Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 10

Amalia

 

La boda de mi mejor amigo de toda la vida había sido uno de los mejores eventos de mi vida. Haber sido su madrina y de paso, entregarlo en el altar, casi me había hecho llorar de emoción hasta secarme.

Sabía que esa boda iba a ser una oportunidad para volverlo a ver, después de todo Ian era uno de sus mejores amigos, pero jamás imaginé que las cosas se iban a salir de control de esa manera cuando lo viera.

Intenté reprimir con todas mis fuerzas las ganas locas que me habían dado de lanzarme sobre Lucas en cuanto lo vi, como si esos cinco años no hubieran pasado entre los dos, todas esas emociones que creía olvidadas, afloraron en mi interior como un volcán en erupción.

Lo peor de todo no era sentir lo que sentía, es que yo pensaba que solo lo recordaba como un lindo amor que había tenido en la secundaria, y ya. Me repetí eso una y otra vez hasta que tomó mi mano y me besó, ahí, en el balcón donde por primera vez nos habíamos confesado nuestro amor.

Después de haber terminado en la cama y el con mis bragas escondidas entre su bolsillo, la culpa de lo que había hecho me invadió.

Había sido increíble, pero las constantes llamadas de Inglaterra no me dejaban olvidar, ni siquiera por un instante, que yo tenía alguien más allá.

Por eso había decidido ir a contarle todo al día siguiente, pero ¡mala suerte la mía! No estaba en su casa.

Y por supuesto, tenía que terminar diciendo algo completamente diferente a lo que se suponía que debía decirle.

Sus ojos azules mirándome con anhelo no me dejaban, no podía, porque no podía negar lo que era obvio, entre los dos todavía estaba vivo el sentimiento, aunque realmente no estaba completamente segura de lo que era.

Estaba segura de que volvería a pasar, y estaba dispuesta a dejarme llevar por todo lo que sentía en ese momento, pero él dijo “no”.

—Tienes razón. Esto es un error —le dije. No iba a aguantar un minuto más sintiendo su aliento en mi cuello, no iba a poder quedarme tranquila, así que me escabullí, como siempre hacía, y simplemente me fui.

¿Por qué las cosas tenían que ser tan complicadas?

Quizá era mejor así. Él no volvió a buscarme los días que quedaron de esa semana, y sentí un alivio que poco a poco se fue convirtiendo en un agonizante dolor en mi pecho. De verdad esperaba que me buscara, aunque fuera la mujer más egoísta del planeta, porque no era justo lo que le estaba haciendo.

Abordé mi vuelo decepcionada de no verlo ahí. Todavía mi corazón tenía una ligera esperanza de que me detuviera, pero tal como la primera vez que me fui, él no me detuvo.

Brian me esperaba en casa.

Era extraño llamarle casa. Mi madre me había donado el dinero para pagar la mitad del departamento, y la otra mitad la conseguí con trabajos en Cambridge.

Ahí lo conocí.

Brian Pickman, el chico más tierno y expresivo del mundo.

Nos topamos “accidentalmente” mientras acomodábamos un almacén lleno de aparatos tecnológicos. El trabajo era bueno, y me servía para pagar las cuotas. Al principio vivía en la misma ciudad, pero luego decidí mudarme a Londres, así que tenía que viajar todos los días una hora en tren desde la estación King Cross.

El nombre y la plataforma me recordaban a los libros de Harry Potter.

Brian me agradó desde el principio. Lo había conocido a los dos años de estar ahí. Al principio solo éramos amigos; y es que yo no podía sacar a Lucas de mi cabeza. Siempre sintonizaba el canal de deportes, esperando ver la sección de futbol americano.

Finalmente, un día apareció debutando para los Golden Bears.

Realmente me emocioné cuando lo vi usando aquel collar que le había regalado.

Poco a poco Brian fue colándose en mi vida, casi sin darme cuenta, y un día, me descubrí mirando el partido con él. Cabe decir que fue bastante extraño que intentara besarme mientras veía a Lucas lanzar el balón quince yardas.

Después de tanta insistencia de su parte, accedí a salir con él, pero no volvimos a ver un partido juntos. Lo curioso es que Brian se había vuelto bastante fanático del deporte, y admiraba a Lucas.

Yo nunca le dije lo que había pasado entre los dos. No quería quitarle su pasión por el futbol de esa manera, además, lo que había sucedido estaba en el pasado, y yo estaba segura de que eso no iba a resurgir nunca más. Lo que no había pasado en su año, no le hacía daño.




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