Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 1

Luego de cinco horas, seis barriles de cerveza, una trifulca en el bar y un par de chicas; decidimos irnos a mi departamento.

No me quejaba en lo absoluto de eso, de hecho, me gustaba. En los cinco años de carrera en Berkeley había logrado mucho más de lo que hubiera soñado.

Mi título de ingeniero colgaba de la pared reluciente, pero ese no era mi mayor orgullo. Tenía una repisa especial para todos los trofeos, menciones o balones que había ganado a lo largo de mi participación con los Golden Bears, y cada vez que los veía se me inflaba el pecho de orgullo.

Por supuesto, la idea de llevarlos a mi casa; además de seguir festejando, era presumir todo eso.

—¡Por Lucas! —proclamó Albert mientras alzaba un vaso a rebosar de cerveza. El líquido salpicó por todos lados, pero estaba lo bastante borracho como para que eso no me importara.

 

Para la madrugada había más cuerpos muertos sobre mi suelo que en una escena de masacre. Afortunadamente todos estaban dormidos. Yo estaba sentado en un sillón mientras contemplaba los edificios de la ciudad de California, el amanecer estaba a punto de aparecer de entre los rascacielos y me gustaba verlo.

De repente unos cálidos brazos se pasaron por mis hombros. Era Sharon.

—Felicidades campeón —me susurró al oído. Sonreí y le besé la palma de la mano. Sharon había sido una relación intermitente desde hacía algunos años, y aunque yo no la amaba, me gustaba pasar tiempo con ella.

—Siéntate conmigo —le dije.

Su piel olía a alcohol, estaba bastante ebria igual que yo y por un segundo pensé que me vomitaría encima.

—Por cierto, te llegó esto en la mañana, pero estabas bastante ocupado por eso no te dije nada.

Sacó un sobre diminuto de su bolsillo y me lo entregó. Veía doble así que realmente no iba a leerla en ese momento, además, lo más probable es que fuera la carta de algún fan.

La guardé en el bolsillo de mi pantalón y me quedé dormido mientras Sharon acariciaba mi cabello.

Cuando desperté todo el mundo se había ido, y mi departamento estaba hecha un desastre.

—¿Y ahora quién limpia todo esto? —suspiré con desgana. Me dolía la cabeza terriblemente. Caminé como un zombi hasta mi cama y me tiré para volver a dormir.

—No puedes, recuerda que tienes que dar una entrevista en el programa cinco —me recordó Sharon.

—Déjame dormir cinco minutos más —supliqué como niño chiquito.

—No Lucas, vamos, una ducha de agua helada te sentará bien. Me bañaré contigo si quieres. —Eso ultimo hizo que levantara levemente la cabeza, sonreí con picardía y me levanté de un salto.

—Está bien, vamos. —La jale del brazo y nos metimos a la ducha fría.

No pasó mucho tiempo para que se calentara la temperatura. Lo de Sharon y yo era más una de esas búsquedas de placer sin amor, aunque sabía que ella sentía algo más, y estaba considerando que ya era el momento de dejarla, antes de que se encaprichara más de la cuenta conmigo.

Había llamado a un servicio de limpieza, así que cuando salí de la ducha ya la casa parecía un espacio más habitable. Incluso me habían dejado la ropa preparada para cambiarme. Me eché a reír y después de un tiempo bastante largo, recordé a mi madre.

La había ido a visitar al principio, pero luego eso se volvió más complicado y lo dejamos solo en video llamadas, al igual que con mi padre, de vez en cuando iban a verme jugar a California, pero después de cinco años, las visitas eran escazas.

—¿Ya viste la carta? —me preguntó después de un rato. La había olvidado por completo—. Es que me mata la curiosidad, la envían desde Atlanta.

Levanté la cabeza y abrí los ojos como platos, ¿por qué no me dijo eso antes? Podía tratarse de algo muy importante y yo todavía ni la miraba.

—¿Por qué no dijiste eso antes? —bramé algo enojado.

Rebusqué entre la ropa sucia y saqué el arrugado pantalón. La carta había sobrevivido al ovillo que habían hecho con mi ropa, aunque estaba un poco arrugada.

Ahora que estaba más sobrio me di cuenta de que no era una carta cualquiera. El corazón se me aceleró porque estaba seguro de que era una invitación.

El color crema y las letras negras con bordes dorados me hicieron pensar automáticamente en él.




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