Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 2

Ya había dejado a otras mujeres en mi vida, pero siempre era incómodo cuando tenía que decirles que “nuestra historia había acabado”. Las lágrimas que venían junto con esa frase eran insoportables para mí. Sobre todo, el tener que fingir que realmente me dolía o me importaba, cuando no era así. Después de ella no me volvió a importar nada de eso.

—¿Pero por qué, Lucas? —preguntaba Sharon suplicante. ¿Cómo le explicaba que realmente para mí solo había sido una más y que nunca la había amado?

—Lo siento, Sharon. No eres tú, soy yo. —la típica carta, era cruel, lo sabía. También era una baraja repetida, la excusa más antigua del planeta, pero nunca fallaba.

—¿Por qué justamente ahora que te irás a Atlanta? ¿Acaso hay alguien más? —sus lamentos estaban empezando a irritarme.

¿Había alguien más? Siempre la hubo, siempre estuvo en mi mente, aunque intentaba continuar con mi vida, pero no era por eso que la dejaba; simplemente no quería que se siguiera enamorando de mí.

—No.

Sharon siguió llorando como una magdalena y se echó a mis brazos, la cosa estaba dando para largo y tenía que alejarla de mí antes de que explotara.

—De verdad lo siento, pero tienes que irte.

Soltó un suspiro ahogado, casi como si le hubiera terminado de clavar el puñal en el corazón; y me sorprendió darme cuenta de que eso no me inmutaba en lo absoluto.

Amalia, me habías convertido en un monstruo sin corazón.

Agarró sus cosas y se fue derrotada por las puertas principales. Me regaló una última mirada de súplica, pero yo no hice nada para evitar que se fuera. Las puertas automáticas se cerraron y sentí que por fin me había quitado un peso de encima.

Faltaban dos días para la boda de Ian y Víctor. Debía volar al día siguiente en la mañana para poder llegar a tiempo y prepararme. Mi madre me recibiría gustosa en la casa después de muchos años, y eso me alegraba.

Sin embargo, no podía sacarme de la mente que la volvería a ver. Cinco años de intentar borrarla de mi cerebro y de mi corazón y en un instante todo volvía como si hubiera pasado ayer.

Una punzada se instaló en mi pecho; casi ahogándome, cuando recordaba ese día en el que me había dejado.

Sacudí mi mente e intenté no pensarlo más, me sentía estúpido por no poder superarlo, por no poder olvidarla.

 

El día siguiente llegó y yo no había dormido casi nada. Di vueltas en la cama toda la noche hasta que en algún momento mi cuerpo le ganó la batalla a mi mente y me quedé dormido, pero sentí que aquello fue cuestión de minutos, porque al poco tiempo sonó el despertador y tuve que levantarme.

Ya tenía la maleta preparada, los pasajes comprados, y el regalo de bodas. Solo faltaba abordar el avión y pisar el lugar en el que alguna vez fui feliz.

“Pasajeros para el vuelo A310, por favor presentarse en el área de embarque”

La voz en el parlante me hizo salir de mis ensoñaciones, entré por donde me indicaban y finalmente subí al avión. Ni siquiera para el partido más importante que había tenido en mi vida me había sentido tan nervioso.

 

Cuando llegué mi madre ya estaba esperándome en el aeropuerto junto a mi padre. Tiró el cartel que llevaba y salió corriendo directo a abrazarme.

—¡Lucas! ¡Mi niño! ¡Cómo has crecido! ¡Por Dios! —gritaba todo muy rápido, sorprendida por verme. La estreché en mis brazos y sonreí.

—Te he extrañado madre —susurré en su oído, una lágrima de felicidad por verla corrió por mi mejilla.

Ella tomó mis mejillas y las apretó como si fuera un bebé, también lloraba y no le daba oportunidad a mi padre para saludarme.

—Estás convertido en todo un hombre, ¡mírate! Ya tienes veintitrés ¡no lo puedo creer!

—Mujer, déjame saludarlo —le reclamó mi padre.

Ella se apartó con un ligero rubor en las mejillas, entonces mi padre me abrazó también palmeando mi espalda.

—Me da tanto gusto verte, bueno, en persona. Nunca me he perdido ninguno de tus partidos, aunque no estuviera físicamente ahí.

Sonreí de oreja a oreja y lo abracé de vuelta, me ponía muy feliz volver a verlos y pasar tiempo con ellos.




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