Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 24

Casi un mes había pasado desde que Amalia y yo nos mudamos a vivir juntos. Las cosas iban de maravilla. Había tenido varios partidos durante esas semanas, aunque siempre me hacían entrar al final y realmente no participaba demasiado, pero no podía quejarme; ese era el trato mientras fuera mariscal suplente. Y, para finalizar el mes ya me estaban pagando la suma que había acordado Will con el dueño del equipo.

El departamento poco a poco comenzaba a llenarse de cosas, primero fue una buena cama, porque, aunque hacíamos el amor en todos los sitios del lugar; la cama siempre era el sitio más cómodo.

Con el primer sueldo compré muchas cosas, y lo mejor de todo es que Amalia había conseguido por fin que la llamaran de la universidad. Al principio no la noté demasiado convencida, pero resultó que en Carolina del norte había mucho campo laboral para ella.

La universidad le había ofrecido un trabajo de investigación y cuidado en uno de los acuarios más prestigiosos de Carolina, al cual estaba asociada su facultad de bilogía marina. El único problema era la distancia, pues estaba a casi cuatro horas de Charlotte.

Como un plus, la playa quedaba cerca del acuario, así que podría llevarla cuando sintiera que necesitaba despejar su mente y estar donde realmente sabía que le gustaba.

Adaptarme a esta nueva rutina de vida no fue tan difícil como lo había imaginado en un principio. Los primeros días Amalia y yo parecíamos llevarnos tan bien como si hubiéramos vivido juntos toda la vida.

Yo me levantaba muy temprano en las mañanas, ella se quedaba a dormir un poco más, y a veces tenía la costumbre de aferrarse a mi pecho y no querer dejarme ir, y a pesar de saber que debía llegar temprano a las prácticas; adoraba quedarme a su lado y sentir su cuerpo cálido junto al mío.

Verla dormir incluso era más placentero para mí, pues se hacía un pequeño ovillo mientras se aferraba a mi brazo, y parecía una pequeña y tierna gatita, a la que nada parecía perturbarle.

Amalia tenía el sueño demasiado pesado, podría pasar una manada de elefantes por el departamento, y aún así, ella no se despertaría.

—Buenos días, pulga. —La desperté esa mañana pues era su primer día en el acuario.

Para mi suerte, la práctica de ese día se había atrasado, así que tenía la oportunidad de acompañarla a su primer día.

Se desperezó en la cama y me miró con unas enormes lagañas. Pasé mis dedos por las comisuras de sus ojos y se las quité. Esa era otra cosa que amaba de vivir con ella. Pensaba que sería extraño llegar a tener un nivel de confianza en el que a ella no le importaría que la viera sin maquillaje, o que a mí no me incomodaría que me escuchara en el baño.

Pero resultó que nos sentíamos muy cómodos el uno con el otro, incluso en situaciones que otros llamarían “embarazosas”.

—Buenos días —susurró.

—Hoy es tu primer día, debes alistarte —comenté con un tono de voz bastante bajo, mientras acariciaba su mejilla.

Ella volvió a cerrar los ojos y por unos minutos sentí que se había vuelto a dormir.

—¿Amor? —pregunté, efectivamente, se había quedado dormida otra vez.

La sacudí con suavidad, pero ella solo se revolvió en la cama y me dio la espalda. Amalia era una mujer difícil de despertar en las mañanas.

»Oye, tienes que despertar —insistí.

—Cinco minutitos más, por favor —pidió arrastrando las palabras, en un tono casi inaudible.

Era realmente temprano, casi rondando las tres y media de la madrugada, pero su trabajo implicaba estar ahí muy temprano, y al quedar tan lejos, madrugar era crucial.

—Me obligas a tomar medidas drásticas —amenacé.

Ella ni siquiera me respondió, solo se removió en la cama e hizo algunos quejidos. Entonces me encogí de hombros y me dejé de amenazas. Sabía que la única forma de sacarla de la cama, era haciéndole cosquillas.

Comencé a darle caricias por zonas que conocía perfectamente, incluso mejor que la palma de mi mano. Sabía que si la tocaba en la zona baja de su espalda se sacudiría. Amalia dio un respingo y la escuché reírse, pero continuó fingiendo que dormía.

Aumenté las caricias, y los lugares, y empecé a hacer más intensos los roces y los piquetes. Amalia no pudo aguantar más y estalló en risas y se retorcía en la cama de un lado a otro como un gusanito.




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