Déjame Amarte

FRUSTRACIÓN Y CANSANCIO

Tuvimos un fin de semana muy agradable a pesar de la antipatía que había llevado conmigo a Bloemendaal. Mi esposa me había prometido descanso y tranquilidad y la tuve gracias a ella, a pesar de pequeñas excepciones que hicieron que me inquietara un poco en algunos momentos. 
Una vez retornados a casa, la Dra. Loan y mi amigo Baymaz, se despidieron de nosotros.  
Según mis pensamiento cada quien tomaría su propio camino. La doctora volvería a Londres y mi amigo retornaría a Estambul pero mi Agatha no creía tal cosa. 
Según sus delirantes sospechas, Baymaz iría hasta Londres con ella y allí la seguiría a todas partes de manera persistente hasta lograr meterse en su vida de manera irreversible.  
— No me mires así, mi amor. Tú lo hiciste ¿Entonces porque no lo haría tú amigo? 
Porque mi amigo no es como yo —Pensé— ¿Estaba reprochándome acaso por haber sido un hombre persistente?  
— Mejor descansa un poco, mi vida —Pidió quitándome las zapatillas— Iré a ayudar a Farah para acabar de ordenar nuestras cosas. 
Como vivíamos en un segundo piso de apartamentos, requería siempre de la ayuda del enfermero Peter para bajar o subir las escaleras y aquel día no fue la excepción. Cuando llegamos él ya se encontraba aguardándonos frente a la entrada.  
— Gracias Peter —Expresó mi Agatha a aquel joven enfermero que en realidad era muy eficiente en su labor—  
— ¿Necesitan alguna otra cosa?  
— Por hoy ya nada. Te esperamos mañana para ir a sus terapias.  
— De acuerdo. Nos veremos mañana —Dijo despidiéndose— 
En mi nueva semana de terapias ocupacionales, la Dra. Vanessa Horst me había impuesto un nuevo trabajo y uno muy estúpido en verdad. No me cabía en la mente por cuanto tiempo más iba yo a tener que soportar tonteras como esa.  
— Oğuzhan, todo lo que te impone la doctora forma parte de tus terapias. 
Colorear dibujos no podía ser parte de mis terapias. Esas actividades le sentarían bien a nuestra pequeña Hatice, no a mí. 
— ¿Te pondrás así cada vez que la doctora te imponga una nueva tarea? —Me susurró Agatha— 
No necesitaba de tareas absurdas. Si mis terapias se limitarían a ese tipo de actividades yo prefería no asistir más.  
— Se muy bien lo que piensas y lo que sientes pero quiero ver que puedas hacerlo y de una manera perfecta sin salirte de las líneas. Si no lo logras hoy volverás a intentarlo mañana y si no lo logras mañana, tendrás una semana para hacerlo. —Advirtió la doctora de un modo tajante— 
La creí una tarea realmente absurda pero a final de cuentas más absurdo me sentí yo al no poder lograr algo tan simple. Mis manos no lograban obedecerme del modo en que debían, apenas podía escribir sobre papel casi en forma de garabatos, me comunicaba con mi familia a través de escritos en el móvil o la tablet ¿Cómo podría entonces lograr colorear un maldito dibujo sin salirme de las líneas? 
