Deidad dragon de agua

Darkinensia

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“No existe castigo más cruel que recordar lo que uno decidió olvidar para poder vivir.”

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La lanza lo atravesó por segunda vez… las memorias, selladas por mil quinientos años, estallaron como una marea.

No hubo sangre. No esta vez.

No era su carne la que se desgarraba, era su alma repitiendo el ciclo. Y aún así... lo aceptaba.

Entonces Huginn, el cuervo de la memoria de Odín, que graznó desde un rincón imposible del plano. Con su eco rasgó el velo del olvido como si fuera tela vieja.

El Kami no gritó. Porque el dolor no era físico. Era más profundo. Como si cada línea de su alma se desgarrara desde el centro, como si cada fibra del Dogma lo repudiara… y el Saki lo mirara con compasión… y lástima sin entender aún el por que.

Y entonces, el mundo se quebró dentro de él cuando lo vio...

La primera estocada le había traído la imagen: ella, acercándose sin temor. Él, cegado. Él, invocando su forma más primigenia.

Pero la segunda estocada le trajo el juicio.Ya no fue una visión suelta. Fue una historia completa. En silencio. Sin perdón.

El frío le trepó por la espalda como una criatura viva. Un leve olor a hierro y musgo antiguo llenó su nariz… no venía de la herida, sino de algo más profundo, más viejo. El aire se volvió denso. Entonces lo vio: el instante que no debía recordar.

Ella había pronunciado algo antes de caer en la oscuridad. No un grito, no un reproche. Unas palabras que ahora rompía el centro de su alma: como si la Mizu lo tragara lentamente.
Sus ojos, aún abiertos, se clavaban en los de Suijin, no con odio, no con temor... sino con una tristeza tan profunda que ni mil mares podrían contenerla.

—Amaimono… —No debiste recordarme… —susurró la voz de la memoria.

Suijin, de rodillas, con la lanza etérea aún encajada en su pecho espiritual, no podía moverse.
No entendía cómo había sido posible. ¿Por qué no la reconoció?, ¿Por qué su forma de Kami lo dominó?¿Por qué…?

Pero él… ya no era Suijin. Era Ruiyjin.

La Mizu se agitaba, no parecia la misma... eran sombras.

Y la Darkinensia no solo lo había tomado. No como un Yokai. Sino como el reflejo más cruel del dolor no dicho.

Ese lugar entre mundos donde los Kami enfrentan su verdad más oculta donde realmente se rompen

—Yo… yo no quería… —murmuró, temblando...

Itze extendía una mano hacia él.
Pero no para pedir ayuda. Sino para que él la soltara...

—Tú elegiste olvidar.
—Yo elegí amarte.
—Y el amor… me mató.

Una gota le cayó en la mejilla. No llovía. Era como si el templo mismo llorara. En el silencio, podía oír su propio pulso: tres latidos, luego ninguno. Y la voz de Hermes, flotando en la oscuridad como un eco sin dueño no la quizo escuchar.

Cuando la lanza cayó de su pecho espiritual, notó que aún tenía algo entre las manos.

Un corazón tibio. No era de cualquiera. Era el de ella. Un aura condensada. El eco de un alma que había sido amor, promesa… vida y él mismo se lo arrebato.

El aura tibia aún temblaba. Palpitaba con el recuerdo del vínculo. Con un lazo que había nacido para unir… y que él mismo había roto.

Y Suijin entendió. Con un temblor que no nació de su cuerpo, sino del universo, de ese horrendo recuerdo.

Se arrodilló.

Porque la muerte de ella había sido su condena. Y la memoria, su Yomi.

En esos momentos no solo gritó un nombre. También una frase que nació del alma rota, del corazón sin regreso, del castigo que el Dogma no pudo evitar:

—Fui yo… —la voz se quebró, como si se escuchara a sí mismo por primera vez. — Yo la maté…

—Yo maté mi amor…

Y entonces, en un rincón de su memoria, la voz del cuervo Hunning resurgió, como una verdad que no entendio en el momento que se menciono:

—Recordar es más cruel que saber, Suijin.

En ese instante a lo lejos escuchaba entonar un canto que no conocia, sin saber que con cada nota calmaban la furia de un Kami que comenzaba a perderse en sí mismo.

El dragon gritó nuevamente.
No por el dolor.
Sino de su oscuro recuerdo.

Por ese instante que él mismo selló, pensando que olvidar era mejor que aceptar su crimen.

No fue un ritual, ni una guerra… Fue él. Solo él. Como el filo que se elige a sí mismo.

El asesino.
El amante.
El Kami.

La Mizu se tornó de Obsidiana.
La Darkinensia mostraba ahora su verdadero rostro, líneas con formas extrañas iban creciendo en toda su piel.
Su castigo fue...

Por segunda vez la voz del cuervo Hunning resurgio.

— La Darkinensia no nace. Se alimenta del olvido que tú sembraste para no odiarte a ti mismo.



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En el texto hay: misterio, magia, deidades

Editado: 11.08.2025

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