Deja que la vida te sorprenda

Capítulo 3

Entro a la gran mansión en la que mi tía era el ama de llaves, pero tan embobada como me dejo el exterior me está dejando el interior. Dos juegos de escaleras colosales se emergen como primera visión en el salón, con una alfombra roja que la recubre, digna del mismo rey de España. Entre ambas, estaba una pecera hermosa, aunque un poco aburrida, sin mucho color, y con un solo pez, que nunca había visto, era negro, y con unas pequeñas líneas amarillas, estaba hermoso, pero parecía triste en ese espacio colosal.

Un enorme espejo con Marcos dorados se levantaba imponente en la pared. Podía verme a mi misma desde la entrada. Soy una chica normal, cabello oscuro y mido 1.68 de estatura, piel morena y ojos café, tengo 23 años. Me miró con asombro al verme tan pequeña debido a la magnificencia de ese cristal.

Sali de mi burbuja de asombro y seguí mi camino, nos topamos con la señora Amalia Laurence, modelo en sus tiempos y esposa del gran diseñador de modas y dueño de las empresas Laurence, el señor Peter Laurence. Los conozco desde niñas pero nunca entendí lo ricos e importantes que eran, hasta el día de hoy.

La señora nos mira con un aire de superioridad, que claramente si tiene, al vivir en semejante palacio. Es una mujer de unos 45 años y va vestida con como si fuera a una gala, pero realmente creo que es lo que usa para estar en casa. Usa su cabello recogido en un moño bajo y tiene un vestido color lila, hasta las rodillas, con un bonito lazo a la cintura, y un escote conservador, un collar de perlas rosadas y un lindo par de zapatos con tacón, estilo clásico y color nude. En fin, si no supiera que es millonaria, por el estilo de ropa lo sabría.

Camina hacia mí, a lo que agacho la cabeza para demostrarle respeto, se que en este vecindario todos viven de ese pedacito, y quiero llevar la fiesta en paz al menos un tiempo.

–¿Y esa quién es Lucrecia? ¿De dónde recogiste a esta ahora? – dice hablándole a mi tía, pero refiriéndose a mí con una mirada despectiva, provocando que lo que me queda de paciencia se vaya por el ducto.

–Señora mire…– alcanzo a decir antes de que otra voz me interrumpa.

–Hola querida Paula, cuantos años sin verte, estas enorme, ya eres toda una mujer … creo que hace como 15 años que no nos vemos – comentó de improviso el señor Laurence bajando por las escaleras al gran salón.

Ese hombre si me quería desde pequeña, y hasta donde lo conozco parece mejor persona que su esposa unas mil veces más. Es un hombre bajo, un poco regordete, con bigote blanco al igual que lo que queda de su cabello, me recuerda un poco al logotipo, al muñequito que representa el monopolio, que verdaderamente no si tiene un nombre. Iba vestido en un lujoso traje de satén, como si fuera su pijama, pero siempre con estilo. 

Baja las escaleras e interrumpe a su esposa y me da un cordial abrazo de bienvenida.

–¿Hace cuánto llegaste? Lucrecia me comento hace unos días, pidiéndome mi aprobación para ver si t podías quedar con nosotros, y como decirle que no si t conocemos desde niña, querida.

–Mil gracias señores Laurence, prometo que seré una sombra dentro de este castillo, molestaré lo menos que pueda, y ayudare en lo necesario, y esto solo será temporal hasta que logre establecerme en algún sitio y consiga trabajo. – le dije mirando solamente al señor Laurence

–No te preocupes niña, quédate todo lo que quieras, ya ves que no tenemos hijos y andamos solos cinco viejos metidos dentro de estas paredes. Nosotros tres, el chofer y mi padre, ah y la enfermera que viene y va  – me dice risueño

–Wow el señor Laurence todavía vive, no me lo puedo creer, cuando vine cuando era pequeña, ya era mayor, pero me alegra que aun nos acompañe.

–Sí, mi padre todavía es un hombre bastante fuerte, está un poco enfermo, pero es normal por la edad

–Q bien, me alegro mucho, espero verlo pronto.

–Bueno ya, basta de balbucear que me tienen loca, tenían que haberme contado antes que venía, para recoger y guardar todos los objetos de valor, porque uno no sabe que malas mañas tiene esa gentuza – interrumpe la señora Laurence de mala gana.