Me sentí realmente frustrado y cansado, sin ganas de hacer absolutamente nada más. Ya no quería intentar cosas y mucho menos volver a esas absurdas terapias.  
Lo lancé todo al suelo y fui hasta la ventanilla de mi habitación intentando buscar con la mirada, alguna respuesta, un poco de paz, una gota de esperanza que no hallaría desde aquel lugar.  
— ¿Mi amor, que pasó? ¿Oğuz? 
Allí se encontraba nuevamente mi esposa, haciéndome preguntas como si yo pudiera contestarle. Eso en verdad me enfurecía bastante en ocasiones pero esta vez no cometería el mismo error de volcar en ella un enojo y una impotencia que no merecía. 
Simplemente ignoré todo a mí alrededor y cerré los ojos. Sentía frío y me costaba mucho respirar.  
— ¡Mi amor, tienes fiebre! —Comprobó palpando mi piel— Estás ardiendo. Faraaaah —Gritó entonces alarmada— 
A cada segundo me ponía peor y supuse que aquello no sería nada bueno para mí. 
Desde que me habían extirpado el baso del estómago, todas mis defensas eran vulnerables ante virus y bacterias y pese a que contaba con todas mis vacunas y en la casa todo permanecía siempre limpio e higienizado a mi alrededor, acabé enfermando y fui llevado de urgencias al hospital. 
Ante una fiebre muy alta corría el riesgo de sufrir convulsiones y si eso sucedía, volverían a generar en mí daños neurológico que echarían por la borda lo poco pero significativo que había logrado avanzar en mi recuperación.  
— Su esposo tiene un principio de neumonía, Sra. Berli.  
— ¿Pero cómo? Él tiene todas sus vacunas de prevención.  
— Las tiene y de hecho gracias a esas vacunas sus síntomas no se agudizaron y fue más fácil controlar la fiebre. El antibiótico no tardará en hacer efecto completo y estará bien pronto. 
Estará bien pronto significó en realidad un par de días de internación en el hospital. Días en los que mi esposa debió partirse nuevamente en dos para mí y para nuestra pequeña Hatice.  
— ¡Fue mi culpa Farah! No debí llevarlo a la playa. Oğuz debió contaminarse en Bloemendaal con algún virus o bacteria.  
— ¿Por qué se culpa señora? Usted tomó todas las precauciones correctas para el señor.  
— No todas, Farah. Si hubiese sido así, él no estaría en el hospital ahora. Necesito desinfectar cada rincón de la casa, cada cosa que toque y le rodee, antes de su alta.  
— Siempre hacemos eso, señora.  
— Pues ahora lo intensificaremos. Contrataré a un par de personas que se encarguen de eso. Quiero que lleves todas las sábanas, fundas y toallas a la lavandería. También toda su ropa pero en bolsas bien separadas. 

