido tiene venir a terapia si voy a mentir?

—Cuando era pequeña, un poco después que mi mamá se fue, mi papá y mi hermano se fueron de viaje porque Miguel tenía una competencia en otro Estado y papá lo iba acompañar. Yo me quedé sola con mi niñera y esa noche hubo una terrible tormenta, yo no podía dormir y estaba muy asustada mirando por la ventana como se iluminaba mi habitación y esperando el trueno que viene después del relámpago. Me aterraba mucho cuando el cielo se iluminaba y yo tenía que esperar que el trueno resuene, la espera me desesperaba y me mantenía aterrada. Quería que alguien venga a consolarme, pero nadie vino, no había nadie, entonces me escondí debajo de mi cama a esperar que la tormenta pase, y después de unas horas finalmente pasó, pero el miedo se quedó.

Le tengo mucho miedo a las tormentas desde aquella noche, porque cada vez que leo el pronóstico del clima y han anunciado una tormenta, mi mente regresa aquella noche y me vuelvo a sentir como una niña solitaria y asustada esperando que alguien venga a consolarla. Es por eso que no me gusta el inverno, prefiero la primavera y los cálidos veranos.

—No recuerdo cuantos años tenía, pero recuerdo la tormenta y el miedo, y a veces, bajo ciertas circunstancias o momentos, me vuelvo a sentir como esa niña pequeña que estaba escondida debajo de la cama esperando a que alguien venga y sabiendo que nadie va a llegar ayudarla —hago una pequeña pausa y cuando he recobrado un poco la compostura, sigo hablando—. Así es como me siento ahora.

Sola y asustada.

Me he sentido de esa manera por muchos años, más de los que me gustaría admitir. Esas sensaciones me dejaron mientras estaba con Mike, a su lado ya no sentía ese terror que a veces no me dejaba avanzar porque sentía que cada paso que daba era en falso y me haría caer hacia un abismo o que me dirigía hacia un barranco. Pero entonces Mike se fue y esas emociones regresaron, y cuando eso sucedió, me di cuenta que hice mal en dejar que sea él la razón por la que me sentía segura, porque yo debí trabajar para intentar conseguir esa seguridad estando sola, porque esa es la única manera de estar bien cuando me dejen. Porque ¿no es eso lo que todos hacen?

—¿Por qué te sientes así ahora?

Esa respuesta si es sencilla de dar: mi padre.

Yo le cuento a mi terapeuta lo que ha sucedido, lo que me enteré y que desde que lo hice, he estado evitando hablar con mi padre, él me pregunta porque hago eso.

—Siempre sentí que tenía cierto derecho a estar molesta con él por como actuaba conmigo y ahora sé que no tengo derecho a nada. Nada. Y me siento mal por él, porque tuvo que quedarse conmigo y sé que está mal, pero siento que esto es mi culpa y que está bien que él me odie. Siento que todo esto es mi culpa y esa culpa me está carcomiendo, no sé cómo enfrentarme a él y perderlo, porque a pesar de todo, junto con mi hermano, es la única familia que tengo.

Es mi padre y lo amo, y en el fondo siempre pensé que también me amaba, que por la forma que fue educado, él no sabía amar de otra manera. Siempre busqué justificativo a sus acciones, y no siempre era malo conmigo, a veces también hacia cosas buenas por mí, y sin importar nada, siempre almorzábamos los domingos y teníamos un momento padre/hija. Ahora me pregunto si hacia eso por obligación o si realmente quería pasar tiempo conmigo.

—¿Quieres el perdón de tu padre?

—No.

—¿Qué es lo que realmente quieres, Atenea?

—Yo, yo quiero… quiero… No sé lo que realmente quiero.

—Entonces, no podemos avanzar, porque solo vamos a estar dando vueltas en círculos ya que no tenemos ningún lugar al que llegar.

Eso es lo que le sucede en general algunas veces en mi vida, solo doy vueltas sin saber cómo terminar porque no tengo una meta a la que llegar.




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