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"Cuando la sangre toca el Dogma, el olvido deja de ser refugio"
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—¡Ai! —gritó Gang Tae, sujetándolo mientras Suijin sangraba por la boca.
—Me está… traicionando… una parte de mí… mi alma me oculta algo... —logró decir entre espasmos.
Gang Tae cerró los ojos y colocó ambas manos sobre el pecho del kami.
—Lianqi no Mizu no Seishin... Kanzentai!
—“Alineación del espíritu acuático… ¡equilibrio total!”
Un halo azul envolvió al Kami de la Mizu. Su peso se estabilizó. Su aura dejó de parpadear como un fuego a punto de extinguirse.
—¿Eso fue…? —preguntó Suijin, tosiendo—. ¿Izana…mi te enseñó eso?
—Y también me enseñó a dar puñetazos celestiales —dijo Gang Tae, alzando una ceja—. Así que no me hagas cargarte otra vez.
Rieron. Aunque uno sangraba… y el otro lloraba en silencio.
—Mira que tienes suerte de que no me gusten los hombres. Si no, ahora mismo aprovecharía tu debilidad para hacer historia en los registros de los templos.
—Eso sí sería una maldición peor que la Darkinensia… —bromeó Suijin, tosiendo entre risas.
—Y yo que pensaba usar tu palacio para relajarme mientras te recuperabas… —Gang sonrió—. Pero bueno, continuemos.
—¡Mierda! —gruñó Gang Tae—. ¿Cuánto sufrimiento cargas, Ai?
—Gang… si no salgo de esta…
—Te rompo yo mismo —dijo, sonriendo con ironía—. Pero antes te sano… y luego te rompo. Que no me voy a quedar con el trabajo a medias. Recuerda que eres inmortal, aunque el karma sí sabe dar lecciones.
Ambos rieron.
Rieron porque el dolor era demasiado pesado para llevarlo en silencio.
A lo lejos, el final del puente brillaba. Los celestiales aguardaban.
Y en ese punto, el Saki... había decidido no callar más.
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¿Y si el Saki no castiga, sino que repite?
¿Y si el amor que duele no es condena,
sino la advertencia más antigua de los Kami?
Suijin no lo sabe aún. Pero la sangre que cae no es suya… es del recuerdo.
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Y entonces fueron absorbidos por la bruma de lo que fueron, de lo que son… y de lo que serán.
Aparecieron en la entrada del Santuario del Alma Aural, y cuando Gang Tae volvió en sí, Suijin ya estaba arrodillado.
Ese era el corazón del puente Amenoukihashi.
Sus manos sangraban.
El aura que lo rodeaba era inestable, fracturada, como si cada parte de su ser hablara un idioma diferente y se negara a escuchar al resto.
—¡Ruiyjin, no! ¡Estás fragmentándote!
Rápidamente recogió el manto ceremonial, recitó nuevamente el mantra combinándolo con su esencia mística y el sello Lianqi de los elementales Mizu. Al hacerlo, el manto se volvio casi inamovible, pues Suijin estaba desbordando aura sin control.
El cuerpo del Kami tembló.
Gang Tae lo sostuvo con fuerza, clavando su sello en el suelo, estabilizando su flujo aural nuevamente.
—¡Escúchame, Suijin!
No puedes pelear contra lo que fuiste.
Solo puedes recordarlo…
y decidir si eso te quebrará…
o te forjará.
Suijin cayó en sus brazos como doncella, inconsciente.
Y Gang Tae, agotado pero firme, terminó de cubrirlo con el manto protector.
—Quizás no lo recuerdes aún, hermano…
pero los Kami también sangran mientras yo esté aquí vas a lograrlo.
Le decía mientras lo arrastraba para llevarlo.
El santuario del alma aural se alzaba como un espejo detenido en el tiempo, entre la niebla del Amanoukihashi. Su arquitectura no era hecha de piedra ni madera, sino de vibraciones, de memorias condensadas. Los pilares eran filamentos de luz que ascendían como raíces invertidas suspendidas en la eternidad, temblando al ritmo del equilibrio de quien se atrevía a cruzar.
Gang Tae apenas podía arrastrar a Suijin, quien seguía pálido, su aura aún vibrando como un cristal a punto de romperse.
—¿Estamos... vivos? —jadeó el Kami de la Mizu.
—Más o menos. Aunque si te quiebras aquí, te juro que me hago monje y lanzo tu trono al río. —respondió Gang, dejando caer a su Ai en uno de los altares flotantes—. Respira, que ya estás frente a ellos.
Suijin alzó la mirada. Frente a él, rodeando la lanza enjoyada que giraba suspendida en el centro del santuario, estaban sus padres: Izanami e Izanagi. No hablaban. No podían. Sus rostros eran máscaras de serenidad forzada, y su silencio... una condena.
Junto a ellos, aparecieron tres figuras: una ardía como magma (Kaji), otra resplandecía como la tierra bajo la primavera (Chikyu), y la tercera flotaba con el resplandor de la luna creciente (Tsuki).
Editado: 29.09.2025