Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 30

Estar lejos de Amalia era una tortura. Incluso si solo eran unos días, me di cuenta que ya no podía dormir igual si no estaba a mi lado, y cuando no estaba en la práctica, las tardes en casa eran por completo aburridas sin escuchar su risa mientras conversábamos.

Por eso cuando la idea cruzó por mi cabeza, me pareció simplemente genial. No iba a poder quedarme con ella todo el tiempo que estuviera en Atlanta, pero al menos sí podríamos pasar el año nuevo juntos y tal vez, finalmente, podría hacerle la propuesta que me había puesto tan ansioso aquella noche.

Recordarlo provocaba que una ligera vena brincara de mi sien furiosa. No podía comprender cómo todo se había arruinado de tal forma; sin embargo, me sentía aún más enojado por Harold.

Cinco minutos antes de soltar la bomba, le había contado que le pediría matrimonio a Amalia, e incluso sabiendo eso, no dudo un segundo en arruinar mi noche y la de todos los invitados.

Las ganas que llevaba de golpearlo se me estaban haciendo difíciles de controlar, por suerte Cristopher lo hizo por mí; después de todo no fue casualidad que “accidentalmente” lo soltara, y él terminara propinándole el puño en toda la nariz.

No quise quedar mal frente a Ginger, pero sentí una buena ráfaga de satisfacción cuando pasó.

Sin embargo, después de eso ya no pude proponérselo, ¿cómo lo iba a hacer? Ella no estaba en condiciones de preocuparse por nada más que no fuera su padre y su familia; y aunque me frustraba un poco; esperaría lo que fuera necesario hasta encontrar el momento adecuado de nuevo; quizá ese momento podría ser el año nuevo. Me encogí de hombros mientras iba pensando todo aquello.

La vieja casa de Amalia me traía muchos recuerdos. Recuerdos muy antiguos y no tantos; y no todos felices.

Ahora era diferente, porque sabía que ella se quedaría conmigo para siempre.

Las luces estaban encendidas desde el interior. Solté un suspiro de alivio pues ella había mencionado que Janet la invitaría a su casa, pero las luces me indicaban que estaba ahí. Llamé a la puerta ansioso, las ganas de ver su reacción me ponían nervioso.

Tremenda sorpresa me llevé cuando el que abrió la puerta fue Víctor y no ella. De nuevo, mis planes de matrimonio se veían truncados. Amalia no estaba sola.

Había perdido la oportunidad de hacerlo frente a su familia, y la perspectiva de hacerlo frente a Víctor y muy seguramente Ian, me ponía incómodo, prefería esperar a que estuviéramos solos.

En cuanto Amalia me vio su ceño fruncido cambió, ¿por qué estaba tan enojada? Corrió hacia mí y por poco terminamos rodando por las escaleras.

—¡Estás aquí! ¡No puedo creerlo! Por Dios, te amo —susurró en mis labios. Sus besos me sabían a gloria, extrañaba demasiado sentir el calor de su boca contra la mía. La besé con desesperación, como un ahogado intentando dar sus últimas bocanadas de aliento.

—¿Creíste que te dejaría pasar año nuevo sola? —susurré de vuelta.

Verla tan feliz me inflaba el pecho de emoción, de felicidad.

—Pues la verdad sí —confesó con un leve color en las mejillas.

—Jamás —sentencié.

Amalia me tomó de la mano y me jaló adentro de la casa. De inmediato me di cuenta que no solo Ian y Víctor se encontraban en el lugar. Al final Janet y su futuro esposo también habían decidido pasar el año nuevo con ella.

Me alegré de saber que todavía contábamos con amigos tan leales como ellos.

—¡Lucas! Tanto tiempo sin verte —saludó Janet, se puso de pie y se acercó a saludarme. Cada vez que la volvía a ver quedaba impresionado de su cambio, además de que parecía haberse añadido algo nuevo.

Richard también me saludó, ahora más emocionado al saber que jugaba en la NFL.

—No me la creo que tengo frente a mí al mariscal de los Panthers —dijo asombrado.

—Bueno…—Pasé una mano por detrás de mi cabeza apenado, y porque en realidad yo no era el titular del equipo, pero prefería que siguiera creyendo eso, ¿quién era yo para contradecirlo?

—Llegaste justo a tiempo para la cena —anunció Amalia.

—Lucas, dejaré tus cosas arriba —dijo Víctor.

—¡Ey! ¿No vas a saludar a tu viejo amigo? —preguntó Ian enarcando una ceja.




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