Mi dulce y encantadora Agatha se veía realmente feliz y quizás aquella palabra era bastante grande para su frágil y sufrida humanidad pero yo hacía todo lo que se encontraba a mi alcance para que no se le borrara aquella sonrisa de su rostro. Le rogaba a Allah que me otorgará cada mañana, la sabiduría suficiente para contenerla, para secar sus lágrimas y hacerla reír cuando fuera necesario.
Mi Reina de Cristal decía estar acostumbrada al dolor, que sus achaques eran parte de ella y que yo debía aprender a no alarmarme por todo, aunque eso me resultaba algo imposible.
Una noche, luego del primer evento de exposición literaria de otoño al cual había decidido participar finalmente, llegó bastante cansada y dolorida. Su dolor en la cintura y también sus tobillos, apenas la dejaban moverse y mientras yo ingresaba lentamente en el túnel del pánico, ella simplemente me podía que quitara esa cara mientras se echaba en la cama.
— ¡My God! No existe nada más delicioso que mi colchón —Exclamó desparramándose sobre el mismo—
— Has estado todo el día bastante activa —Dije colocándome sobre la cama, llenándola de besos— Voy a traerte tu medicina, luego podrás descansar mejor, a mi lado.
— Bueno.
A la mañana siguiente recibí un llamado de mi amigo y abogado Baymaz y me comunicó que la sentencia de mi divorcio finalmente sería dictada y que yo debía comparecer frente al Juez del mismo modo que Nergis debía hacerlo también. Pará ello yo debía viajar a Ankara y en el preciso instante en el que las cosas con mi dulce Agatha marchaban de manera tan calma.
El mismo día llegó una carta para mi amada, una aparentemente de mucha importancia por lo que podía apreciarse del remitente. Desde hacía un par de años ella había recibido diversas propuestas para llevar al cine una de las primeras novelas que había escrito, pero siempre se había negado.
Decía que su novela sería desmembrada si era llevada a la pantalla grande por eso había rechazado todas las propuestas. Prefería que hicieran de ella una TV serie o una telenovela y solo de ese modo se sentaría a negociar con los interesados.
Aquella carta tenía que ver con una de esas propuestas y finalmente sobre lo que ella deseaba. De las escasas veces que la he visto feliz, aquella fue sin dudas la más significativa y supuse entonces que era un anhelo largamente esperado.
— Desean hablar conmigo —Dijo con mucha emoción—
— Mmm ¿Aquí?
— No… Debo viajar a Los Ángeles.
No dije nada al respecto y es que no tenía palabras, por lo que no iba a decir ninguna cosa fuera de lugar. Ella ingresó a su habitación y colocó aquella carta dentro de una pequeña caja metálica que yo no había visto antes, la guardó de nuevo dentro de un buró y entró a darse un baño.
Si me descubría, estaría en serios aprietos y era consciente de ello pero, quería saber que contenía aquella caja metálica y me animé entonces a revisarla. Hallé unas cuantas cartas, en su mayoría cartas viejas con remitentes de Edward Hans, otras referentes a las labores de Agatha y en el fondo, bajo todos esos papeles, descubrí incontables fotografías de ella junto a aquel sujeto.
Hubiese preferido no verlas, no hurgar en el contenido de aquella caja y tuve mi castigo por haberlo hecho. Al observar aquellas fotos, resonaron en mi mente lo que Edward Hans me había dicho de un modo bastante seguro.
Él estaba convencido de que Agatha lo seguía amando y por esa razón no poseía la mínima intención de renunciar a ella.
Aparentaban tanta felicidad en aquellas fotos. Esos besos, esos abrazos, esa sonrisa de mi amada que resplandecía por otro hombre, me llenaron de celos, me dejaron agobiado y nuevamente me sentí como el más idiota de los hombres.
Sentí estar parado en un lugar que no me correspondía y me pregunté si ella en verdad poseía sentimientos verdaderos hacia mi o era apenas un escaparate para su dolido corazón. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo convencerme de aquello? Si tan sólo me dijera que me amaba, mi alma estaría en paz pero Edward Hans permanecía aún muy presente en su vida aunque momentáneamente él no haya vuelto a buscarla.
— ¿Oğuz, que tienes? ¿En qué estás pensando? —Irrumpió mis pensamientos—
— La sentencia de mi divorcio se dictará en un par de días y debo viajar a Ankara.
— ¿Y eso te tiene triste? Pensé que estarías feliz.
— No me hace feliz el hecho de haber fracasado en mi matrimonio.
— ¿Eso significa que aún amas a tu esposa? —Preguntó levantándose de la cama—
— No fue lo que dije, Agatha.
— Fue lo que entendí.
— Cuando dos personas se casan, se supone que debe ser para siempre. Por eso estoy así. Es todo.
— ¿Entonces aún la amas?
— ¡Hayır! Te he dicho cuanto te amo, te lo demuestro de mil maneras todos los días pero al parecer aun no es suficiente para ti —Me levanté saliendo de su habitación—
— ¿Qué fue lo que hiciste entonces?
— ¿De qué hablas?
— Oğuz…
— ¿Porqué no te deshaces de esas fotos?
— ¡Lo sabía! nuevamente estuviste hurgando entre mis cosas. Es el colmo contigo.