Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 5

Amalia se detuvo abruptamente pero no me miraba, tuve la sensación de que volvería a llorar, no quería lastimarla de ninguna manera, y al mismo tiempo, tampoco tenía ganas de dejarla ir, aunque eso significara que lloraría.

—Lucas, déjame ir —dijo de pronto, seguía de espaldas a mí.

—No lo haré.

Me sorprendí a mí mismo diciendo eso, ¿no se suponía que la vería, sabría que estaba bien y ya? ¿qué carajos estaba haciendo? Aunque mi cerebro me decía que estaba cometiendo una gran estupidez; todos los sentimientos que estuve reprimiendo por cinco años, afloraron de nuevo en mi interior, y simplemente no podía dejarla ir.

—Lucas, por favor —suplicó—, no lo hagas. —Entonces volteó a verme, y efectivamente sus ojos estaban cristalinos y empañados, ¿eso significaba que todavía sentía algo por mí?

—Que no haga ¿qué? —la acerqué más a mí y ella no opuso resistencia, pero bajó la mirada de nuevo.

—No intentes revivir algo que… que ya murió. —Ese instante de duda fue suficiente para entender que lo que decía, no era realmente lo que pensaba.

—¿De verdad crees que murió? —En parte lo hacía apropósito, usaba mi voz más grave y seductora porque me encantaba ver como se ponía, igual que cuando éramos más jóvenes.

—Han pasado cinco años, Lucas. Ya no soy la misma de antes.

La música en la parte de afuera se había detenido, y de pronto, saltó a un ritmo mucho más movido y alegre. El baile había terminado y sería cuestión de tiempo para que la gente volviera a dispersarse en la casa. Esta era mi última oportunidad de estar a solas con ella antes de que cualquiera viniera a interrumpirnos.

—No has respondido mi pregunta. —Levanté su rostro hacia mí tomándola de la barbilla—. ¿De verdad crees que ha muerto lo que había entre los dos?

En mi mente, no podía dejar de repetirme que esto era un error, que al final terminaría rompiendo de nuevo mi corazón, porque sabía que ella tendría que volver a Inglaterra y yo a California, y era muy estúpido por avivar algo que era mejor que se quedara en las cenizas.

—Aaahh, Lucas…yo… —No la dejé terminar, porque el hecho de que no pudiera completar esa frase significaba que estaba sintiendo lo mismo que yo, sin detenerme a pensar en lo que podría pasar después; la besé.

Amalia abrió los ojos como platos, pero luego los cerró y siguió mi beso en una danza delicada entre nuestras lenguas. Todavía sentía cosas por mí, de eso no había dudas.

Apreté su cuerpo mucho más contra el mío y la abracé; había olvidado lo pequeña que era, a pesar de que llevaba tacones puestos. Recorrí mis dedos lentamente por el surco de su perfecta espalda, sentí como su piel se erizaba a cada roce que le proporcionaba.

Entonces aumentó la intensidad de nuestro beso y se aferró a mi cabello con sus dedos. Podía sentir como la creciente tensión entre los dos estaba a punto de estallar.

La tomé de las nalgas y la cargué, ella sin dudarlo rodeó mi cintura con sus piernas, en eso, di medio giro y la acorralé contra la pared. Empezaba a sentir que su vestido me estorbaba. Tocarla me hizo recordar cada sensación, cada estremecimiento de placer que ella me provocaba, como si fuera la primera vez.

Escuché pasos acercándose por las escaleras, ella también, pero no se detuvo. Sonreí complacido y miré de prisa cualquiera habitación disponible donde pudiéramos meternos.

Sin dejar de cargarla, pateé la puerta contigua más cercana, nos metimos, y la cerré con la misma patada del otro lado.

Alabado sea Ian por tener cincuenta mil cuartos en su casa.

La habitación era uno de esos tantos cuartos de huéspedes que tenía.

No reparé demasiado en cómo se veía el lugar, porque lo único que yo quería en ese momento era arrancarle ese vestido y hacerla mía, como si nunca hubiera dejado de serlo.

La lancé a la cama con suavidad y me quité la chaqueta del smoking y la corbata, me incliné sobre ella en la cama; ya había empezado a quitarme la correa y el pantalón con una destreza bastante sorprendente.

Ninguno de los dos decía nada, no era necesario. Ambos sabíamos que lo que estábamos haciendo no era del todo correcto, pero lo necesitábamos, lo deseábamos, y no íbamos a parar ahora por cuestiones morales.




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