"No hay tormenta más feroz que la del alma que olvida.
Ni dios más solo que el que no sabe por qué sangra.
Suijin camina, sin saber que ya no camina solo…
Lleva la memoria de quien amó,
y la culpa de haberla perdido."
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El Sanctum había quedado atrás, pero en el alma de Suijin algo se quebraba sin hacer ruido. Regresó a Ryugu-jō sin hablar, con pasos que no tocaban el suelo y un pecho que latía con un ritmo ajeno. Su palacio, antes santuario, hoy parecía mausoleo.
Las puertas se abrieron solas. Las columnas de coral palidecieron. El agua en los estanques dejó de fluir.
Apenas cruzó el umbral, el aire se densificó y el suelo crujió con la misma queja que lanza el alma antes de quebrarse. Suijin cayó, sin fuerzas, sin palabras.
Minutos después, Gang Tae irrumpió. Su instinto de protector lo había guiado sin error. Sin protocolo, sin permiso, sin título, lo levantó y lo sentó en el trono.
—Dime qué ocurrió, Ai —dijo suavemente mientras lo estabilizaba con su toque aural.
Suijin, con esfuerzo, relató: la ceremonia fallida, la rebelión de la Mizu, el vacío en su pecho, la sospecha que lo carcomía, los silencios de Izanagi, los nombres no pronunciados, y la sensación de que algo antiguo había despertado dentro de él.
Gang Tae no interrumpió. Escuchó como quien escucha al corazón enfermo de un dios.
Cuando Suijin terminó, Gang Tae no le dio un consejo… le dio un abrazo.
—No solo soy tu médico, Suijin… soy tu amigo. No te dejaré solo. Todo lo que pierdas… lo supliré por ti.
Pausa con una sonrisa que escondía complicidad.
—Menos tu amor. Para eso no estoy capacitado ni física ni emocionalmente. Puedo reemplazar tu lanza enjoyada si quieres, pero no tus gustos, ¿sí?
Suijin soltó una risa seca.
—Te extraño cuando hablas como humano.
—Y yo te extraño cuando no pareces una fuente de tragedia griega.
—No soy tan dramático.
—¡Por favor! Has causado terremotos con tu estado emocional. Si lloras, hay tormenta. Si te enamoras, colapsa un templo. Si te estresas, el saki se revuelve. Ya ni el clima confía en ti.
Suijin sonrió por primera vez en mucho tiempo.
—Eres un insolente, Gang Tae.
—Y tú eres un pésimo paciente. Pero te quiero igual Ruiyjin.
Ambos salieron del palacio. En la orilla de Ryugu-jō, se alzaba el portal hacia Amenoukihashi, el Puente Suspendido de los Cielos. Solo los Kami en crisis eran llamados allí. Solo los que debían enfrentar su reflejo.
A medida que caminaban, Suijin tambaleó.
—¿Por qué estoy empeorando? Preguntó.
—Tu alma aural está fragmentada —explicó Gang Tae—. La Mizu se rebeló, y tú absorbiste parte de esa energía sin estar preparado. Estás siendo descompuesto. No te mueres… te estás resquebrajando. Como un espejo que ya no refleja nada.
— ¿Además de médico eres poeta?.
— No me queda opción contigo Suijin.
—¿Vas a suplir aquello también?
—Depende… si se puede sanar con una sopa de miso, lo intento. Pero si es con terapia emocional, ahí sí pido reemplazo. Y si te enamoras otra vez… me retiro aunque mi Aisuri me lance de cabeza al Yomi, Te aviso desde ya.
Ambos rieron. Caminaban sobre el vacío, sostenidos por el puente invisible que solo aparece a los Kami verdaderos. Las nubes danzaban bajo sus pies, el aire sabía a silencio, y el tiempo temblaba a su alrededor.
Al llegar al centro del puente, Suijin se arrodilló de golpe.
Un zumbido.
El santuario del Equilibrio Aural lo rechazaba.
Y entonces, comenzaron...
Voces que no pertenecen a este mundo. Una lengua prohibida.
“Rav’sa ilminé... shal’ti ka nodah... Kael’serin oshkai.”
(“El elegido sangrará bajo el beso frío que no debía dar”).
El aire se vuelve ceniza.
Una figura sin rostro lo observa desde el otro lado del abismo. Su piel es como obsidiana viva. En su frente, una grieta roja pulsa con rabia antigua.
La Darkinensia lo envuelve. No hay forma. No hay nombre. Solo esencia.
Suijin intenta hablar, pero el sonido se le escapa como agua entre dedos rotos.
Luego siente que algo lo absorbe y muestra.
Un campo gris.
Una mujer de pie. No se le ve el rostro, pero su aura es tibia. Familiar. Como la primavera en una casa abandonada.
Itze pensó ya que no pudo pronunciar palabra.
Luego la escena cambia.
Una figura tendida. Su ropa aún cubre su cuerpo, pero está bañada en sangre. Ojos abiertos. Quietud aterradora.
Suijin se arrodilla. La toma entre sus brazos.
Al levantarle el rostro, lo que ve no es dolor… es confuso.
Y en su pecho… algo se agrieta, luego lo absorbe y ve.
Un salón centelleante.
Las paredes están hechas de palabras. Cada objeto brilla con su propia alma. Runas nórdicas tallan el suelo sin manos visibles.
Él camina sin tocar el suelo. Todo gira sin eje.
No hay arriba ni abajo.
Una voz susurra:
“Ándinn minnar munu tvístrast ef þú gleymir.”
(“Tus almas se dispersarán si olvidas”).
Vuelta al Presente
Suijin cae de rodillas, desangrándose por los poros. Su aura se retuerce. El santuario lo rechaza.
Gang Tae corre hacia él, lo sostiene, y con ambas manos recita:
“Sha’lé kira vaen... enlai mizu lien’qi... torka yin uresha.”
(“Por el lazo de agua, por la luz del alma, detente, Darkinensia interior”).
Un sello brilla en el pecho de Gang Tae: el Lianqi de los elementales Mizu, enseñado por Izanami.
El puente vibra. La barrera se abre.
Suijin cae, casi inconsciente.
—Tranquilo... —susurra Gang Tae mientras lo cubre con su manto—. Ya te tengo. No me voy a ir.
Y mientras el manto lo envuelve, se da cuenta que Suijin pesa como mil remordimientos.
—¡Suijin! —gruñe—. ¡¿Podrías no cargar con el mundo cada vez que caminamos?! Hasta un hipogrifo pesa menos. ¡Bájale al drama, por favor!
Editado: 11.08.2025