Deimon.

Capítulo 36.

Oblivisci

(Parte dos).

Abro los ojos con pereza y los vuelvo a cerrar al sentir un zumbido en los oídos y un dolor intenso en las sienes, echo la cabeza hacia atrás liberando un suspiro agotador, los vuelvo a abrir y ladeo la cabeza al ver mis brazos extendidos hacia arriba, unas cadenas de hierro están atadas a mis muñecas con mucha fuerza que apenas me permite moverlas.

Con lentitud paso la cabeza por entre mis brazos soltando suspiros agotadores por el esfuerzo y el dolor que siento al mover el cuerpo, uno que está a centímetros de altura del suelo y hace que mis muñecas ardan por el esfuerzo de sostenerme, ya casi están por ponerse moradas.

—Ya despertaste. Supongo que has de tener hambre— una voz masculina y gruesa hace que levante la cabeza en dirección a un rincón oscuro, en donde la silueta de un hombre sentado en una silla frente a mí parece mirarme con fijeza. Mientras sostiene algo en sus manos, una especie de bandeja con comida.

—¿Quién eres y qué se supone que hago aquí?— hablo con voz ronca, pero sin ocultar la seriedad, intentando ignorar el dolor que siento en el cuerpo.

—Bueno, creo que me equivoqué— ignora lo que dije y lanza la bandeja al suelo— Es más, ni te lo mereces—

—¿Piensas responder o solo vas a ignorar lo que te diga?— suelto con molestia. Él se cruza de brazos y sin quitar los ojos de mí, ladea la cabeza.

—Con que tú eres la Nephalem, hija de Camille y Dimitri, nada más y nada menos que Deimon Ruth, princesa y heredera de ambos reinos. ¿Tienes idea de cuánto tiempo llevo buscándote?—

—Como si me importara la verdad— pongo los ojos en blanco— Si no te importa, como sea que te llames, me gustaría que me quitaras estas cadenas son algo molestas— suelta una pequeña risa que no me resulta graciosa en absoluto.

—Me recuerdas mucho a alguien, princesa—

Lo miro con molestia por ese sobrenombre.

—Bien por ti. Y no me llames princesa, imbécil— descruza los brazos, se inclina hacia delante y apoya los codos sobre las rodillas.

—Dime Max, y prometo no llamarte princesa—

Frunzo el ceño.

—Gracias pero prefiero imbécil, te queda mejor—

Lo veo asentir en medio de la oscuridad.

Giro el rostro molesta por la situación, suelto un suspiro y me obligo a recorrer lo poco que consigo ver: un cuarto con paredes y suelo de cemento, una pequeña ventana cubierta de polvo en lo alto de una de las paredes, por la que entra poca iluminación y una gran cantidad de polvo en el aire. Todo indica que es un lugar abandonado pero la pregunta es: ¿dónde?

Miro a Max de reojo cuando lo oigo aclararse la garganta para llamar mi atención.

—Es un placer conocernos al fin— finaliza con una risa suave pero cínica.

—Lamento no compartir el sentimiento— suelto con asco. Él se levanta de su silla y camina hacia mí, toma mi mentón con brusquedad.

—Es increíble el parecido que tienes a ellos—

—Soy su hija, ¿no es obvio?— lo miro con obviedad, me suelta.

Gira sobre su eje para mirar hacia el rincón oscuro de la habitación, consigo ver la silueta de una persona apoyada en la pared, y entonces menciona un nombre que conozco a la perfección. La persona camina hacia nosotros, levanta su cabeza y me mira con seriedad. Con voz entrecortada hablo.

—Tú—

Los ojos del imbécil me miran con diversión por lo que ha causado en mí el hecho de ver a la persona. Incluso lo disfruta el muy odioso.

—Supongo que ya has de conocer a mi mejor trabajador. Ryan Miller— le pasa un brazo por los hombros y lo aprieta contra su cuerpo, Ryan baja la mirada— Lo mandé a que te siguiera y te trajera ante mí, y aunque se tardó más de lo acordado cumplió con su deber, como siempre—

Saca un sobre grande del interior de su caro saco del traje azul marino, el cual luce algo sucio. Eso me hace fruncir el ceño. Enseña el sobre y se lo extiende, él lo toma sin mirar y lo guarda tras su espalda.

—Ya lo creo— murmuro con un nudo en la garganta.

—Max... ¿será que puedo quedarme un momento?— su jefe frunce el ceño.

—¿Con la prisionera?— él asiente con la vista fija en el suelo— No debería de hacer esto... pero si es lo que quieres, no creo que sea un problema. A fin de cuentas ya cumpliste con tu deber. Solo no te tardes— le da unos golpes en el hombro para luego salir de la habitación y cerrar la puerta desde afuera.

Pasan unos segundos en los que nos quedamos en silencio, en todo momento siendo asesinado por mi mirada, hasta que lo veo acercarse al rincón oscuro para luego escucharlo apretar algo que hace que la habitación se ilumine por una pequeña bombilla en el techo. Comienza a acercarse a donde estoy con una especie de pinza gigante.

—¿Qué piensas hacer? ¿Me vas a restregar la paga que te hicieron en la cara o me torturarás con esa cosa? Pues, te puedes ir bien — cubre mi boca con su mano.

Sacudo la cabeza para que me suelte, pero se lleva un dedo a los labios que me deja confundida.




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