Definitivamente, no seremos ese Cliché

Capítulo 26 Punto de ruptura y no retorno.

Te amo —le dije.

Pero Raymond no me dijo lo mismo.

Ahora, mientras nos dirigimos a mi apartamento, la tensión en el auto es palpable y espesa. Raymond mantenía su vista fija en el camino y yo me dedico a mirar por la ventana, llegamos a un punto donde ninguno de los dos pudo soportar el silencio en el auto y ambos nos movemos para encender la radio, hay una discusión silenciosa por quien pone la música y yo dejo que él lo haga, porque eso no es una discusión que me interese ganar. Así que dejo que Raymond escoja la música mientras me cruzo de brazos y vuelvo a mirar por la ventana.

Cuando llegamos y me bajo del auto, siento las pequeñas gotas de la leve llovizna que ha empezado a caer. Estiro mi mano e intento atrapar las gotas de lluvia entre mis dedos, pero el agua se escurre con agilidad, como si intentara escaparse de mí. Yo suelto un suspiro y me dirijo hacia mi apartamento.

Y cuando la puerta se cierra, me giro para encontrarme con Raymond.

—Somos parte de una obra de teatro con un solo actor, el telón bajó y jamás llegaste al show.  Nombre de la obra: nuestra relación.

Doy vueltas a mi alrededor y él se detiene en seco cuando escucha lo que acabo de decir y la amargura en mis palabras atraviesas su piel, mientras yo intento mantener alejados los sentimientos que quieren desbordarse de mi cuerpo. Porque no voy admitir en voz alta, cuanto me lastimó que él no responda mi declaración después de todo este tiempo. Me encuentro herida por dentro y por fuera, y es extraño, porque no recuerdo haberme sentido de esta manera por un hombre antes.

—Raymond, ¿crees que algún día podrás?

Él me mira confundido.

—¿Podré qué?

—Amarme, ¿crees que un día podrás amarme? Porque siento que todo este tiempo, has intentado hacerlo, pero no lo has conseguido. Y creo que nunca podrás amarme, entonces este sería el momento perfecto para dejarte ir, creo que debí dejarte ir cuando supe que amabas a alguien más, porque sentarme a esperar que me ames… eso no iba a suceder, porque tú ya amas a alguien más y eso no va a cambiar.

Mi voz es baja, casi un susurro ronco y algo tembloroso, hay incertidumbre hacia el final de mi oración porque me puedo imaginar cual será la respuesta de Raymond, y cuando lo veo dudar, eso provoca un fuerte dolor en mi pecho y mi estómago, como si me hubieran dado un puñetazo en el vientre, al que le puedo atribuir no solo la falta de aire, también las náuseas que me invaden.

Muerdo mi labio para contener el dolor ante el rechazo inminente que sé que vendrá a continuación.

—Nea, escucha, incluso aunque yo lo intente, no puedo cambiar el hecho que conocí a Verónica antes, que ella es una persona importante en mi vida, y conocerla tampoco es algo que me gustaría cambiar, y lamento mucho sí mi honestidad te lastima.

Él hace ademan para acercarse, pero yo levanto mis manos y lo detengo. No puedo tenerlo cerca, al menos no mientras mantenemos esta conversación.

—Pero Atenea, ahora, justo en este momento, si me dejas… yo te elijo a ti. Te elijo a ti, kardia mou.

No otra vez, apenas logré reparar mi corazón la  última vez.

En otro momento, eso hubiera sido suficiente para mí, pero creo que ya pasamos esa etapa, creo que yo ya pasé el punto en donde encuentro aceptable que él intente amarme, estoy cansada de conformarme con eso, de esperar y esperar, porque yo merezco seguridad y firmeza. No la incertidumbre en la que me he visto envuelta.

—No, no quiero que me elijas, quiero que me ames. ¿Me amas? Dime, quiero saber si me amas, porque llevamos juntos el tiempo suficiente para que tengas claro lo que sientes por mí y necesito que me digas ahora mismo. ¿Me amas, Raymond?

La pregunta queda flotando un momento en el aire: ¿me amas Raymond o este es nuestro final?

—Atenea…

Su mirada lo tracciona, esto parece dolerle casi una pizca de lo que me duele a mí, pero le duele y encuentro algo de consuelo en eso, mientras espero a que él diga algo, cualquier cosa.

—No, dime en este maldito momento si me amas o no. Es todo lo que quiero saber.

La frase sale de mis labios casi con simpleza y creo que se debe a todas las vece que la repetí en mi cabeza, intentado encontrar una respuesta, anhelando que él me quiera. Por eso no me sorprendo mucho por la forma directa que las palabras salen de mis labios, porque a pesar que salen en un tono casi manso, suave y ligero, es directo y no deja más escapatoria, que dar una respuesta directa. Porque no es una simple solicitud, es todo. Pero más que nada, es una súplica silenciosa porque me libere de esta incertidumbre en la que estoy sumergida o me diga las palabras que me darían una inmensa alegría.

—No puedo responder eso.

No necesita hacerlo, porque con la respuesta que me acaba de dar, es suficiente. Es agudo, rápido y firme, el dolor que se instala en mi cuerpo cuando él dice eso.

Y ante esa confesión, mantenerme sobria ya no es una opción. Así que tomo una botella de vino, una copa, y regreso al sillón donde estaba sentada. Vierto un poco de vino en la copa y bebo el contenido de inmediato, antes de servirme otro poco, esta vez no bebo enseguida, estudio el contenido de mi copa con atención, como si hubiera algo en aquel liquido rojizo que pueda darme las respuestas que necesito.

Él no me ama.

Mis manos tiemblan ante ese reconocimiento y mi corazón se acelera un poco más, mientras los engranajes de mi cabeza giran con fuerza analizando toda esta situación y si hay una posible solución. Pero no hay nada, porque yo me lance al agua sin salvavidas, confiando que él estaría ahí para atraparme y ahora tengo que encontrar una forma de salir de estas aguas heladas en las que no me había dado cuenta que me estaba ahogando.

Al menos él intento amarme.

Ese pensamiento me trasporta como una maldita epifanía a una noche sola en un apartamento donde esperaba que Mike me elija a mí, y la copa en mi mano se hace añicos entre mis dedos, provocando un sonido que me saca del trance en el que me había sumergido y observo como el vino ha mojado un poco la falda de mi vestido.




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