— ¡Está bien!
A partir de ese momento mi esposa debía pensarlo dos veces antes de volver a decir que yo era un paranoico. La paranoica era ella y desde que me dieron el alta y volví a casa, desarrolló unas manías que rebasaron el límite de lo normal. 
Yo no podía tocar ninguna cosa sin que antes estuviera previamente desinfectada, poseía mis propios utensilios como vasos, platos y cubiertos y en la casa, cada tres días llegaba un personal de limpieza que se encargaba de dejarlo todo impecablemente limpio y en orden. 
Mi Agatha quedaba tan pendiente de todo eso que en ocasiones hasta se le olvidaba tomar sus medicinas diarias o las saltaba de sus horarios. Durante las noches la notaba abatida del cansancio y bastante quejumbrosa pese a que siempre intentaba disimular estando junto a mí. 
Ella en verdad me tenía muy preocupado. Temía mucho que fuera a enfermar y que yo no pudiera siquiera acompañarla y cuidarla como debiera ser. 
Le pedí en varias ocasiones que no olvidara tomar sus medicinas y que bajara un poco el nivel de esas manías que había adoptado por mí causa y que no estaba haciéndole nada bien.  
— La idea es que te haga bien a ti no a mi, Oğuzhan.  
¿Cómo podía decirme eso? ¿Pensaba acaso que yo estaría bien si ella enfermaba? ¿No pensaba tampoco en nuestra hija? Agatha debía dejar a un lado esa exageración suya y se lo recalqué incansablemente. 
UN PAR DE DÍAS DESPUÉS
Yo acostumbraba a despertar temprano, siempre antes que mi esposa y es que me gustaba observarla hasta el instante en que abriera sus bellos ojos, pero aquella mañana no se encontraba junto a mí. Observé a mí alrededor pero no estaba y supuse entonces que se encontraba en el baño.  
Esperé un tiempo razonable y en vista de que ella no salía, escribí al móvil de Farah preguntándole si Agatha estaba quizás en la habitación de Hatice pues nuestra hija también acostumbraba a despertar temprano. 
Farah me contestó que no. Me dijo que la niña seguía dormida y que Agatha no se encontraba allí.  
Mi corazón se aceleró de un pánico insostenible como si fuera a salirse de mi pecho pues sabía que algo no estaba bien con mi esposa. Intenté pasarme a mi silla por mí mismo pero Farah ingresó a la habitación y acudió en mi ayuda.  
Yo no importaba en ese instante y lo único que quería era que fuera hasta el baño a ver a Agatha.  
— ¿Señora, se encuentra bien? ¿Le sucede algo malo? —Preguntó Farah y es que Agatha finalmente había salido del baño— 
Ella no se veía nada bien, en absoluto y lo confirmó con sus propias palabras.  
— Iré al hospital Oğuz y volveré cuando el dolor se me haya pasado. 
¿Al hospital? Ella no podía ir sola en ese estado al hospital y me aferré a su cintura con todas mis fuerzas haciéndole saber eso.  
— No quiero que te pongas berrinchudo. Tú no vendrás conmigo al hospital. —Dijo desprendiéndose de mi— Quédate con nuestra bebé que yo volveré pronto.  
— Señora puedo acompañarla y volver enseguida —Insistió Farah sin éxito alguno—  
— No puedes dejar solos a mi hija y a Oğuz. El hospital queda a pasos de aquí y puedo ir sola. Te llamaré en cuanto llegue. 
Me sentí como un auténtico inútil en varias ocasiones pero aquel día mi paciencia rebasó a todas mis limitaciones y no iba a quedarme allí quieto carcomiéndome por dentro de tanta preocupación. 
Luego de que Agatha se marchó le pedí a Farah que llamara al enfermo Peter para que viniera lo más pronto posible y le pidiera llevarme al hospital. 
Debido a otra labor que poseía, se había tardado un poco pero ni bien llegó. Farah le explicó lo sucedido y le pidió que me llevara al Hospital Neerlandés. 
Necesitaba saber sobre mi esposa y estar a su lado aunque luego en consecuencia se la pasara regañándome la semana entera.  
— Quedará internada por un par de horas. Le adelantamos su dosis de Bifosfonato y le inyectamos un calmante para los dolores —Explicó el doctor de turno que la había asistido— En cuanto despierte ya estará mucho mejor y podrá volver a casa.  
— ¿Puedo llevar a su esposo hasta su habitación?  
— Adelante. 
Gracias a Peter mi corazón latió nuevamente aliviado pues pude ingresar junto a mi esposa para permanecer en la habitación a su lado.  
— No estaré lejos, solo escríbeme si necesitas alguna cosa.  
Muy agradecido con aquel enfermero, asentí con la cabeza y posteriormente se marchó. Yo me acerqué a la cama donde yacía mi Agatha profundamente dormida, tomé sus manos y allí, observándola aguardé en calma a que despertará.  
— ¿Oğuz? Mi amor… 
Sentí sus dedos entre mi pelo y oí su voz diciendo mi nombre un par de veces. Yo me había quedado dormido con la cabeza apoyada a la cama y ella despertó finalmente.  
— ¿Mi amor que haces aquí? ¿Qué fue lo que te pedí?  
Sé lo que me había pedido pero ella no podía impedirme que la acompañara. Mientras tuviera mínimas posibilidades de estar a su lado, las utilizaría pese a sus necias prohibiciones.  
— ¿Sabes cuantos virus puedes adquirir exponiéndote en la calle y estando aquí en un hospital, sin precauciones?  
Me encogí de hombros haciéndole entender que no me importaba nada más que estar a su lado. La abracé con fuerza y entonces ella me abrazó de igual manera decidiendo guardar sus regaños para cuando volviéramos a casa. 



#4599 en Novela romántica
#537 en Thriller
#188 en Suspenso

En el texto hay: drama, amor, perceverancia

Editado: 30.08.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.