Dos meses después.
Vivir con ella era como una increíble fantasía. Teníamos más de tres meses viviendo juntos y todo parecía ir de miel sobre hojuelas. El mes de diciembre estaba entrando y esta sería la primera navidad que pasaríamos juntos.
Mis padres habían vuelto de su viaje al caribe hacía un mes, y aunque al principio no les fascinó la noticia de que estuviera viviendo con Amalia; terminaron por aceptarlo cuando les dije que realmente no me importaba si no les gustaba, yo la amaba y eso era todo.
Mi padre lo toleró más rápido que mi madre, y en cuanto fueron a visitarnos al departamento, recordaron por qué la querían tanto como yo.
Mi madre y Amalia se llevaban muy bien, de hecho, tan bien, que ya le decía hija. Mi padre por otro lado, no le sorprendió demasiado, él sabía que terminaríamos juntos al final.
Incluso me recordó aquella conversación, en la que me había convencido de seguirla, tal y como él había hecho con mamá.
Insistieron bastante con que pasáramos la navidad con ellos en Atlanta, sin embargo, yo sabía muy bien que Amalia no quería volver a Atlanta a causa de su padre. La ultima vez que estuvo allí no la pasó muy bien, y lo que menos quería era que eso le arruinara la navidad.
Además, esta sería la primera vez que pasaríamos las fiestas solos, así que desistimos de la invitación, por más que mi madre suplicó, una y otra vez, incluso intentando sobornarnos con esas deliciosas recetas de comida que preparaba.
—¿Crees que deberíamos empezar a decorar? —preguntó Amalia, una mañana del 10 de diciembre mientras desayunábamos.
Era uno de esos domingos en los que tenía descanso, y nos gustaba pasar todo el día en casa envueltos en pijama viendo Netflix y comiendo porquerías.
—¿Decorar? —No sabía a qué se estaba refiriendo.
—¡Sí! La navidad. Hace tanto que no tengo una de esas navidades. De los años que estuve en Inglaterra, tres fue en la facultad, y como tal no era mi decoración, y cuando me mudé, casualmente esos dos diciembres tuve que trabajar. Realmente no decoré nada, ni siquiera la pasé en casa.
—Pero aún no es navidad —refuté.
—¿Y? ¿No has visto afuera? Hay santas y árboles navideños desde finales de octubre.
—Es cierto —asentí.
—¡Vamos! Este es el único día libre que tenemos los dos, no podremos comprar las cosas otro día.
—Está bien.
Nos alistamos y salimos antes del mediodía. Para mi sorpresa, había mucha gente afuera comprando cosas navideñas como si este fuera el último diciembre del mundo.
Amalia corrió emocionada a la tienda en cuanto llegamos, parecía un niño en una juguetería, y no solo era porque si le ponía un gorrito, probablemente la hubieran confundido con un elfo.
Sus ojos se iluminaban cada vez que veía algo que le recordaba a su infancia. Yo también amaba la navidad, pero hacía tantos años que no me ocupaba de eso, que realmente había olvidado lo que se sentía decorar la casa con alguien que amas.
En mi casa la que se encargaba de eso era mi madre, y era igual que Amalia, pues mi madre amaba las festividades. Después de irme a California no tenía a nadie que se ocupara de esas cosas, y simplemente, perdí el gusto por decorar.
—¡Oh! Mira esto, va a quedar hermoso en la pared —señalaba unas guirnaldas doradas—, o mira este de acá.
—Escoge todo lo que quieras, sé que quedará genial.
—Me ayudarás, ¿cierto? —enarcó una ceja esperando mi respuesta.
—Sí, por supuesto que sí —dije no muy convencido con la idea, pero verla tan feliz me daban ganas de comprarle toda la tienda, y de ser posible armaría todo con ella, aunque la tarea me resultase lo más aburrido del mundo.
Suspiré. Lo que hacía por amor.
Pasamos todo el día comprando las cosas, para cuando llegamos a la casa era pasada la tarde, y ambos debíamos dormir muy temprano para salir de nuevo a nuestra rutina de trabajo, no nos iba a dar tiempo de decorar, al menos no ese día.
Amalia estaba decepcionada, pero aún ella con toda esa energía acumulada, —todavía me preguntaba de dónde la sacaba—, llegó y se quedó dormida a los pocos minutos.
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Editado: 03.11.2019