Deidad dragon de agua

El Peso del Sacrificio

El viento arreció, como si el propio santuario susurrara palabras de consuelo a Ryujin. Pero él no encontraba alivio en aquellas corrientes. Solo había vacío.

Gang-tae, viendo el tormento que se arremolinaba en los ojos de su amigo, se acercó en silencio. Se agachó frente a él y le posó una mano en el hombro, con una suavidad rara en su rudo carácter.

—A veces, el sacrificio no se comprende de inmediato —dijo, su voz cargada de una gravedad serena—. Es un peso que se lleva toda la vida, un precio pagado no solo por los seres amados, sino por el destino mismo.

Ryujin alzó la mirada, buscando respuestas en los ojos de Gang-tae, como un náufrago que ansía un faro.

—¿Y si mi sacrificio es mayor que el de los demás? —preguntó, su voz teñida de una duda que nacía en lo más profundo de su alma—. ¿Y si no puedo cargar con este peso?

Gang-tae respiró hondo antes de responder:

—Tu sacrificio ya ha comenzado, Ryujin. Desde el momento en que elegiste seguir adelante, decidiste cargar con lo que Izumi no pudo. El camino será incierto, oscuro. Pero es en esas sombras donde tu verdadera fuerza se forjará.

Las palabras calaron hondo en Ryujin, y, por primera vez en días, algo en su interior se encendió. No podía cambiar el pasado, pero podía honrar el sacrificio de Izumi no solo en recuerdo, sino en acción.

—¿Qué debo hacer ahora? —preguntó, su voz más firme aunque aún quebrada.

Gang-tae sonrió levemente, como quien había esperado esa pregunta desde siempre.

—Debemos continuar la misión que Izumi empezó. Hay fuerzas oscuras que aún amenazan con destruirlo todo. Y aunque ella ya no esté, su sacrificio nos dejó la chispa para luchar.

Ryujin asintió lentamente. El viento se alzó de nuevo, helado y penetrante, como una caricia de despedida. Cerró los ojos, permitiéndose sumergirse en la memoria de Itze, buscando en sus recuerdos el refugio que su alma necesitaba.

Entonces la vio: su rostro, etéreo, envuelto en una luz suave.

—Ryujin —susurró Izumi, su voz acariciándole como un bálsamo—, no llores por mí. Mi sacrificio fue necesario. Ahora pertenezco a los Kami, y desde allí, te guiaré.

—Te lo prometo, Izumi —murmuró Ryujin, la voz ahogada de lágrimas—. No dejaré que tu muerte haya sido en vano.

Cuando abrió los ojos, su espíritu se había fundido con la brisa. Él sabía que ella seguiría a su lado, en cada susurro del viento, en cada latido de su corazón.

Pero antes de que pudiera dar un paso, una figura cruzó el santuario. Avanzaba con la ligereza de quien camina entre mundos. Ryujin reconoció al instante aquella silueta.

—Garuda... —susurró, el nombre escapándose de sus labios como un rezo.

Garuda, mensajero de Vishnu, se acercó. Su sola presencia parecía iluminar la oscuridad.

—Te he estado esperando, Ryujin —dijo con solemnidad.

Gang-tae retrocedió un paso, sabiendo que el momento no le pertenecía. En su interior, un nerviosismo latente: sabía que la noticia sacudiría a su Ai y Aisuri.

—¿Qué sabes de Itze? —preguntó Ryujin, la voz temblando como un cordaje tensado.

Garuda lo observó largamente antes de responder:

—Su sacrificio no fue en vano. Y tu misión no ha terminado —pausó, sus ojos ardiendo con una luz ancestral—. Izumi te dejó un mensaje, uno que debes descifrar para restaurar el equilibrio.

Ryujin sintió que algo se agitaba en su pecho, como una semilla a punto de brotar.

—¿Un mensaje? ¿Qué quieres decir?

—Ella no quiere venganza. Quiere equilibrio. Su muerte fue solo el principio. Y tú, Ryujin, eres quien debe completar lo que ella empezó.

Garuda extendió la mano, y sin vacilar, Ryujin la tomó.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, su voz firme, renacida.

—Debes viajar a las Montañas del Olvido. Allí, junto a la nueva Miko principal —su hermana menor—, encontrarás las respuestas. En aquel lugar donde el velo entre mundos es delgado... la verdad te espera.

Ryujin asintió. Volvió la mirada al santuario una última vez, jurándose a sí mismo que el sacrificio de Izumi jamás sería en vano.

Cuando Ryujin volvió a la aldea, la brisa parecía detenerse, como si los mismos árboles contuvieran el aliento.

Las Miko lo observaron desde las sombras de los corredores del templo, susurros quedos como plegarias o advertencias mientras se dirijjia al altar cerca del Shinsei no Ōkuden.

La sala era un pozo de sombras y fragancias amargas de incienso.
Cuando Ryujin cruzó el umbral, la hermana de Izumi ya estaba allí, de pie, rígida como una estela funeraria.

Ella no se inclinó.

No bajó la mirada.

Solo lo observó como un juez observa a un condenado, en su alma había algo que la incomodaba y no tenía respuesta para eso que le apretaba el pecho.

—Llegas tarde, Ai Ryujin —dijo, cada palabra cortante como un filo sumergido en hielo.

Él apenas parpadeó.
Sabía que la rabia y el dolor eran un precio justo por la verdad que debía entregar.



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En el texto hay: misterio, magia, deidades

Editado: 19.05.2025

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