BEBEK (ESTAMBUL)
Deseaba que la primera impresión de mi Agatha al ver nuestra casa, fuera realmente maravillosa, mágica. Que le brillaran los ojos al observar desde el ático la imponente vista del Bósforo y fui complacido en mis deseos con la gracia de Allah.
Cuando se hallaba de buen ánimo, ella era realmente expresiva y no escatimaba en demostrarlo y en aquella ocasión pesé a llegar extenuados por el largo viaje, a ella parecía no haberle afectado tanto como a mí.
Su primera acción fue soltar a Min de su jaula para que se pusiera a explorar su nueva casa y comiera su alimento y posteriormente se puso a continuación conversar un poco con él.
— Finalmente tendrás una vida normal, Min —Dijo acariciándolo— la persona que te adoptó te tuvo como una maleta de un lado para otronpor demasiado tiempo —Acotó observándome—
— Creo que merezco ese reproche.
— ¡Claro que lo mereces! —Afirmó sentándose sobre mis piernas mientras me llenaba de besos—
— ¿Te gusta mucho nuestra casa?
— ¡Me encanta, Oğuz!
— Seremos muy felices en este lugar, mi amor. Te lo prometo.
— Voy a desempacar y luego… te daré un baño para que luego te acuestes a descansar. Ya luego me seguirás prometiendo cosas.
— Mmm ¿Vas a darme un baño?
— ¿Y quién más sino yo? No voy a buscar a ninguna enfermera para que haga ese trabajo.
Farah, mi mano derecha en todo, siempre. La que fielmente me había servido cuando vivía en Ankara, aceptó venir a Estambul para continuar esa labor y por sobre todo, para ayudar a Agatha en lo que fuere necesario mientras yo permaneciera limitado a una silla de ruedas.
De todos modos a mi esposa le gustaba ser independiente y en cuanto a todo lo que tuviera que ver conmigo, dejó muy en claro que sólo ella se haría cargo.
— La tina está lista, Sra. —Dijo Farah— ¿Desean ayuda?
— Gracias, Farah. Yo me encargaré del resto —Contestó Agatha—
Yo no contaba con aprobación médica para ponerme de pie pero eso no significaba que no pudiera moverme. Afortunadamente había recuperado la sensibilidad de mis piernas, podía mover mis pies y doblar mis rodillas.
Agatha era experta en ser cuidadosa. Tal y como me lo había dicho una vez. Ella había aprendido a cuidarse meticulosamente en cada detalle para que ningún accidente la sorprendiera y la echara en desgracia. Entonces del mismo modo lo fue conmigo.
Pidió una butaca y varias alfombras pequeñas para colocarlas en los pisos del baño y de ese modo evitar que ni ella ni yo resbaláramos mientras me pasaba de la silla a la tina, de la misma, a la butaca y posteriormente, de nuevo a la silla.
Me urgía en verdad un relajante baño como ese y hubiese quedado dormido allí mismo, sintiendo las suaves y delicadas manos de mi esposa pasando jabón por mi cuerpo pero esas mismas manos también poseían su lado perverso y eso me mantenía en constante alerta.
— ¿Por qué se puso así? —Me susurró—
— Porque lo estás tocando. Estás abusando de mí.
— ¿Qué dices? Solo estoy pasándole jabón —Dijo sonriendo— Eres un pervertidos Oğuzhan.
— ¿Tu estas tocándome y yo soy el pervertido?
— Lo eres —Contestó besando mis labios, todo mientras continuaba tocándome de un modo más intenso—
— ¿Por qué no entras a bañarte conmigo?
— No quiero, me bañaré luego yo sola.
— ¿Te gusta lo que estas haciéndome Agatha?
— Me gusta ¿A ti no?
— ¡Mucho! Yo también quiero hacer lo mismo contigo. ¿Puedo?
— Mmh… Lo pensaré —Dijo soltándome y volviendo de nuevo a su estado natural e inocente—
Las primeras 24 horas en nuestra nueva casa fueron solo de descanso y luego mi esposa se había puesto en búsqueda inmediata de un centro de rehabilitaciones y terapias físicas en la capital. En vista de que ella también las necesitaría. Buscó en la Internet una que no quedara tan lejos y pudiéramos ir los dos juntos, caminando. ¡Claro! Ella caminando y yo en mi silla de ruedas.
— Mi amor, no será necesario que nos vayamos caminando. Tengo mi coche.
— Me hace bien caminar y lo sabes, además tu aun no estas en condiciones de manejar.
— Yo si creo que ya puedo manejar y en cuanto a ti, puedo llevarte a la plaza para que hagas tus caminatas todas las mañanas. Agatha, las calles aquí no son como en Ámsterdam y pueden resultar algo peligrosas. Además yo no puedo andar por la calle como como normalmente lo hacen otras personas.
— ¡De acuerdo! Iremos en coche pero tu no vas a manejar —Advirtió sentándose sobre mis rodillas—
Una noche mientras Agatha dormía, como otras tantas noches me dispuse a observarla, intentando descifrar sus detalles, sus manías, todas aquellas cosas que la hacían diferente y especial. Mi esposa dormía siempre en la misma posición y aquello no era algo que fuera a cambiar, también usaba siempre mangas largas y calcetines.
Había notado que su brazo derecho lo utilizaba menos que el izquierdo y en varias ocasiones desee preguntarle al respecto pero no era algo que yo pudiera hacer de manera deliberada y arriesgarme a que se molestara conmigo. No le gustaba en lo absoluto hablar sobre ella y eso hacía en ocasiones que yo me pusiera a indagar por mi propia cuenta.