No sé exactamente como sucedió, sé que empezó como una llama que asciende poco a poco y va en aumento conforme pasa el tiempo, pero no me di cuenta en qué momento esa pequeña llama se trasformó en un incendio forestal, devorando todo rastro de cordura a su paso. Esa pequeña llama destruyó todo lo que había alrededor de nosotros, dejándonos solo a Raymond y a mí. El pasado y el futuro dejaron de existir mientras nos besábamos. Y yo no lo noté porque al principio solo sentimos un poco del calor de aquella llama, nada que nos afectara, nada que no pudiéramos manejar.
Nunca llegamos a cenar, fuimos directo a mi apartamento y cuando llegamos ahí él me volvió a besar, de forma lenta y minuciosa, como si estuviera probando las aguas. Nuestros cuerpos se volvieron a juntar y solo nuestra ropa se interponía entre nosotros. Pero poco a poco cada pieza de ropa fue desapareciendo, antes que los dos cayéramos casi en perfecta sincronía sobre mi cama.
No pensamos en las consecuencias de lo que estábamos haciendo, solo nos dejamos llevar por el calor de la llama y caímos gustosos en una dulce rendición.
—Ninguno de los dos estaba borracho esta vez.
Salto hacia atrás cuando escucho eso.
—¡Raymond! Por dios, me asustaste. Casi te lanzo el vaso. Pensé que eras un ladrón.
Dejo el vaso sobre la encimera y llevo mi mano a mi pecho, para intentar tranquilizarme. Cuando lo miro, veo que él está intentando contener la risa.
—Entonces, ¿tengo derecho a permanecer en silencio y a un abogado? ¿Quiénes serán tus testigos? ¿Los vasos y el juego de vajilla?
No puedo evitar sonreír por lo que acaba de decir, él siempre sabe cómo hacerme reír.
—A pesar que aun sigo molesta contigo, debo admitir que eso fue gracioso.
Él se acerca a mí y me acorrala contra la encimera.
—Creo que esa camisa me pertenece —dice él mientras roza sus labios con los míos.
—¿Quieres que te la devuelva?
—Sí, porque, aunque te queda muy bien, creo que te verías mejor sin ella.
Envuelvo mis manos alrededor de su cuello.
—¿Esa frase cliché te suele funcionar?
—Dado que estas a punto de besarme, yo diría que sí.
La conversación que tuvimos mientras nos dirigíamos a mi apartamento viene a mi cabeza.
—¿Qué estamos haciendo, Raymond?
—¿Ir a tu apartamento?
Su mano descansa en mi pierna y me dedica una sonrisa.
—Pregunto, porque quiero entender esto para estar en la misma página, eso es todo.
—Atenea, estamos en la misma página, no lo dudes.
Lo que no me quedó claro es que en que página se supone que estamos, y dudo realmente, que Raymond y yo estemos en la misma sintonía respecto a esto. Pero esto no tiene por qué significar nada para mí, soy una persona adulta y creo que tengo la capacidad de separar las cosas y no poner sentimientos y emociones, donde no debo, y en definitiva no debo invertir sentimientos en Raymond.
Esto entre los dos no tiene que ser nada, no es nada más que sexo.
Entonces dejo de pensar en lo que esto podría significar para Raymond porque no es algo que ya sé, esto no es nada más que sexo para él. Es por eso que no tiene sentido darle vueltas a este asunto, porque sin importar las vueltas que dé, me llevará hasta el mismo punto: Raymond sigue enamorado de su difunta prometida. También dejo de pensar porque sus manos están sobre mi piel, quitándome la camisa. Su piel es cálida y sus carias son suaves, y yo no puedo pensar en nada más que en él.
—A veces creo que lo único que sabes decir en griego son malas palabras.
—¿Por qué crees que estaba diciendo una mala palabra? Me ofende tu acusación.
Es un relajante domingo por la noche, hemos pasado todo el día aquí. Cuando mi padre me llamó para nuestro desayuno de los domingos, tuve que cancelar, de nuevo y sé que debo enfrentarlo en algún momento, pero me gusta el he estado de negación que estoy viviendo ahora y no me siento lista para dejarlo.
—Enséñame griego —me pide Raymond.
Enarco una ceja en su dirección mientras aparto mi vista de la búsqueda de la película perfecta para ver.
—¿Quieres aprender griego?
—Sí
Le dedico una sonrisa que él me devuelve.
—Bien, primero déjame decirte que hay algunas palabras griegas que no tiene traducción, entre esas palabras esta ópa, que se utiliza mucho para expresar que estas feliz, que lo estas pasando bien. Pero mi favorita y la que te quiero enseñar ahora es kapsoura.
—kappsoria.
—No, kapsoura—le repito la palabra silaba, por silaba.
—¿Kapsoura? —me dice él más como una pregunta, porque duda de si lo está pronunciando bien, pero yo le digo que lo ha dicho de forma correcta y él repite la palabra para familiarizarse con ella.
—¿Qué significa?
—Tendrás que adivinarlo.
Él le da un sorbo a la cerveza antes de inclinarse y dejarla sobre la mesa de café que hay frente a nosotros.
—Es otra mala palabra, ¿verdad? ¿Podrías enseñarme algo más que una maldición? Yo quería aprender algo útil, como decir buenos días o tengo hambre.
Yo suelto una risa antes de responder.
—Te enseñé algo útil, Ray, de verdad. Cuando adivines lo que significa lo entenderás, pero si no logras adivinarlo, un día, yo te diré que significa.
Hay un leve brillo en sus ojos verdes mientras él parece pensar en lo que le estoy diciendo.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo, Raymond.
—Al menos podrías darme una pista.
Yo niego con la cabeza.
—Te puedo dar veinte, pero no lo vas adivinar.
—Tal vez te sorprenda, kardia mou.
Anoche cuando nos besamos en la rueda, lo primero que pensé cuando finalizó el beso es que “el segundo lugar es el primer lugar para los perdedores”. Porque me siento muy identificada con ese lema, ya que yo siempre soy el segundo lugar, la última opción, ha sido así en casi todo. No soy la hija favorita, fui la segunda opción para Mike, el trabajo que tengo lo conseguí porque la primera opción tuvo una mejor oferta. Yo nunca soy la primera opción, siempre soy la segunda y ahora con Raymond no es la excepción, porque no importa cuando intente cambiar las cosas, siempre seré la segunda para él.
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Editado: 20.12.2021