Definitivamente, para Siempre (bilogía Para Siempre) Libro 2

CAPÍTULO 37

AMALIA

 

La muerte de mi padre había sido el peor día de mi vida, creía que no podría volver a estar bien nunca más, sin embargo, Lucas era como aquella luz al final del túnel que me mantenía viva, me daba esperanzas.

Cuando estaba a mi lado me hacía olvidar todo el dolor y toda la pena, él era mi salvavidas y estaba feliz de flotar en él para siempre.

Me alegró mucho verlo ganar el partido, a penas terminó bajé corriendo a su lado, por suerte el guardia que custodiaba que los fanáticos bajaran enloquecidos me conocía, y me dejó pasar sin problemas.

Corrí a su lado entre los jugadores y lo abracé. Se sorprendió, no parecía esperarlo.

—Felicidades princeso —susurré en su oído.

Él me tomó por la cintura y me cargó, luego me dio un beso que supo a gloria y a sudor, no me importaba.

—¡Ey! Déjanos un poco para festejar —bromeó Daniel.

—¿Festejar? —pregunté enarcando una ceja.

De inmediato su expresión cambió, hizo un gesto de culpa y me tomó una mano con apremio.

—Lo siento tanto Amalia, lo había olvidado, lamento mucho lo de tu padre —se excusó entre gritos, pues entre los anuncios del narrador, la gente y el equipo, no escuchaba muy bien.

—No te preocupes Daniel, no pasa nada.

Un dolor en mi pecho volvió a oprimirme un momento. Era difícil estar bien a tan solo horas de haber enterrado a mi padre.

Lucas me miró y se dio cuenta de que mi estado de ánimo había bajado, así que me jaló del brazo y nos fuimos hacia los vestidores. Los jugadores comenzaron a entrar también y poco a poco el estadio empezó a vaciarse.

—¿Estás bien? —me preguntó cuando estuvimos apartados de la gente.

—Sí estoy bien —respondí bajando la mirada.

—No tienes que fingir estarlo, sé cómo te sientes —dijo intentando consolarme.

Odiaba que la gente me tuviera lástima, no quería ser la frágil chica que debía estar sufriendo por la muerte de su padre. Podía soportar que los demás me miraran con pena y sabía que por dentro solo pensaban “pobre chica”, pero no podía soportarlo si venía de Lucas, no quería que me tratara como un cachorrito herido.

—No finjo, no pretendas que esté llorando todo el rato —dije de mala forma.

Lucas se sorprendió por mi respuesta, y no dijo nada más.

Lo acompañé hasta donde me era permitido, después de todo tendría que esperar a que se fueran para sacar las maletas del viaje.

—Hall, ¿qué opinas de una celebración? Es el segundo partido de la temporada que ganamos, todo gracias a ti, ¿qué dices? —Le dijo un sujeto corpulento y enorme, uno de sus compañeros de equipo.

—Sí, es una buena idea —secundó otro.

—Mmm no lo creo… —comenzó a decir él, pero lo interrumpí y dije:

—¡Claro que sí!, es perfecto y te lo mereces amor.

Él volteó a mirarme con la misma expresión de hacía un rato, confundido.

—¿Estás segura?

—Sí, por supuesto, ¿dónde y a qué hora? Ahí estaremos.

El jugador le dio una dirección, y para cuando se cambiaron y alistaron, prácticamente todo el equipo estaba invitado a la fiesta.

 

Volvimos a la casa en un santiamén, no teníamos demasiado tiempo para descansar y luego ir a la fiesta en la noche, necesitaba dormir y bañarme para sacarme todo el peso del viaje, lo único que quería era olvidar todo, dejarlo atrás y continuar con nuestras vidas.

Lucas seguía mirándome confundido, pero se reservaba lo que pensaba para sí mismo.

—Pulga, ¿estás segura de que quieres que vayamos a esa fiesta? —preguntó por enésima vez.

—Claro que sí, te la mereces, haz hecho un gran juego —le dije con una cálida sonrisa.

—¿No te sientes mal?

—No. —Lo fulminé con la mirada y entonces retrocedió.

—Está bien, si eso es lo que quieres.




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