La luna tiembla, proyectando sombras que se doblan sobre sí mismas en la obsidiana que se paraliza mientras, Ryujin alza un cuenco hecho de la misma Mizu del círculo.
Dentro, una esfera suspendida vibra, como si contuviera la memoria de algo que no debiera ser recordado.
El que observa a lo lejos no parpadea, su mirada se vuelve gelida, él lo sabe. sabe que no puede decirlo, solo el sabe por que lo sabe.
Yorutsuki se arrodilla nuevamente, pero esta vez con las manos entrelazadas en posición de súplica.
Ryujin coloca el cuenco frente a ella.
Ella recita, en voz más baja, más lenta:
"Tane wa mezame,
Ningen wa sono inochi o motte…
Bozoku no tame ni…"
("La raza ha despertado, El humano ofrece su vida, Por la tribu…")
Las Mikos susurran en armonía, repitiendo las sílabas como un eco de las eras.
El cuenco vibra.
Pero cuando Ryujin alza la voz, algo se quiebra.
"Miko wa—… Miko wa…"
("La sacerdotisa es—…")
Coloca su mano sobre el cuenco.
Sintió que algo no encajaba. Como si una sombra antigua se negara a ceder el lugar al presente.
La Mizu no responde.
La esfera se rompe dividiendo a la mitad el símbolo tallado que lo representa.
El juramento se quiebra antes de ser pronunciado.
Un grito sin sonido resuena bajo la tierra.
El círculo se agita, no con ira, sino con un recuerdo.
Él alza la mirada.
En su reflejo, no se ve.
Está Izumi.
Está Itze.
Está un Kaji que jamás debió tocar la Mizu.
Ryujin retrocede un paso.
Su rostro palidece, su boca se abre.
Pero no hay voz.
Solo un susurro que no le pertenece:
"Watashi no kuchi wa… mou, watashi no mono de wa nai."
("Mi boca… ya no me pertenece.")
El que observa a lo lejos baja del Sanctum Sanctorum.
Sus alas, quietas.
Sus ojos, encendidos como soles viejos responde.
"Sono yakusoku wa… mou musubarete iru."
("Ese juramento… ya fue hecho.")
El cuenco se desintegra.
La obsidiana se apaga.
El juramento se niega.
El tiempo no permite dobles nudos.
La Miko anciana, a un costado del altar, murmura entre dientes rotos por los años:
"Zense no honō wa… mada kiezu ni iru."
("La llama de la vida pasada… aún no se ha extinguido.")
La ceremonia de juramento había transcurrido con la solemnidad de un suspiro ahogado, pero algo en el aire no se sentía bien. La Mizu, la esencia líquida que nunca descansaba, estaba inquieta, y su murmullo ya no era una suave corriente. Su presencia se hacía cada vez más intensa, como si estuviera apoderándose del espacio. El Dal brillaba débilmente sobre la obsidiana, reflejando las sombras danzantes que el ritual había invocado.
Yorutsuki, la elegida para ser la voz del Kami, miró al altar sorprendida que la Mizu se mezclara. En sus ojos brillaba una luz vacía, como si hubiera reconocido la verdad en su corazón: el destino ya había sido sellado. La promesa que debía cumplirse, los votos que todos esperaban, ya no tenían sentido. La voluntad del Kami había sido violada, y ahora todo era un eco que retumbaba en la quietud del templo.
De repente, un susurro, suave como la brisa, pero desgarrador en su intensidad, comenzó a llenar el aire. Yorutsuki quiso gritar, pero no halló voz en su garganta. Porque ya no era suya . Era algo más, algo que no debía estar allí. La Mizu, sin permiso del Kami, la había controlado. Su Mizu, que nunca debía mezclarse sin la voluntad divina, se coló en su mente, su alma, y comenzó a cantar. No fue un canto claro, ni purificador. Fue una melodía rota, disonante, que rompió el hilo del silencio sepulcral.
"Donde la Mizu se sumió en el silencio, pues la voz nunca ascendió bajo el Dal quebrado, cuando el mantra se deshizo, en la Yuki perdida de la Mizu, el segundo voto se disolvió porque él enmudeció, mientras el primero crujía, rechazando el destino.
La Mizu que desafio la voluntad del Kami, aún conectada a la Miko continuo su canto... Lo que no debía ser dicho. Busca, busca lo que ya no mora… ve hacia donde el Dal hiela el altar, donde las promesas y los sacrificios se desvanecen en los eones del olvido, aquello que no puede ser fugaz, pero lo fue."
El silencio después del canto fue ensordecedor. Nadie se movió, nadie respiró, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. El Kami, cuya presencia se sentía en cada rincón del templo, se tambaleó. No fue solo la ceremonia la que se había quebrado. Fue el mismo tejido de la realidad, alterado por un acto de rebeldía que jamás debió ocurrir.
La Mizu, al final, volvió a su forma inerte, pero el daño ya estaba hecho. Los sacrificios de antaño, las promesas hechas en nombre de la divinidad, se desvanecían. El altar, que una vez fue sagrado, ahora era solo un recuerdo helado en el tiempo, como un sueño que se escurre entre los dedos.
"¿Qué queda ahora?" murmuró Yorutsuki, casi inaudible, como si temiera pronunciar las palabras que sabían la respuesta. El voto que se había hecho ya no podía ser cumplido. No por la voluntad de los dioses, sino por la fuerza de lo prohibido.
El Kami había fallado. La Mizu había hablado. Y el destino, ahora, era un rompecabezas quebrado que ya no podría ser reparado.
Garuda, atónito por lo ocurrido, sonrió tristemente, porque lo sabía, lo sabía en lo más profundo de su ser. Sabía que no podía explicar lo que el ojo que todo lo ve le había mostrado. ¡Oh, Vishnu!, sabía que no podía interpretarlo, sabía que el Kami de la Mizu no podía ser guiado. Sabía lo que vendría… y no podía intervenir. Lo sabía. Sabía lo que sabía.
Nada más se movió.
Ni el viento.
Ni la Mizu.
Ni las almas.
Editado: 16.06.2025