La noche descendía como un Kami silencioso, extendiendo su aliento sobre los árboles del Shinsei no Ōkuden. El cielo, desgarrado por constelaciones rotas, parecía temblar ante lo que iba a acontecer.
En el centro del Sanctum Sanctorum prohibido, donde ningún Kaji había ardido jamás y donde incluso los Kami callaban, la Mizu dormía.
Un círculo perfecto de obsidiana líquida reposaba en el suelo, tan negra que ni la luna se atrevía a mirarse en ella.
Allí, donde el tiempo deja de respirar, donde la eternidad se curva sobre sí misma, el destino fue llamado.
La luna, rota en mil fragmentos, giraba sobre su eje como si huyera de su propia memoria.
Y en esa oscuridad suspendida, los nombres de dos almas estaban a punto de ser inscritos en las venas invisibles del tiempo.
Yorutsuki.
La nueva Miko principal. Heredera de un espíritu antiguo y de una sangre que aún canta bajo la piel.
Ryujin.
Kami que representaba la Mizu. Voz de los ríos que recuerdan y de los lagos que sueñan.
Y un tercero, sin nombre, sin ser convocado, estaba presente a lo lejos.
El mensajero del ojo que todo lo ve. El no llamado. El testigo.
Desde lo alto del Sanctum Sanctorum, entre ramas muertas y viento inmóvil, observaba.
El inicio del primer ritual donde la Miko juraría lealtad al Kami envuelta
en su kimono ceremonial en tela de Tsuki, blanco como la niebla de los tiempos remotos,
llevaba bordados símbolos en hilo de plata: la espiral de la vida,
el espejo de la verdad, el lazo de la unión.
La Miko anciana guió a Yorutsuki hasta el borde del círculo.
Su voz era como el eco de un rezo que había sobrevivido a siglos de silencio:
"Koko wa… unmei no shunkan."
("Este es el momento del destino.")
Yorutsuki avanzó, descalza, en línea recta hacia el corazón del círculo.
Sus pasos eran lentos, cada uno marcaba una sílaba del antiguo poema de la Mizu.
En su mano izquierda, sostenía una rama de junco plateado.
En la derecha, una piedra azul grabada con el Kanji de su Ai.
Al llegar al centro, se inclinó.
No en sumisión, sino como quien se rinde a lo inevitable.
Ambos brazos en cruz.
Palmas abiertas hacia el cielo.
El cuerpo inclinado hacia el elemento primordial.
Las demás Mikos, a su alrededor, entonaban al unísono una letanía ancestral.
Sus voces no interrumpían: tejían la atmósfera, un murmullo coral de siglos, un aliento que envolvía el espacio.
Ryujin emergió de la niebla, envuelto en telas de jade líquido en su forma Ningen.
No caminaba: flotaba con la gravedad invertida del océano.
Se colocó frente a ella.
Su presencia hizo brillar la Mizu en forma circular, desde las profundidades.
Azul profundo, como el recuerdo del mundo antes del primer amanecer.
Yorutsuki coloca la piedra azul sobre la Mizu. Esta no se hunde.
El junco lo sigue, como si buscara dormir.
Ella entona:
「Mizu no shōmei, Miko no inochi, Ai ni sasageyo」
("Testimonio de la Mizu, vida de esta sacerdotisa, a mi señor se la entrego.")
El eco de su voz hace vibrar el círculo.
Las ondas se congelan en suspenso.
Ryujin alza su mano derecha.
Posando dos dedos sobre la frente de la Ningen.
Sus labios murmuran:
"Na-gana: Yorutsuki.
Shinsei no tame ni.
Ima, unmei o kizamu."
("Nombre verdadero: Yorutsuki. Por lo sagrado. Ahora, se inscribe el destino.")
Ella, con el pecho abierto de solemnidad, responde:
"Ai suttara Miko, dhanam riya,
I nam-da Mizu, oy-rae soyo…"
("Yo, su sacerdotiza entregada, doy mi esencia,
A ti, Mizu eterna, fluye en mí…")
Ambos extienden sus palmas hacia abajo, sumergiéndolas en la obsidiana líquida.
La piedra azul y el junco se disuelven, absorbidos sin dejar rastro.
La Mizu canta.
Las Mikos entonan
El primer ritual está completo.
ellas continuan su cántico al unisono para dar continuidad al segundo ritual ese que sella un juramento del y al Kami.
Aquel que no fue invocado continua observando a lo lejos con sus ojos color oro llameantes como el sol mientras el silencio se hace más profundo.
Editado: 19.05.2025