–No creo que…– digo, pero la voz masculina interrumpe de nuevo.

–Tranquilas, vamos a almorzar que ya tengo hambre querida– dice el señor mirando a su esposa y brindándole su mano para que lo siga.

–Si, vamos cariño, – le responde su esposa– Lucrecia pon la cena por favor. – dice refiriéndose a mi tía lógicamente.

–Si señora– le responde Lucrecia encaminada hacia la  cocina.

Diez minutos después estaba mi tía poniendo las copas, rellenándolas un vino tinto exquisito y claro, caviar de cena, mientras yo llevaba la ensalada hasta la mesa. Por lo que continúo al terminar de poner los platos, mi camino hasta la cocina.

Por fin un minuto de paz, como mí pescado tranquila y desfruto del último minuto de tranquilidad que tendré antes de salir  en la mañana a buscar trabajo. Más tarde termino acostada en una cama sencilla para todo el lujo que había en esa casa. Pero para mí está más que bien. Termino enrollada en la sábana y de alguna manera, despierto totalmente a la inversa de cómo me acosté, escuchando de nuevo el odioso pitido del despertador

Nota mental, cambiar el pitido odioso, ¡pronto!

–Hora del nuevo día amiga– me digo a mi misma.

Me doy una buena y energizante ducha, pero corta. Me paro frente al espejo de la habitación y me maquillo, sutilmente, no quiero parecer payasa. Me hice la línea del ojo, bien barcada en negro, me pinte las pestañas y un poquito de color en los labios, un tono natural. Me decido por un conjunto, con la falda negra hasta la rodilla y una americana encima, color azul marino el top que llevo debajo, que hace juego con mis hermosas zapatillas de tacón y mi bolso de mano color negro, según yo, bastante lista con una coleta en lo alto de la cabeza.

Salgo y le digo a mi tía que no sé a qué hora regresaré, pero ella ni caso me hace. Le mando un beso con un gesto con la mano, y claro, tampoco me ve, pero aun así, lo hice.

Camino por la cuidad buscando alguna empresa de diseño y arquitectura, pregunto a los que veo por la calle, y me dan dos o tres direcciones. Paso con mi curriculum por todas, hago notar que no soy una fanfarrona, sino que tengo un titulo que me respalda y claro, muestra que soy una recién graduada y sin experiencia, excelente nota.

A cada lugar al que voy me doy cuenta que simplemente me atienden porque llevo esperando afuera un buen rato por una cita, o porque soy una chica joven y ellos son unos viejos verdes, o por educación, se quedan con mi número de teléfono y dicen que me llamarán. No debo perder la esperanza, pero por lo que creo, no pasará.

Llego a la gran mansión pasadas las 8 de la noche, muerta de hambre y exhausta, entro por la puerta de servicio, para no hacer tanto ruido. Me siento a la barra y me sirvo un vaso de agua, lo bebo con toda la calma del mundo, creo que es una relación más refrescante del universo en ese momento. Al terminar me sirvo un poco de la comida que quedo en el refrigerador, nada de caviar o cosas asi, un poco de arroz y pollo guisado, solo tomaré un poco. Wow tenia la mente tan ocupada en el resto del día, que me olvide de comer, y mi madre debe tener ganas de matarme.

Reviso mi teléfono y tengo 5 llamadas de mi padre – bastante pocas – me digo a mi misma. Llamo para atrás pero nadie contesta, seguro están comiendo, lo hare mas tarde. Entro al baño y me doy una ducha, salgo y me intento quitar los restos de maquillaje que quedan en mi rostro, parezco un mapache otra vez. Mientras lo hago, pienso en mi día.

–Creo que no debo ser tan exigente, tal vez no debería solo buscar algo de mi área de trabajo, por ahora lo que necesito es trabajar, mas adelante encontraré una buena empresa que logre que mi experiencia suba y me adiestre como diseñadora, para meterme en ese mundo y adquirir la experiencia con la práctica – me digo mirándome al espejo echa un desastre – tal vez no vale la pena haber venido hasta acá solo por un sueño, hay que ser realistas y primero buscar lo que necesitas y luego lo que quieres–  sigo hablando sola, como loca, suspiro profundo y bajo la cabeza, pero al momento se me pasa, soy así, no me gusta llorar cuando todavia puede haber una solución.

Me tiro en la cama y al instante, termino rendida.




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