Definitivamente, no seremos ese Cliché

Capítulo 27 Enséñame cómo decir adiós

Las cosas cambian en el momento menos esperado, uno ni siquiera sabe cuándo llegará ese momento, porque siempre está tranquilo antes que todo cambie, y dicho cambio no ocurre en grandes momentos, no sucede cuando lo están esperando, porque al parecer cuando está esperando el cambio, este se aleja y nos repele. Y es cuando hemos dejado esperarlo o no lo queremos, que dicho cambio llega. Viene en silencio, en momentos tranquilos donde nos encontramos desprevenidos.

Porque si hay algo constante en nuestra vida, esos son los cambios, porque las cosas cambian todo el tiempo, así es como funciona la vida, nos guste o no.

—Mamá, ahora no es un buen momento —le digo a mi madre cuando atiendo su llamada. 

Mi madre, como es normal en ella, ignora mis palabras y sigue hablando sobre una tasación que quiere que yo realice, me cuenta que ya ha mandado la figura al museo.

Es primero de enero y no he hablado con ella en un buen tiempo, si es que se le puede llamar hablar, al tipo de conversaciones que tenemos, pero me resulta un poco doloroso que ella no me pregunte como estoy, que es lo que está sucediendo en mi vida o que al menos finja algo de interés por mí.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué?

Porque me acaban de romper el corazón hace solo unas pocas horas atrás y siento que no puedo respirar con normalidad, siento que mi pecho duele, arde y mi cabeza palpita por todo lo que he llorado desde que Raymond se fue.

—Terminé con mi novio hace unas horas, no estoy bien.

—¿Conoces a alguien más que pueda realizar la tasación?

Ni siquiera hay una pequeña palabra de consuelo de su parte, no es como si yo esperara una media hora de consuelo, pero unas pocas palabras no hubieran estado mal. Soy su hija, ¿no siente ella ni siquiera un poco de cariño por mí? ¿No tiene al menos un comentario ante lo que estoy pasando? Es tan agotador que ella siempre me haga sentir como si yo pidiera demasiado, que debo agradecer las migajas que me da, las pocas palabras que me dirige y sé que ella lo hace, porque yo se lo he permitido.

—Te acabo de decir que he terminado una relación y ¿a ti lo único que te importa es el trabajo? No debería sorprenderme, porque siempre has sido de esa manera y estoy cansada de eso, de lo poco que me das cuando yo merezco mucho más. Estoy cansada de ti y lo egoísta que eres, así que te pido que no te vuelvas a poner en contacto conmigo, porque he terminado de mendigar tu amor y atención. He terminado contigo, adiós mamá.

No me detengo a esperar una respuesta de su parte y termino la llamada.

Si alguien me llegara a preguntar cuanto tiempo me quedo sentada en mi sofá mirando a la nada, viendo de reojo cada cierto tiempo hacia la ventana, sin observar realmente nada, no sabría que responderle. Porque la relatividad del tiempo se posa sobre mis hombros y cada segundo, minuto y hora, se han fusionado y parecen eternos, como si todo se estuviera moviendo a cámara lenta y mientras eso sucede, mi corazón se agrieta más al ser consciente de cada pequeño suceso, palabras y sentimientos que me han traído hasta este pequeño momento de, aparentemente, perpetuo sufrimiento.

Sé que el sol pronto va a salir, de forma metafórica y en sentido figurado, porque la salida del sol es algo constante en nuestras vidas. La salida del sol marca el comienzo de un nuevo día, nuevas oportunidades y ese tipo de cosas positivas que las personas dicen, y que yo espero que sea cierto.

—¿Cuándo mi vida pasó de ser una mala comedia romántica a un lamentable drama?

Creo que en el momento que decidí ignorar todas las banderas rojas que me decían que no debía enamorarme de él, banderas que el mismo Raymond colgó frente a mí y yo decidí pasar por alto y tener fe que podíamos ser algún tipo de cliché romántico.

Por eso no te debes enamorar de mí, Nea, porque sería una pérdida de tiempo, mi corazón ya le pertenece a alguien más —me advirtió Raymond.

¿Y que hice yo? Fui y me enamoré de él.

Pero la vida sigue, y yo hago lo mismo. Me tomo unos días más para lamer mis heridas e intentar establecer la mejor forma para sanar, y cuando tengo un plan establecido, me levanto de la cama y empiezo a poner en una caja los rastros que ha dejado Raymond de su presencia en mi apartamento, pero no encuentro donde poner nuestros buenos y malos recuerdos, así que los dejo nadar con libertad en mi mente, al menos hasta que sepa qué hacer con ellos, solo hasta que encuentre un lugar donde ponerlos, de preferencia, uno muy lejos de mí, aunque no sé si eso será posible.

Encontré el amor de mi vida y lo perdí, no le veo sentido a enamorarme de alguien más, ha estar con alguien más —me aseguró Raymond—. Por eso tengo tres reglas en mi vida: 1. No me voy a enamorar de nadie 2. No voy a tener sexo con nadie 3. No voy a besar a nadie.

Y sí yo lo hubiera escuchado en ese momento, no estaría aquí lamentándome haber perdido un espejismo de lo que yo creía que teníamos. Porque eso fue lo perdí, una ilusión, la silueta de una relación que jamás estuvo destinada a durar, porque mientras yo estaba sosteniendo su corazón con cuidado entre mis manos, él no pudo sostener el mío, porque sus manos estaban ocupadas sosteniendo recuerdos de su pasado.

—¿Puedo saber porque no estas utilizando ropa blanca? Es lunes.

Le doy una rápida mirada a mi atuendo y me quito las gafas oscuras para dejarlas sobre mi escritorio. Maldiciendo internamente por tener que venir, entre todos los días, justo hoy a la casa de subastas. Porque Paulina es un sabueso para este tipo de cosas y ella nota enseguida que algo no anda bien, especialmente porque al quitarme mis gafas, puede notar como he intentado ocultar con maquillaje que he estado llorando y que no he dormido bien.

—Raymond y yo terminamos.

—Sé que es una pregunta estúpida dado como te ves, pero, ¿cómo estás?

Paulina no tiene exactamente tacto para este tipo de situaciones.




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