— ¡Mi hermosa pequeña! ¡Mi regalo más preciado! Pronto tu papá estará con nosotras y ya no estaremos solas.
— ¡Me da mucho gusto que el Señor finalmente será dado de alta!
— A mí también Farah porque esto de dividirme entre él y mi Hatice, me angustia mucho en verdad. De todos modos no creo que las cosas cambien demasiado porque mi Oğuz requerirá de muchos cuidados y de mucha paciencia para que se recupere.
— Él es un hombre muy fuerte y decidido. Ya verá que saldrá adelante y con más razón teniéndola a usted y a la pequeña a su lado.
— Espero que así sea en verdad porque necesitará serlo. Oğuz siempre ha sido mi fortaleza cuando yo me sentía cansada y todo lo que quería era dejar este mundo. Él me dio motivos para querer vivir, me dio a mi hija. Ahora me corresponde a mí devolverle las fuerzas que necesita. Me toca a mí estar a su lado siempre.
Un poco antes de que mi esposa retornara al hospital, se desató un gran altercado en los pasillos del hospital.
Mi madre se había presentado hasta el sitio reclamándole mi alta médica al Doctor Necip, para que ella pudiera llevarme a casa y según sus propias palabras, no se iría del hospital sin mí entonces desde recepción se comunicaron con mi esposa para comentarle sobre el hecho acontecido y ella vino en camino lo más pronto posible.
— Tú no te metas que esta vez no podrás hacer nada para impedir que yo me lleve a mi hijo.
— Usted no tiene ningún derecho de llevarse a mi esposo.
— ¿Tú esposo? No te llenes la boca diciendo eso que apenas eres una oportunista insignificante que supo muy bien engatusar a Oğuzhan quién sabe de qué manera. Si piensas que por haberlo arrastrarlo hasta el altar de una iglesia ya tienes derecho sobre él estás muy equivocada.
— Llamen ahora mismo a unos guardias para que se lleven a esta mujer de aquí.
— ¿Cómo te atreves?
— Me atrevo porque puedo y si se empeña en seguir con esa actitud, le aseguro. Le juro que usted nunca más volverá a ver a su hijo.
— A mí no me amenaces de ese modo
— Sra. Jalila, por favor cálmese.
— No me pidas que me calme, Baymaz ¿Cómo puedes tú ponerte de lado de esta mujer?
— Agatha es la esposa legítima de Oğuzhan. Se casaron ante un Juez hace un par de meses por lo tanto le corresponde a ella velar por su esposo.
— Eso no es cierto… Esta mujer no se quedará con mi hijo.
— Le advierto que si no se calma, van a sacarla de este lugar ¿Eso es lo que quiere?
— No quiero que arme un solo escandalo más, señora. Ni uno solo o tendrá que irse de aquí a la fuerza.
Nunca antes había oído a mi esposa de esa manera y más que sorprendido, debo decir que me dejó aliviado pues era la única manera en la que podría defenderse de los ataques de mi madre, de mi hermana y de otras personas. En mi estado yo ya no podía defenderla ni cuidarla por lo que le correspondía a ella ese papel.
Luego de aquel incidente, ingresó finalmente junto a mí, me llenó de besos, me abrazó con fuerza y se acostó a mi lado.
— Iremos a casa mi amor y yo cuidaré mucho de ti. Te lo prometo.
Amaba y apreciaba en verdad cada palabra suya pero de solo pensar que sería una carga para mi Agatha, que estaría inmóvil en una cama y una silla de ruedas como el ser más inútil sobre la faz de la tierra, me aterraba al tal punto que me resultaba imposible aceptar aquella vida. ¿Quién querría vivir de esa manera? ¿De qué me servía seguir respirando? ¿Qué tipo de padre sería yo para mi pequeña Hatice?
Todas aquellas preguntas atormentaban a mis pensamientos cada día y ya no me permitían ver la vida del modo maravilloso que mi esposa intentaba pintar para mi cada mañana. Ella me decía que iba a recuperarme pero que debía ser fuerte y poner todo de mi parte para lograrlo. Me decía todo eso mientras yo solo iba perdiendo día con día el significado de esas palabras.
— Se lo que sientes Oğuzhan porque no es necesario que te recuerde que yo sentí lo mismo aunque creas quizás que no fue así —Dijo entre llantos de un modo extenuante—
No quería verla en ese estado, lo odiaba mucho en verdad y entonces me vi atrapado en medio de dos sentimientos. Una parte de mí solo quería maldecir una y mil veces aquel destino y rogarle a Allah que me liberara de aquella pesadilla mientras mi otra parte deseaba ser fuerte, deseaba recuperarse para ser el esposo y el padre que debía ser.
— Mi amor, no puedes rendirte. Ni tú ni yo podemos porque la vida ya no se trata de nosotros. Se trata de nuestra hija y tienes que grabarte eso en la cabeza para no pensar en cosas malas. ¿Entiendes?
Al ser dado de alta, debía comenzar mis terapias lo más pronto posible y las inicié pero con el transcurso de las primeras semanas, los costos iban aumentando debido a que requería de muchas más atenciones de las previstas inicialmente.
Como siempre, mi Agatha me decía que todo estaría bien, que yo no me preocupara ¿Pero cómo no hacerlo? Si ya me sentía una carga para mi esposa, en aquel instante me sentí peor. ¿Cómo se supone que todo estaría bien? Yo ya no aportaría con ingresos económicos, sino todo lo contrario, haría que hasta el mínimo de los ingresos fueran gastados en mí. ¿Y cómo podría permitir yo tal cosa teniendo una pequeña hija la cual debía ser toda la prioridad?