Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 18

—¡Esto hay que celebrarlo! —gritaba Daniel a todo pulmón, después de haber salido del estadio, con contrato firmado y hasta un número oficial de camiseta con mi nombre.

—Sí, pero con agua y hasta las nueve de la noche a más tardar —bromeé.

—¡Ja, ja, ja! Permítame le abro la puerta señora de cincuenta —dijo Daniel haciéndome una reverencia.

Ambos nos carcajeamos de la risa mientras caminábamos junto a Will quien parecía inmerso en su propio mundo, nos ignoró todo el rato hasta que llegamos al departamento de Daniel. Habíamos acordado que me quedaría con él una temporada hasta que consiguiera algo que me gustara para establecerme aquí.

A veces me sentía como una especie de nómada, sin un lugar a donde ir, a pesar de tener demasiados, tenía la sensación de no poder establecerme en ningún lado; esperaba que Carolina fuera, finalmente, ese lugar.

Daniel evitó hablarme de Amalia durante todo el rato que pasamos “celebrando” en su casa. Como ya habíamos empezado los entrenamientos, teníamos prohibido ingerir alcohol, o cualquier cosa que no fuera saludable, y aunque a Daniel a veces le importaba muy poco esa regla; a mí por otro lado, me importaba mucho.

Estaba cansado de beber, ya lo había aprovechado lo suficiente en mis vacaciones, además siempre que andaba navegando en las aguas del licor pensaba en ella, y terminaba ahogándome con sus recuerdos y el dolor.

Will nos monitoreó como papá regañón, hasta que nos convenció de ir a dormir temprano; muy al disgusto de Daniel, quien ya parecía pasado de copas, se le había dado por llamar a todas las ex parejas que había tenido, y eso acarreaba un gran problema para mí y para Will, quienes tuvimos que contener que entraran al departamento cada media hora, cuando se les daba por aparecer en la puerta.

***

Los días comenzaron a pasar con parsimonia, sentía que las horas eran cada vez más eternas y que en lugar de días eran años, tras años, tras años de incierta tranquilidad y aparente aburrimiento.

Los únicos momentos en los que despejaba mi cabeza era cuando jugaba con los Panthers, y aun así, a veces sus ojos marrones, su cabello rubio y su voz, lograban colarse por mis pensamientos y hacerme perder por completo la concentración.

Cuando eso pasaba, a veces dejaba que Liam —uno de los tacleadores—, me derribara sin piedad. Siempre funcionaba para llevarme de vuelta a la realidad, pues sabía que debía dar lo mejor de mí si quería continuar en el equipo.

De vez en cuando el entrenador me echaba miradas de duda cuando no podía realizar bien una jugada, a pesar de la excelente presentación que había hecho el primer día que me vio, y eso me frustraba; sentía que cada vez me enojaba más y más, hasta que Daniel me dio el mejor consejo que cualquier amigo pudo haberme dado.

—Usa esa ira a tu favor. Piensa que el balón es Amalia y la estás arrojando muy lejos de ti, de preferencia hasta la línea de anotación.

Solté una carcajada, y aunque la idea era un poco estúpida, no estaba del todo mal. Empecé a usar la técnica que me había recomendado Daniel, y sorprendentemente, estaba funcionando bastante bien, hasta que se me pasaba la ira y entonces me daban ganas de abrazar al balón.

 

Los días continuaron pasando y ya estaba por cumplir el mes jugando para este equipo, mi debut sería en un partido amistoso, justo después del medio tiempo, y eso me ponía bastante nervioso, sobretodo porque mis padres vendrían a verme.

—Escuché que también vendría Diego —comentó Daniel.

—¿¡Qué!? ¿Les dijiste?

—¡Ay! Ni que fuera la primera vez que te ven jugar, incluso en televisión nacional.

—Lo sé, pero esto es la NFL, si hago el ridículo no volveré a jugar nunca más.

Sentía que estaba entrando en pánico, pero el pelotazo que me dio Daniel en la cabeza funcionó bastante bien para tranquilizarme.

—Sigues, y te lanzo el balón en la otra cabeza. —Soltó una carcajada mientras veía como me acariciaba el chichón gigante que se había formado.

Cada día que pasaba el entrenamiento se me hacía más fácil de sobrellevar, y poco a poco Amalia aparecía cada vez con menos frecuencia en mi mente, siempre que me mantuviera ocupado.

De vez en cuando me gustaba coquetear con las porristas del equipo, sin embargo, no quise intentar nada serio con ninguna; al menos no por ahora.

Conocer al equipo fue otro dilema, al principio eran medio reservados conmigo, y un poco distantes y ariscos. Para la semana tres ya había logrado ganarme la confianza de más de la mitad de ellos, y fue sorprendente saber que podían llegar a ser bastante amigables.




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