—Hoy es el día, te lo juro que hoy le pido matrimonio a Amalia así se acabe el puto mundo —sentencié.
Daniel me miraba intrigado, giró los ojos y no pareció creerme cuando lo afirmé.
No lo culpaba, seguía postergando la pedida una y otra vez como una especie de mala broma del destino. Me rehusaba a seguirlo posponiendo pasase lo que pasase.
—Sí, sí. Ya no te creo nada, solo cuando le vea el anillo en el dedo lo creeré.
—Es que te juro que no sé porque no puedo hacerlo. —Le lancé el balón frustrado mientras hacíamos las prácticas.
El gran partido se acercaba. Finalmente, el entrenador me había dado la oportunidad de probar mi juego a mitad, y no solo en el último cuarto como venía haciendo. Cody estuvo de acuerdo, después de todo, su juego empeoraba cada vez más. No tenía idea de por qué había empezado a desmejorar, pero eso era una ventaja para mí.
La temporada iba casi a la mitad, y de los cinco que llevábamos solo uno lo habíamos ganado. Sentía la presión sobre mí, necesitaba jugarlo y necesitaba ganarlo sí o sí.
Si lo hacía bien en este juego, mi entrada como titular se reduciría por mucho, pues no tendría que esperar tanto para ganarme el puesto; después de todo, el titular actual estaba cerca a la edad de retirarse, ya no rendía igual por mucho que quisiera.
—No quieres, para mí es eso. Si no te sientes listo mejor no lo hagas —respondió encogiéndose de hombros.
—Sí me siento listo, lo digo de verdad. Cada vez que amanezco a su lado, no puedo imaginar un día sin que sea así.
Daniel volvió a girar los ojos y me hizo un gesto vomitivo con el dedo.
—Estoy saliendo con Vanessa, pero no abuses, mi nivel de cursilería es bajo —dijo riendo.
—No puedo creer que finalmente estés saliendo con una mujer de forma oficial.
—Oficial, así como oficial, no es —respondió guiñando un ojo.
—No tienes remedio.
—¡Ey! ¡Ustedes dos! Esto no es una cita social, conversen afuera señoritas. —El entrenador nos gritó frente a todo el equipo, y de inmediato Daniel y yo volvimos a entrenar sin hablar.
Era bastante común que nos trataran así, y a ninguno parecía molestarle en lo absoluto. Las burlas siempre estaban a la orden del día, así que fuera de la cancha seguíamos siendo “señoritas” y hacíamos “tertulias” para contarnos los chismes.
Di mi mejor esfuerzo en la práctica hasta agotarme.
Amaba la sensación de terminar sudado y con los músculos temblando, porque luego de un relajante baño caliente todo ese cansancio se iba, y veía el fruto de mi esfuerzo.
Había planeado la cena en el restaurante después de todo, pues me parecía una manera modesta, privada y al mismo tiempo, romántica de pedirle matrimonio. Quizá imitaría a algunas películas de amor, y pediría al camarero poner el anillo en la copa de champan que tomaríamos esa noche.
Al terminar la práctica salí disparado del estadio, ni siquiera me duché pues pensaba hacerlo en casa. Amalia ya sabía que saldríamos a cenar, pues le había dicho que se preparara para esta noche.
Me sentía bien al saber que su estado de ánimo estaba mejor, incluso había tenido la oportunidad de hablar con su padre hacía unos días y, según lo que me había contado; todo parecía estar bien.
La madre de Amalia había vuelto a Carolina para saber cómo seguía su ex esposo, —y también por negocios—, la señora no perdía tiempo con el trabajo, y los poquísimos días que estuvo en navidad los había aprovechado para una nueva oportunidad.
Se estaba hospedando en un hotel, por mucho que su hija le insistió que se quedara con nosotros. En el fondo agradecí que no aceptara, pues, aunque la señora era maravillosa, prefería tener nuestra propia privacidad.
El momento era idóneo, como si de nuevo el destino se hubiera juntado para que le hiciera la propuesta, con su madre aquí, solo me quedaba Cristopher, quien había vuelto a su casa en Louisiana. Solo tendría unas semanas más para invitarlo al compromiso antes de que lo volvieran a enviar de misión en la marina.
Por supuesto, esta vez haría las cosas un poco diferentes, primero Amalia, y luego me encargaría de su familia.
No estaba completamente seguro si debía involucrar a Harold. El niño había causado demasiados destrozos, comenzando porque, en primer lugar, por su culpa no pude pedirle matrimonio la primera vez; además, la madre de Amalia parecía no querer estar con él en la misma habitación, y meter a Cristopher era armar una mini guerra de la cual no quería ser parte. Este era el momento de Amalia, nuestro momento.
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Editado: 03.11.2019